La comisión de Constitución del Congreso de la R...
La ausencia de una alternativa al proceso de destrucción nacional que desata el gobierno de Pedro Castillo está demostrando la falta de partidos y líderes políticos. De alguna manera el actual Congreso y sus graves limitaciones representan una expresión concreta del proyecto vizcarrista de reforma política –materializada a través del referendo– y de la orientación progresista en contra de los partidos políticos que promovió abiertamente el transfuguismo. Allí están los resultados devastadores.
Luego de un año de destrucción nacional de las instituciones, del envilecimiento de la política, del frenazo sin precedentes de la economía nacional y de una quiebra del principio de autoridad del Estado, que parece empujarnos a la anarquía, no es exagerado sostener que la reforma vizcarrista del sistema político ha pulverizado a la política.
Los ejemplos están a la vista. En el objetivo legítimo y necesario de buscar la vacancia del jefe de Estado e inhabilitar a los miembros del Ejecutivo, algunos jóvenes y miembros de la oposición han llegado a sostener que se podría ignorar los fueros que establece la Constitución y buscar una salida judicial –forzando interpretaciones de tratados– a la permanencia de Castillo en el poder. En otras palabras, ignorar los preceptos constitucionales establecidos para el Ejecutivo y el Congreso. Si en el afán de superar el desastre nacional que desata Castillo, los demócratas, los republicanos, nos damos un autogolpe de Estado, ¿qué sentido tiene haber luchado contra la constituyente y promover la vacancia de Castillo? Un claro ejemplo de la desesperación a la que avanza la sociedad.
Asimismo, ante la imposibilidad de formar la mayoría suficiente en el Congreso para vacar a Castillo –por los más de 50 votos de comunistas y los llamados “niños”– o inhabilitar a los miembros del Ejecutivo, algunos proponen el regreso del protagonismo de las Fuerzas Armadas para enfrentar la situación. Luego del mayor operativo militar de nuestras FF.AA. contra el narcoterrorismo en el VRAEM, han dejado en claro su identidad anticomunista y su apego a la Constitución. Sin embargo, con su distanciamiento de la coyuntura, igualmente, los militares parecen decirnos que la solución de la crisis es una institucional y política; es decir, responsabilidad de los civiles.
Ante la desesperación nacional que se expande por la imposibilidad de vacar a Castillo en las próximas semanas, debe señalarse que cualquier salida de la tragedia de este Gobierno solo debe materializarse con las armas de la Constitución y con la afirmación del Estado de Derecho. Igualmente, es necesario desarrollar un buen diagnóstico para formular una estrategia eficiente: Castillo es un cadáver en política que se aferra al poder para evitar las investigaciones que desarrolla el Ministerio Público y el sistema de justicia. Antes que avanzar hacia una constituyente, el Perú avanza hacia la anarquía. Castillo entonces sobrevive y casi no gobierna, no tiene poder.
Por todas estas consideraciones, si queremos iniciar la transición de la destrucción que causa Castillo debemos gestar una amplia unidad de todos los sectores de la oposición dentro y fuera del Congreso. Con una dialéctica de convergencia y unidad en el Legislativo y en la sociedad estaremos en condiciones, en el corto plazo, de superar la barbarie del Gobierno de Castillo, Perú Libre y el Movadef. El Perú entonces necesita una amplia mesa de unidad de la oposición en la que participen todos los sectores, las centro-derechas, las centro-izquierdas y todos los sectores que apuesten a superar la devastación nacional.
Bajo una permanente movilización de la ciudadanía es posible construir una imagen de la transición: evitar las exclusiones de cualquier sector, aprobar un paquete de reformas para superar la destrucción del sistema político causado por las reformas vizcarristas, delinear un gobierno de transición nacional de la más amplia unidad, y establecer un cronograma nacional electoral.
La sociedad se desespera por la falta de alternativa a la crisis nacional y comienza a sentirse desguarnecida, desvalida, frente a la destrucción del colectivismo y el radicalismo. Si no se gesta la alternativa es casi seguro que, en vez de superar a Castillo, la crisis parirá un mal mayor. A reflexionar, pues.
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