Innovación, educación y IV Revolución Industrial

América Latina sigue descendiendo en innovaciones

Todos los especialistas señalan que la IV Revolución Industrial y la economía del futuro se basarán en el conocimiento y la innovación. Occidente lideró el desarrollo en el planeta por la explosión de innovaciones tecnológicas que impulsaron la Revolución Industrial y cambiaron la economía y la sociedad. Hoy los países asiáticos se han lanzado a una especie de carrera contra el tiempo, y las solicitudes de patentes que presentan a la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) de la ONU se incrementan cada año. En contraste, América Latina y el Perú parecen estar fuera de esta carrera.

En un interesante artículo, Andrés Oppenheimer (“América Latina, estancada en innovación”) informa que en el 2015 todos los países de América Latina presentaron 1,216 solicitudes de patentes a la OMPI, una cantidad que representa el 10% de las presentadas por Corea del Sur y mucho menos que las presentadas por Israel. Brasil presentó 547, México 320, Chile 167, Colombia 86, Argentina 28, Perú 25 y Panamá 15. Oppenheimer agrega que Brasil destina el 1.2% de su PBI a la innovación tecnológica, Argentina 0.6%, Costa Rica 0.5%, México 0.4%, Colombia 0.17% y el Perú 0.15%. Según el Banco Mundial Corea del Sur gasta en innovación 4.04% de su PBI y Estados Unidos 2.79%.

Las cifras son estremecedoras. Si en América Latina el sector privado y el Estado no asumen la importancia y necesidad de ingresar a las grandes tendencias de la innovación tecnológica, tarde o temprano la sola explotación de los recursos naturales nos condenara a ser la cenicienta del planeta, porque todos los continentes están en la carrera de la innovación.

¿Cuáles son las claves para engancharnos en estos procesos? Está fuera de duda que necesitamos un medio ambiente legal y social que favorezca la innovación. Desde la protección de los derechos de propiedad hasta el cumplimiento de los contratos. Si Facebook, Microsoft y Google surgieron en Estados Unidos y no en China es porque estos aspectos pesan mucho a la hora de desatar las fuerzas de la innovación.

Pero detrás del ambiente legal y social a favor de la innovación, se necesita una reforma educativa que se organice alrededor de este eje. El impulso reformista del ministro de Educación, Jaime Saavedra, es loable en su afán de recuperar la calidad en el magisterio y en el aula. Pero es absolutamente errático en su intento de centralizar la oferta educativa y la acreditación de la calidad en el Estado y los funcionarios del sector. Esa idea de reforma corresponde más bien a un concepto del siglo XIX y de la primera mitad del XX, antes que a las grandes tendencias que desarrollan dialécticas entre educación e innovación.

Afrontar los desafíos de la IV Revolución Industrial exige convertir a la sociedad y a los ciudadanos en los principales actores de la reforma educativa. Se requiere que surjan Silicon Valley de aquí para allá, ya sea por el impulso del Estado, los privados o la comunidad. Se necesita que la economía, la educación y la empresa construyan todos los puentes necesarios para que se desaten las fuerzas innovadoras en función de los mercados.

Ninguno de estos objetivos será posible si la oferta educativa está centralizada en el Estado y la acreditación educativa sobre por dónde deben avanzar la academia, la ciencia y la tecnología reposa en los escritorios de los burócratas. Suena a locura.