La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Reflexiones sobre la perjudicial división entre sectores formal e informal
El reciente paquete de medidas aprobada por el Congreso de la República a iniciativa del Ejecutivo ha merecido el respaldo de todos los peruanos en la medida que apunta a destrabar inversiones, eliminar regulaciones y trámites, y a convertir a la administración tributaria en amiga, antes que enemiga, del contribuyente. Sin embargo, el solo hecho de que cerca del 70% de la economía del país se considere informal nos revela que, si realmente pretendemos crecer de manera sostenida, al margen de cualquier coyuntura nacional e internacional, tenemos que hacer algo para terminar con esta división entre “economía formal e informal”, entre la llamada “economía moderna” y “la economía tradicional”.
Se ha sostenido reiteradamente que el sector moderno de la economía (alrededor del 30%) carga con el mayor peso de la tributación del país. Igualmente se ha dicho que solo ese sector puede asumir los sobrecostos laborales que demanda contratar y, por lo tanto, solo una ínfima parte de los trabajadores peruanos tiene derechos laborales, seguridad social y otros. Pero lo que no se ha dicho es que los problemas que enfrentan el sector formal y el informal son los mismos en esencia, aunque difieren en magnitud.
Por ejemplo, para nadie es un secreto en que la administración tributaria, antes que amigo, se ha convertido en enemigo del inversionista, grande o pequeño. Antes de presumir la buena fe sospecha de la mala. Para nadie es un secreto que la autoridad de trabajo es un invasor, antes que un colaborador, en la gran fábrica y en el pequeño taller. Para nadie es un secreto que el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) te puede empapelar con planos y requisitos que son evaluados a criterio del funcionario. En esta lógica el burócrata es un hombre con un poder inconmensurable (ver artículo Basta de asfixiar a las Pyme).
En el Perú todos quisieran ser informales: las empresas extranjeras y nacionales y las pymes, pero solo algunas pueden evadir la legalidad por su tamaño. Las grandes asumen los sobrecostos y los procedimientos que le dicta el burócrata, y pierden competitividad. Allí están los resultados del primer semestre del 2014. Si hay alguna duda, vale subrayar que hasta el Estado evade el sistema de contrataciones y adquisiciones que ha creado. Ya se conocen decenas de licitaciones en las que se ha recurrido a la supervisión de organismos internacionales.
De alguna manera, pues, debería comenzar un diálogo entre los sectores formal e informal de la economía para buscar una convergencia de propuestas que nos permitan hablar de una reforma integral del Estado. Finalmente, todas las propuestas de transformar a nuestro Leviatán fracasan porque las iniciativas vienen de arriba hacia abajo. Avanzar hacia una convergencia formal e informal nos permitiría diseñar una propuesta de abajo hacia arriba.
Algunos pretenden relativizar la importancia de la tramitología porque tienen una visión ideológica en contra de la inversión privada, sobre todo con respecto a la gran inversión. Como el inversionista es un “chupasangre explotador”, obligarlo a asumir esos sobrecostos es parte de la “justicia social”. En cuanto al emergente, al informal, lo consideran un cachuelero que, tarde o temprano, debe terminar trabajado en una fábrica o en cualquier actividad de servicio. No tiene posibilidades de acumular ni de emerger. Allí reside la raíz ideológica que detiene el país.
Un caso diferente a la desaceleración de nuestra economía que comienza a apagar el milagro económico peruano es el colombiano. Según un informe de El Comercio, Colombia ha crecido 6.4% en el primer trimestre del año, el más alto de América Latina. El 2012 creció 4%, el 2013 4.3% y para este año se proyecta 4.7%. ¿Cómo lo hace? Una de las claves del milagro colombiano es la eliminación de sobrecostos y trámites en cuanto a apertura de una empresa, licencias de construcción, sistema de propiedad, pago de impuestos y otros.
Como se ve, solo una fuerza que empuje el país a la formalización puede transformar el actual crecimiento económico en irreversible, pero ese objetivo demanda un debate abierto para desnudar la raíz ideológica de la tramitología.
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