Editorial Política

Ecología o caballo de Troya

Ecología o caballo de Troya
  • 18 de febrero del 2015

El contrabando político e ideológico que hay detrás ciertas caretas “ecologistas”.                            

Un conglomerado de organizaciones ecologistas radicales y sindicales, autodenominado “cumbre de los pueblos frente al cambio climático”, ha publicado un aviso extenso titulado “declaración de Lima a propósito de las COP”, el cual concluye en una conocida tesis política e ideológica: el capitalismo contamina y destruye la tierra, por lo tanto los países que tienen libre mercado deben reemplazarlo por economías estatistas. Es el mismo discurso que acabamos de escuchar de labios de los extremistas de Pichanaki.

Veamos un párrafo del aviso que resume su pensamiento: “La cumbre de los pueblos... ex expresión de los procesos de movilización y resistencia emprendidos por una diversidad de organizaciones, movimientos y plataformas, redes y colectivos sociales... Nos reunimos para seguir debatiendo y compartiendo las múltiples formas de lucha y resistencia, por la construcción de la justicia social, contra el sistema capitalista...”. Más claro, ni el agua. Se trata pues de un confluencia política antes que ambientalista.

Este discurso alcanza ribetes de delirio en otro párrafo que rechaza los Tratados de Libre Comercio (TLC) que traen al Perú inversiones privadas que impulsan el crecimiento económico, generan empleo y reducen la pobreza (de 58% a 23%): “La estrategia del capital pasa también por lo que llamamos arquitectura de la impunidad de las corporaciones transnacionales y gobiernos, a través de los tratados de libre comercio y de protección de inversiones...”

Queda claro que la principal preocupación de esta organización no es la defensa del ambiente, sino utilizar el discurso ecológico para atacar y socavar el avance del libre mercado en el mundo y promover la restauración del viejo estatismo económico que empobrece a los pueblos y les confisca la libertad y la democracia, y que además -según la historia- ha sido y es el mayor contaminador y depredador del planeta.

Es verdad que durante la primera Revolución Industrial, a fines del Siglo XIX e inicios del XX, la contaminación fue enorme, pero depués el avance de la libertad económica y la democracia impulsaron el desarrolo tecnológico y científico que ha permitido resarcir aquel daño. Hoy los países libres ostentan los más altos ratios mundiales de protección del ambiente y la biodiversidad. Por ejemplo, los salmones que desaparecieton del río Támesis de Londres, han vuelto hoy a esas aguas.

El otro lado de la medalla es la realidad de los países estatistas que admiran y evocan los de la llamada “cumbre de los pueblos”. La mayor catástrofe ambiental del mundo ha sido la crisis nuclear de Chernobil, en la Rusia socialista, donde también se ha contaminado en extremo el lago Aral, mientras que Alemania comunista alcanzó la más alta contaminación de aire en el mundo, al extremo que sus ciudadanos tenían que usar máscaras-filtro.

Pero hay además un doble discurso radical: Exigen que los países de economías libres dejemos de explotar recursos naturales, pero no les demandan lo mismo a sus hermanos ideológicos, por ejemplo Venezuela y Rusia, que explotan hidrocarburos y minerales en enormes cantidades y en condiciones deplorables que contaminan gravemente la tierra y el agua. ¿Si es socialista es bueno, así envenene?

Y mientras en la Venezuela chavista las infraestructuras petroleras se caen a pedazos por falta de mantenimiento y contaminan, Occidente lidera el desarrollo de tecnologías limpias de extracción de recursos naturales. Basta ver los cierres de minas, al final de su explotación, en Estados Unidos, Australia, Canadá o el Reino Unido para constatar esta afirmación. La diferencia es abismal.

El Perú ha hecho suyos esos altos estándares ambientales para operaciones extractivas, y están consagrados en nuestra legislación. Por eso nuestros principales problemas ambientales son herencia del estatismo: derrames de crudo del viejo oleoducto norperuano manejado por Petroperú, los humos de La Oroya que nos dejó la estatal Centromin, y la contaminación del aire y las aguas por la incapacidad del estado para disponer de la basura y los desagües que arrojan las ciudades.

El discurso que analizamos es la matriz que guía a los radicales que operan hoy en diversas zonas del país, ante la incapacidad del Estado de neutralizarlos. Es por ello que los extremistas de Pichanaki exigen que se cancele todo proyecto de inversión privada en gas o petróleo en la selva central y que ésta sea una zona exclusiva agrícola y turística. Una exigencia inadmisible que solo busca desestabilizar el modelo económico impidiendo la inversión privada y que pone en riesgo el progreso de la nación, pues los recursos naturales son patrimonio de todos y el país necesita explotarlos de manera racional y sostenible para dotarnos de la energía indispensable para forjar nuestro desarrollo.

17 - Feb – 2015

 

  • 18 de febrero del 2015

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