La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Ya es hora de que los partidos políticos vuelvan a conquistar el interior del país
Es evidente que las elecciones subnacionales expresan una balcanización del sistema de representación política. En norte, centro y sur se avistan movimientos regionales con identidad antisistema, algunos influenciados inclusive por economías ilegales. Un evidente mosaico político de impredecibles consecuencias.
Al margen del abrumador triunfo de Luis Castañeda en Lima, que representa una tendencia integradora, uno podría preguntarse ¿por qué la balcanización política no crea al caudillo carismático que pone de rodillas a la democracia, tal como sucedió en Venezuela, en Ecuador y Bolivia? En todo caso vale recordar que esa figura ya existió, pero ante la reacción de una mayoría social y política, Ollanta Humala no se atrevió al ensayo autoritario. ¿Estamos esperando que vuelva a emerger un nuevo líder nacional de los colectivismos radicales que se expresan en Cajamarca, Puno, Apurímac y otras regiones?
Ahora bien, si cualquier sociólogo de una universidad prestigiosa del exterior estudiase el caso peruano se preguntaría cómo así sobrevive la democracia durante tres elecciones ininterrumpidas, y cómo también se mantiene la economía de mercado durante un cuarto de siglo. Las respuestas son varias y complejas, pero lo que importa es reconocer que, de una u otra manera, la permanencia de la democracia y el mercado han creado fuerzas integradoras, han gestado prácticas democráticas e islas de instituciones.
Sin los mercados populares que se extienden de norte a sur no se explicaría la inviabilidad de la agenda estatista y bolivariana. Imponer el control de precios, por ejemplo, crearía insurrecciones en Gamarra, Puno y Huancayo. Sin la persistencia de la democracia no se explicaría las lecciones del Congreso al Ejecutivo frente las intromisiones de Nadine Heredia en la función ministerial. Sin la continuidad de las instituciones no habría surgido una de las prensas más libres del continente y el Poder Judicial y el Ministerio Público no hubiesen desmontado la mafia de Rodolfo Orellana que se enquistó como cáncer en el Estado. Sorprendentemente, políticos democráticos de los países bolivarianos envidian “el funcionamiento de nuestras instituciones”.
Es decir, en el Perú hay tendencias a la balcanización y también a la integración. Es justo y necesario subrayarlo. A estas alturas todos comienzan a reconocer que el abandono del Estado y de los partidos políticos de las provincias ha generado la misma rabia contra el Estado en Gamarra, Villa el Salvador, Puno, Huancayo y Lambayeque. La diferencia reside en que en algunas regiones el desamparo es de tal magnitud que los colectivismos radicales, que pretenden tumbarse la democracia y el mercado (las dos tendencias integradoras), actúan a sus anchas y sin contrapesos efectivos.
Hoy como nunca en nuestra historia la reforma del Estado y una nueva actitud de los partidos se convierten en una condición sine qua non de la permanencia de las libertades política y económica. Si bien la reforma pasa por acabar con los impuestos confiscatorios y con las absurdas sobrerregulaciones laborales que impiden la formalización de los mercados populares y su representación en el espacio público nacional, también tiene que ver con la voluntad política. ¿A qué nos referimos?
Por ejemplo, hoy que hablamos de alternativas hacia el 2016 solo nos fijamos en personalidades y liderazgos individuales. No hablamos de colectividades como alguna vez lo fueron el Apra, Acción Popular, la Democracia Cristiana, el PPC y la izquierda. Estas entidades un día decidieron crecer en las provincias y regiones y se lanzaron a conquistar el interior. Salvando distancias, es hora de repetir la historia.
8 - oct - 2014
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