La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Sobre el diferendo fronterizo con Chile y el Gasoducto del Sur
Las diferencias con Chile sobre el triángulo terrestre en la frontera sur han desencadenado reacciones que miran al pasado. No obstante que ambos países ya han implementado el fallo de La Haya sobre la delimitación marítima, a propósito de la discusión sobre la rentabilidad del proyecto del Gasoducto del Sur se escuchan voces en contra de venderle gas a Chile hasta que se “cierre la frontera”. Pero esas voces apenas representan susurros ante la sinfonía integracionista que han creado el mercado y las migraciones.
El desarrollo de la democracia y el mercado en Chile y Perú, las inversiones, el intercambio comercial y las migraciones entre ambos se han convertido en los pilares de la paz. Los estándares democráticos y de libertad en los dos países son largamente superiores a los países bolivarianos embarcados en autoritarismos estatistas.
Las inversiones chilenas en Perú llegan a US$ 13,000 millones en tanto que las peruanas en el sur representan alrededor de US$ 7,000 millones. Los peruanos migrantes en tierras mapochas suman más del 30% de residentes extranjeros.
Con altas y bajas, con luces y sombras, en Chile y el Perú se respeta la ley. Es absolutamente entendible que dos estados constitucionales hayan aceptado un fallo que proviene del derecho internacional, porque si internamente se atienen a la ley a nivel internacional debe suceder lo mismo. La democracia y la libertad son una de las fuentes de la paz.
Sin embargo es necesario avanzar en la reflexión. Hubo otras épocas de democracia y libertad en Chile y Perú pero no logramos la paz conseguida ahora. Y es que, en este caso, se ha cumplido una ley universal en la historia. El mercado, en contra de las ideologías marxistas, los fundamentalismos y otras interpretaciones, siempre ha sido la principal fuente de paz e integración entre las sociedades. En la Antigüedad, por ejemplo, las más diversas culturas, religiones y naciones convivían alrededor del Mar Mediterráneo por una sola razón: el comercio y el intercambio.
Los estados, las naciones y las religiones siempre representaron fuerzas centrípetas que se oponían a la integración que promovían los mercados. Si en el mundo solo hubiese habido mercados no habrían sucedido la Primera ni la Segunda guerra mundial. Si las cosas son así, es absolutamente entendible que, debido al avance de los mercados entre Chile y Perú, hoy se haya delimitado la frontera marítima.
Si las cosas son así, ¿a quién se le ocurre debatir sobre la rentabilidad del Gasoducto del Sur oponiéndose a venderle gas a Chile, porque falta delimitar el triángulo terrestre, un área de tres manzanas? ¿Cómo se puede plantear semejante locura? Al contrario, comercio e inversiones, más inversiones, para que no permanezca nada pendiente entre ambos países.
El problema es que los nacionalismos siempre estarán allí, a los dos lados de la frontera, esperando momentos propicios. Ese nacionalismo que solo puede existir junto al estado, las dos caras de una misma moneda. Ese mismo nacionalismo que ha hinchado de cadáveres los cementerios de la humanidad y que, sin embargo, pervive como una fuerza irracional, no obstante que ya hacemos planes para viajar a Marte.
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