La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Afirmar que el Estado se ha convertido en el peor enemigo del crecimiento y el proceso de reducción de pobreza, que se ha transformado en una muralla en contra de los principios desreguladores de la Constitución de 1993 y los 23 tratados de libre comercio que ha firmado el país ¿acaso es una exageración? ¿Sostener que el Estado hoy es la principal fuente de informalidad y pobreza es una arbitrariedad? Creemos que no. Hoy la crisis nacional empieza en el Estado y terminará con una reforma integral de este, con el surgimiento de un Estado pequeño, moderno, eficiente y capaz de otorgar servicios a la sociedad.
El Estado peruano es uno de los más burocráticos de América latina, según diversos estudios e investigaciones. Si bien Venezuela y la Argentina kirchnerista están por delante en burocracia y sobrerregulaciones, lo que sorprende es que el Estado peruano, a pesar de la Constitución de 1993, se haya convertido en uno de los más burocráticos de la región. ¿Cómo se desarrolló este fenómeno contradictorio? Tres décadas atrás, se implementaron las reformas económicas de los noventa que cancelaron el Estado empresario, el control de precios y mercados, y que liberalizaron el comercio exterior y establecieron la preeminencia del sector privado en la economía y el rol subsidiario del Estado.
Esas reformas se constitucionalizaron en la Carta Política de 1993, y bajo el impulso de estas transformaciones se produjo el mayor proceso de inclusión social y económica de la historia republicana: el PBI se cuadruplicó y la pobreza se redujo de 60% a 20% (antes de la pandemia). Mientras el sector privado, la sociedad y los mercados producían la mayor transformación social de nuestra historia republicana, el Estado avanzaba en sentido contrario y adverso a este proceso.
En vez de surgir un Estado moderno, el nuestro se llenaba de sobrerregulaciones y procedimientos burocráticos, a tal extremo que comenzó a convertir en letra muerta los principios desreguladores de la Constitución de 1993. Por ejemplo, en el sector minero las sobrerregulaciones y la burocracia detuvieron la exploración y explotación de recursos naturales, y ubicaron al Perú detrás de Canadá, Australia y Chile, países con los que Perú compite en la captación de inversiones mineras.
En el sector laboral, igualmente la legislación se llenó de sobrerregulaciones y costos –bajo una supuesta voluntad de proteger al trabajador– hasta que una resolución del Tribunal Constitucional (en 2001) consagró una virtual estabilidad laboral, estableciendo que el trabajador podía optar por la restitución en el puesto de trabajo antes que la indemnización (en caso de despido).
Por otro lado, las regiones, los municipios y todas las dependencias estatales se llenaron de procedimientos, de aduanas. Y de pronto, surgió un burócrata empoderado, un verdadero semidiós en discrecionalidad que aplastaba a la sociedad, al individuo y al sector privado.
De repente el capitalismo se detuvo, se paralizaron las inversiones, la reinversión de utilidades, y las micro, pequeñas y medianas empresas optaron por la informalidad. ¿Cómo así el Estado se convirtió en enemigo de la economía de mercado y la inversión privada? La explicación está en el triunfo cultural e ideológico de las izquierdas, ya sea en sus versiones progresistas o comunistas, que construyeron todas las narrativas y relatos dominantes en la sociedad, y que han tenido una influencia decisiva en el espacio público y la política.
En términos generales, estas narrativas nos señalan que los empresarios y los mercados son espacios de explotación y exclusión, de robo permanente a la riqueza que producen los trabajadores, de manera tal que hay que empoderar al Estado para que controle los abusos del empresario y el ciudadano en la sociedad. De la predominancia de estos relatos provienen la sobrerregulación y la burocratización del Estado, con cada nuevo procedimiento que busca detener el supuesto abuso empresarial.
El Estado, pues, se ha convertido en el principal enemigo de la inversión privada y, por lo tanto, es el principal responsable del bajo crecimiento y del aumento de la pobreza. Si no se reforma el Estado, el Perú no se relanzará como sociedad viable. Pero para reformar el Estado necesitamos desarrollar una intensa guerra cultural. Y sobre todo ganarla.
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