La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Reflexiones sobre el naufragio de la candidatura de Ana María Solórzano
Desde el exterior, el presidente Ollanta Humala sostuvo el que el nacionalismo debería tener un candidato de consenso para la presidencia del Congreso y que Marisol Espinoza no debería postular por su condición de vicepresidenta de la República. Con semejantes declaraciones, la candidatura de Ana María Solórzano también quedó de lado. Horas después, una reunión de los congresistas oficialistas ratificó que no van Solórzano ni Espinoza y comenzaron a buscar la figura del consenso. El resultado o quizá el mensaje era clarísimo como un mediodía de verano: la Primera Dama, Nadine Heredia, no podía manejar el partido a simple voluntad. ¿Qué había sucedido?
Todo parece indicar que, en el oficialismo, se habría llegado a la conclusión de que las intromisiones de Heredia en las esferas de gobierno han contribuido al descenso de la popularidad del régimen. De una u otra manera el protagonismo de la Primera Dama fue estrellándose contra una opinión pública que demanda el respeto a la ley y a la Constitución en la función ministerial. La luz verde de Pedro Cateriano y el inapropiado relevo del gabinete Villanueva, inclusive, llevaron a una confrontación entre el Legislativo y el Ejecutivo, en la primera votación de investidura del gabinete Cornejo. Las cosas eran tan claras que Nadine Heredia tuvo que retroceder y volver a anunciar que no sería candidata el 2016. Ahora las tensiones dentro de la bancada nacionalista nos revelan a un oficialismo exigiendo institucionalidad y democracia partidaria. Y otra vez Heredia debe replegarse.
Cuando el presidente nos dijo que gobernaba con su esposa se equivocaba de cabo a rabo y creaba el escenario para los retrocesos de Nadine Heredia. Una de las razones por las que nació la democracia como sistema fue para separar a la familia del poder, que antes eran las dos caras de una misma moneda: la dinastía monárquica. De allí que el parlamentarismo europeo y el presidencialismo estadounidense tuvieron que basar sus sistemas de contrapesos en partidos políticos, los nuevos príncipes modernos que reemplazaron a la dinastía familiar.
Familia y poder, pues, son dos antípodas en cualquier régimen democrático con relativa salud. Es absolutamente entendible y hasta natural que, en una sociedad como la peruana, donde no obstante los problemas se ejercen las libertades de cualquier sociedad abierta, el protagonismo de Nadine Heredia se estrellará contra el propio funcionamiento de la democracia. Así ha sucedido.
Para abundar en detalles sobre el tema vale mencionar las barbaridades históricas de los regímenes marxistas que se reclaman hijos de la Ilustración y de la edad racionalista. Las dictaduras marxistas nacieron derribando oligarquías y otras dictaduras, pero en el afán de perpetuarse en el poder crearon dinastías casi mágicas: los ejemplos de Corea del Norte y la Cuba de los Castro son paradigmáticos. Si Hugo Chávez hubiera tenido un hijo con aspiraciones políticas apostamos todo lo que tenemos que habría sido el incuestionable sucesor.
Claro que es posible que la familia se vincule a las democracias cuando los contrapesos y las reglas se respetan. Hasta le agregan cierto valor. Es el caso del clan de los Kennedy o quizá de los Clinton en Estados Unidos. Sin embargo nada más lejano en esa experiencia que alterar un cronograma electoral. Es evidente, pues, que la estrategia de Nadine Heredia no podía prosperar a menos que se impusiera un régimen autoritario en el país.
Sin embargo, como la democracia es un sistema de permanente aprendizaje, si la Primera Dama, como se dice, recoge el aguante, y lidera un proceso de institucionalización del Partido Nacionalista, el Perú habría ganado una gran lideresa para la democracia y estamos seguros que sería una gran animadora en las elecciones del 2021. La democracia es la mejor escuela de la política y quizá el proceso de institucionalización del fujimorismo se convierta en un ejemplo paradigmático de evolución de una organización de rasgos dinásticos a un partido moderno, con gigantesco techo para el siglo XXI.
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