La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Sobre la trascedencia política de las declaraciones de la señora Jara
La jefa del Gabinete, Ana Jara, durante una entrevista en El Comercio, nos sorprendió gratamente señalando con todos los puntos y las íes que Nadine Heredia no podía postular a una eventual reelección conyugal porque la ley se lo impide. La sorpresa aumentó cuando precisó que si la oposición le exige un pronunciamiento en ese sentido antes de aprobar la investidura del Consejo de Ministros en el Congreso no tendría ningún reparo en volver a hacerlo. Pero nuestra sorpresa se desbordó cuando la jefa del Gabinete señaló que iba a conversar con todos los líderes políticos, incluido, el propio Alan García, a quien el oficialismo considera como enemigo principal e irreductible.
Si las cosas están así, entonces, es evidente que Palacio estaría decidido a recoger el guante que le ha lanzado la oposición: cancelar definitivamente la suspicacia de una eventual reelección conyugal y terminar con la polarización alimentada desde la Casa de Pizarro. Lo que la señora Jara no puede decir es que avanzar en esa ruta es terminar con la intromisión de Heredia en la función ministerial y la conducción de las políticas de Palacio. El solo hecho de que la jefa del Gabinete se exprese con tanta contundencia descartando la reelección conyugal y anunciando el fin de la confrontación política, no solo nos revela una Ana Jara con sapiencia política, sino también una conducción ministerial con peso propio, y quizá autónoma de la influencia de la Primera Dama.
De confirmarse el giro político del gobierno, evidentemente, tenemos que felicitar a la señora Jara y al gobierno, pero, sobre todo, a la oposición política en el país que, según nuestro criterio y al margen de los errores, ha cumplido la principal responsabilidad que tiene en una sociedad abierta: garantizar la alternancia del poder, la pluralidad y el control político. Las expresiones de la señora Jara no son sino el resultado de la actuación sólida y maciza de una mayoría política, social y mediática que ha logrado que el régimen preserve la democracia y el mercado.
Ante el pronunciamiento de la señora Jara, los analistas de izquierda y los teóricos de los garantes mágicos sostendrán que “allí está la mejor prueba de la histeria de la derecha”, “allí está la clara demostración de que no había proyecto autoritario encarpetado”. Bueno, es un debate que continuará y debe continuar hasta que se venzan los plazos de inscripción para los comicios del 2016. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que, a nuestro entender, si el régimen de Ollanta Humala ha respetado las libertades políticas y económicas es debido a una correlación de fuerzas políticas nacionales que imposibilita el ensayo autoritario.
Si hay dudas recordemos. Cuando el gobierno tenía 60 puntos de aprobación y cuando la figura de Nadine Heredia se había vuelto presidenciable, el régimen se propuso la compra de La Pampilla. Algunos creen que se trataba de un simple giro estatista. Restablecer el monopolio de los combustibles del Estado le habría permitido al régimen hablar de empresas con fines de lucro y empresas con fines sociales (tal como lo ha hecho con las universidades). De concretarse el monopolio de los combustibles, la economía libre habría sido herida de muerte, pero la mayoría nacional conformada por políticos, dirigencias empresariales y medios de comunicación frustró la iniciativa. Esa misma mayoría evitó la repartija que apuntaba a controlar instituciones tutelares de la democracia.
Desde esos hechos, la popularidad del régimen comenzó a desplomarse hasta los 25 puntos de la actualidad. Y, como todos sabemos, ningún proyecto autoritario tiene viabilidad sin el respaldo popular: desde el fujimorato hasta las experiencias bolivarianas. Sin mayoría ciudadana holgada el régimen comenzó a replegarse hasta que Nadine Heredia anunció que no iba a postular el 2016. La tensión bajó, pero continuaron los intentos de inhabilitar a un candidato en carrera, persistieron las intromisiones en la función ministerial hasta la crisis del Gabinete Villanueva y la negativa del Congreso, en primera votación, de otorgarle el voto de investidura al Gabinete Cornejo.
Con el último pronunciamiento de la señora Jara quizá haya otra prueba más de que los ensayos autoritarios se encarpetan. Pero si partimos de que todo se explica por una correlación de fuerzas, ¿qué conducta deberíamos asumir? En primer lugar, entender que las mayorías y minorías políticas, sobre todo, en una sociedad como la peruana, son demasiado frágiles. La mayoría de hoy puede ser la minoría de mañana ante el surgimiento de un miedo, un pánico, tal como sucedió en las elecciones del 2006 y el 2011. En segundo, lugar mantenerse alerta, con una sensibilidad a flor de piel ante cualquier ensayo, amague o tic autoritario.
Y, en tercer lugar, dejar de pontificar y permitir que los actores de una sociedad abierta desarrollen su trabajo. Por ejemplo, con la crisis de los sistemas de representación y partidarios, todo el mundo cree saber de política. Los sociólogos y los periodistas (entre los que nos contamos) suelen pontificar de una manera que, a veces, resulta graciosa. Si tuviéramos que hacer una lista sobre cómo se denunció la compra de La Pampilla, la repartija, la reelección conyugal y otros gestos autoritarios, es evidente que los nuevos pontífices no estarían en la primera línea sino los políticos de siempre. Por todo eso, felicitaciones a la oposición y también a doña Ana Jara por la sagacidad de entender el momento.
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