Editorial Política

Gregorio Santos y el futuro de la izquierda

Gregorio Santos y el futuro de la izquierda
  • 14 de julio del 2016

La tendencia a la radicalización se consolidará

La posible liberación de Gregorio Santos, de una u otra manera, producirá movimientos telúricos en la izquierda peruana. No solo en la que tiene presencia en el Congreso, sino también en los sectores más radicales y vinculados al activismo antiminero.

En términos generales, un Gregorio Santos en actividad política obligaría a la izquierda aglutinada en el Frente Amplio a tomar decisiones claras frente a la nueva administración de PPK: se radicaliza más o sigue corriéndose al centro, como parte de una estrategia hacia el 2021. ¿Puede asomar la moderación cuando se califica a una administración de neoliberal y proempresarial? Parece muy difícil. A nuestro entender lo más probable es que la libertad de Santos genere una radicalización de la izquierda en general, considerando la intensa disputa que se desatará en “las bases populares” por la conducción política.

Si a esta posibilidad le agregamos el hecho de que Santos asumiría la conducción del gobierno regional de Cajamarca, una región que se ha convertido en “un emblema” de la lucha antiminera —no obstante que es también una de las más pobres del país (la pobreza del 50% no baja en los últimos 5 años)— debido a la paralización de los principales proyectos mineros, todos los factores se alinearían para una mayor radicalización de la izquierda.

La radicalización puede desatar conflictos sociales, paralizar proyectos mineros y de hidrocarburos y bloquear diversos emprendimientos nacionales y regionales; pero también le quita cualquier posibilidad de éxito político a la izquierda. Si el Perú sigue en la senda del crecimiento —pese a la evidente desaceleración— en el preciso momento en que todos los proyectos estatistas de la izquierda (Venezuela y Brasil) colapsan en la región, es evidente que la radicalización puede convertir nuevamente a la izquierda en el territorio de las capillas y las excomuniones.

Ahora bien, puede suceder lo contrario. Es decir, ante la posibilidad de consolidación de un polo radical un sector podría inclinarse a la moderación y descubrir el universo socialdemócrata, aceptar la democracia y la economía de mercado, sin las culpas y los prejuicios de la ideología. Pero otra vez, eso resulta muy difícil.

¿Por qué cuando hablamos de izquierda en el Perú siempre hablamos de radicalismos? ¿Por qué no existe en el Perú una izquierda como la uruguaya, que hoy encabeza la crítica en contra del gobierno autoritario de Maduro que destruye a Venezuela? Es difícil ensayar respuestas. Pero, por alguna extraña razón, quizá por una tradición que nos viene desde la Colonia, en el Perú siempre la izquierda ha sido sinónimo de dogmatismo, sectarismo e incapacidad de entender al otro.

En el Perú surgió Sendero Luminoso, uno de los movimientos terroristas más letales del planeta; y también el régimen de Juan Velasco Alvarado con el Estado empresario, el proteccionismo y los controles precios, que fue el antecedente histórico de los desastres bolivarianos en la región.

En el país nunca hubo la renovación ideológica y programática que experimentaron, por ejemplo, las izquierdas uruguaya y chilena (pese a la involución actual). En las últimas elecciones nacionales del país, la candidatura de Verónica Mendoza despertó el entusiasmo de algunos sectores. Sin embargo, más allá de la juventud de la postulante, el programa del Frente Amplio solo resucitaba a las mismas momias de la Guerra Fría y las fórmulas que causan verdaderas tragedias en la región.

Contemplar a una joven como Mendoza oponerse al Acuerdo Transpacífico y al libre comercio en general, plantear el regreso del Estado empresario y la derogatoria de la Carta Política, es como ver a la misma izquierda de siempre, envejecida, decrépita, sin capacidad de renovarse y expresar a las sociedades emergentes. Triste, porque el Perú no solo necesita una buena derecha, sino también una buena izquierda.

 
  • 14 de julio del 2016

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