La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Acerca de la necesidad de separar el reino de la política del reino de lo sagrado.
El asesinato de los periodistas del semanario Charlie Hebdo ha reavivado los grandes debates que antecedieron el advenimiento de la sociedad abierta, tal como la conocemos hoy. Uno definitorio es la relación entre estado, política, y religiones.
Luego de contemplar cómo el fundamentalismo pretende imponer un pensamiento único segando la vida a periodistas, cómo un dibujo puede convertirse en una sentencia de muerte, vale recordar que el nacimiento de la democracia se produjo, de una u otra manera, junto a la creación del estado laico. Es decir, con la separación del poder político del credo religioso.
Los hombres que gestaron estas arquitecturas institucionales eran profundamente religiosos y habían entendido que era imposible cancelar el impulso sagrado del hombre. De allí que entendieron que la única manera de evitar las guerras de religión que desbordaron los cementerios de Europa era separando la política del credo y aboliendo las teocracias. Así nació la democracia y la libertad.
Tal como lo sostiene Hugo Neira en este Portal, los padres fundadores de Estados Unidos, que crearon la arquitectura institucional democrática más sofisticada de Occidente, eran profundamente religiosos. En una mano llevaban los textos de Locke, de los clásicos griegos y latinos, y en la otra sostenían la Biblia con las hojas ajadas de tantas lecturas. Sin embargo fueron capaces de organizar un estado laico que reunió las diversas versiones cristianas que se ensangrentaron en guerras en el viejo continente.
Los conceptos de democracia y estado laico también se erigieron como las murallas que detuvieron el avance de los fascismos y los comunismos en el siglo XX que, al igual que las teocracias, pretendían imponer un pensamiento único. Es decir, no puede haber libertad al margen del estado laico.
El asesinato de los periodistas de Charlie Hebdo nos recuerda, entonces, una de las fortalezas conceptuales más poderosas del pensamiento libertario: la tolerancia de todas las religiones en el espacio público de la democracia, pero también nos alerta que la historia es una musa esquiva e impredecible. ¿Quién iba a pensar que París, la ciudad luz, iba viajar hacia el pasado para observar el resurgimiento de la amenaza intolerante? Un poco más atrás, ¿alguien imaginó en el siglo XX, durante la Guerra Fría, que, desde el mundo islámico, iba a surgir un integrismo intolerante que desafiara a los valores libertarios? ¿Alguien pensó que en el siglo XXI se iban a producir masacres de cristianos por el Estados Islámico?
La historia, pues, avanza en zigzags y a veces retrocede dramáticamente. De allí la trascendencia de insistir en los valores que posibilitan la sociedad abierta. Los cristianos, los musulmanes, los judíos, siempre discreparán en cuestiones teológicas, pero sí podrán converger en la necesidad de separar el reino de la política del reino de lo sagrado. Ese es el infinito universo para la convivencia.
En estos días, en el Perú hemos visto cómo diversos grupos utilizan la tragedia de Charlie Hebdo para agredirse mutuamente, para levantar las diferencias en vez de recordar, de ratificar, todos los avances que hemos conquistado para transformarnos en una sociedad abierta.
En este momento de zozobra para la libertad del planeta, a los peruanos y a los ciudadanos del mundo solo nos queda porfiar en las arquitecturas institucionales que han gestado la libertad. Que nunca jamás una necesaria estrategia anti-terrorista amenace esos fundamentos: A más terrorismo, más libertad.
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