En la era Trump, persistir en el libre comercio

El país debe seguir apostando por crecer y reducir pobreza

Finalmente, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump cumplió con su promesa electoral de retirar a la gran nación del norte del Acuerdo Transpacífico y, de una u otra manera, el impulso globalizador que se desarrolló en el planeta desde la era Reagan-Thatcher entró en un gran paréntesis. Si a la decisión del mandatario estadounidense le sumamos el retiro del Reino Unido de la Unión Europea y las tendencias nacionalistas desatadas en los países europeos es evidente que el mundo ha ingresado a una etapa distinta. Lo paradójico de esta situación es que China —que, durante todo el siglo XX representó el proteccionismo, el estatismo y el modelo comunista— hoy aparece encabezando las tendencias globalizadoras a favor del libre comercio.

Sin embargo, antes de sacar conclusiones apresuradas vale detenerse en algunas consideraciones de la actual globalización que, a diferencia de procesos anteriores, se ha basado fundamentalmente en el libre comercio. Nunca en la historia de la humanidad la pobreza extrema se había reducido al 10% de la población mundial, y nunca tampoco las clases medias del mundo se habían expandido tanto como ahora. Un estudio de la OCDE, basado en la actual globalización, por ejemplo, señalaba que en el 2030 las clases medias iban a sumar alrededor de 5,000 millones de personas, una cifra que entonces correspondería a más de la mitad de la población.

¿Por qué entonces se percibe una contraofensiva proteccionista en Occidente? La respuesta es simple: la reducción de pobreza y el aumento de las clases medias se produjo principalmente en los países emergentes (China e India) que se engancharon en las olas globalizadoras del comercio mundial. En ese sentido, la desigualdad promedio del mundo se redujo considerablemente. Sin embargo en los países occidentales se desató la llamada IV Revolución Industrial, que disparó dramáticamente las desigualdades entre los trabajadores altamente calificados —de empresas como Facebook, Google y Microsoft— y los trabajadores de las industrias tradicionales. Esto golpeó seriamente a las clases medias occidentales y, en semejante escenario, empezaron a surgir las propuestas proteccionistas y populistas que pretenden atribuirle las culpas al libre comercio mundial.

La historia universal está construida de estos malos entendidos. Cuando en el siglo XIII China era una superpotencia que tenía una flota de 2,000 barcos de cinco pisos, que podían conquistar el planeta entero —los europeos entonces se vestían con pieles—, a un emperador se le ocurrió interrumpir la globalización china y plantear el criterio de China hacia adentro. Siglos después los ingleses conquistaban China.

Es inevitable que, en este contexto, resurjan las propuestas proteccionistas y estatistas en el Perú. Aquí debemos señalar lo que vale para el mundo: el Perú hoy atraviesa el mejor momento de su historia republicana gracias a los más de 17 TLC firmados, que nos han permitido triplicar el PBI, reducir la pobreza a solo un quinto de la población, expandir las clases medias y organizar una democracia que avanza hacia su quinta elección nacional sin interrupciones. En comparación de los estados proteccionistas de Brasil y Venezuela, que se caen a pedazos, el Perú es una sucursal del Paraíso, no obstante sus innumerables problemas. ¿Cómo entonces abandonar el camino del libre comercio? Sería una locura. Solo nos resta decir que el sentido común nos indica que debemos persistir en el libre comercio.