La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Cuando el medio ambiente es pretexto para exigir cambio de modelo económico
El desarrollo de la COP 20 en Lima ha desatado reflexiones en diversos sentidos sobre cómo preservar el medio ambiente. Al margen de cuán científicas sean las predicciones sobre el cambio climático es evidente que la armonía entre el desarrollo y la ecología es un tópico central para el futuro de la humanidad.
Una primera pregunta sobre el tema: ¿Se puede detener a las fuerzas del mercado? Los ecologistas radicales creen que sí, pero la historia nos dice que no. Por ejemplo, en Tambogrande los extremistas ambientales expulsaron a la minera Manhattan, pero no abolieron al homo economics: los antimineros de ayer son los mineros informales de hoy que arrojan mercurio y cianuro.
Todos los intentos de abolir el mercado han fracasado. No solo el derrumbe de la ex Unión Soviética, también la conversión de China en una de las primeras potencias del capitalismo ratifican esta tesis. Si las cosas son así, ¿qué debemos hacer para preservar el medio ambiente?
La democratización de la política y la economía ha permitido que la sociedad y los ciudadanos emerjan como guardianes del medio ambiente ante los inevitables daños ecológicos del desarrollo. El aire y los ríos de Occidente hoy son varias veces más limpios que en la época de la Revolución Industrial. Ahora, por ejemplo, en el Támesis nadan salmones no obstante que antes era un río muerto por los desechos industriales. La única explicación es el control democrático de la sociedad.
Para el ecologismo radical y los colectivismos estatistas, el capitalismo siempre será el villano que ensucia el planeta. Sin embargo, en el siglo XX el mundo entero contempló cómo el socialismo real se convertía en el mayor depredador ecológico del globo. Todos vimos la tragedia nuclear de Chernóbil, en la ex Unión Soviética, como si fuese la última y la primera.
Se conocieron otros desastres en el área de Ust Kamenogorsk y en la de Kyshtym. El mar de Aral, el cuarto lago del mundo, se convirtió en un charco de desechos, y diversos informes señalan que una quinta parte del territorio de la ex Unión Soviética está contaminado. Cuando se desplomó el Muro de Berlín, se constató que el 40% de la población de la ex República Democrática Alemana estaba envenenada por anhídrido sulfuroso y la tercera parte de las especies vivas estaban en peligro de extinción.
Es evidente, pues, que no se puede luchar por el medio ambiente al margen de la democracia y el mercado. En el Perú, por ejemplo, la mayoría de los ríos están contaminados por los residuos sólidos y los desagües de las ciudades, un desastre ecológico ante la indolencia del Estado. Sin embargo el Minam y las ONG radicales no dicen esta boca es mía, pero si se dedican a demonizar las inversiones en minería, petróleo y energía. Se desvela el objetivo: no interesa mucho el medio ambiente sino detener las inversiones para cambiar el modelo económico.
Punto de vista internacional, el sitio web de la IV Internacional Comunista, de origen trotskista, una de las corrientes más radicales del comunismo, nos revela la raíz marxista del ecologismo radical. En la resolución del XVI Congreso Mundial se dice lo siguiente: “Herencia envenenada de 200 años de desarrollo capitalista, el cambio climático constituye la manifestación más clara de la crisis global de un sistema cuyo potencial de destrucción social y ecológica está por encima de su capacidad de identificar las necesidades humanas y atenderlas”.
Como se aprecia, más claro no cantan los gallos. El silencio de los ecologistas radicales ante el envenenamiento de nuestros ríos, lagos y playas por desagües y basura, y sus gritos estridentes contra las mineras, ¿tienen que ver con estas influencias ideológicas?
Existe un debate científico sobre la verdad del Apocalipsis del planeta que algunos predicen. Bueno que siga la discusión. Pero existe otro debate acerca de cómo lograr el equilibrio entre desarrollo y medio ambiente. Y es claro que sin democracia y economía de mercado es imposible siquiera imaginar una política ambiental.
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