Editorial Economía

¡Anticapitalistas disfrazados de consumidores!

De la guerra de la leche a la guerra del cacao

¡Anticapitalistas disfrazados de consumidores!
  • 14 de agosto del 2017

De la guerra de la leche a la guerra del cacao

En este portal lo hemos sostenido más de una vez: el nuevo sueño de la izquierda es apropiarse de las banderas del consumidor, tal como alguna vez lo hizo de los temas de Derechos Humanos, de la ecología y del medio ambiente y de las cuestiones de género. Sin embargo en el de los consumidores se plantea un verdadero oxímoron: enfrentar a consumidores contra empresas, a consumidores contra el mercado. Un despropósito que no resiste el menor análisis.

La izquierda no necesita ganar el gobierno, controlar el Congreso ni las instituciones tutelares para hacer pasar su mensaje. El primer campanazo lo representó el caso Pura Vida, en el que congresistas y ministros parecían competir por quién era el más bravo contra un producto lácteo, no obstante que la etiqueta del producto estaba de acuerdo a los reglamentos y el correspondiente registro sanitario. Pura Vida salió del mercado antes de que se aprobara una nueva reglamentación, pero ahora está de regreso con etiqueta cambiada. Si algo se debía cambiar, en una sociedad de mercado las cosas habrían sido diferentes. ¿O no?

Uno de los principales protagonistas de esta “cruzada de los consumidores en contra de las empresas” es el titular del Ministerio de Agricultura (Minagri), José Hernández. El hombre demostró su vena populista y, quizá sin ser demasiado consciente, su parentesco con la izquierda estatista, en los casos Pura Vida y en la defensa de la ley que prohibía utilizar leche en polvo importada para elaborar productos lácteos, y que luego fuera observada por el Ejecutivo. Ahora el titular del Minagri encabeza “la guerra del cacao” porque, según un nuevo proyecto de reglamento del sector, el tradicional Sublime —que a muchos acompaña desde la niñez— dejará de llamarse chocolate porque no tiene el porcentaje de cacao que el ministro de Agricultura considera el mínimo necesario para acceder a esta denominación. De la noche a la mañana entonces aparecerá un Sublime con más cacao, y si las cosas se arreglan de esa manera, ¿por qué no pensar en Sublime casi con puro cacao?

El problema del ministro Hernández es que olvida que en el mundo real, en el mundo del mercado y también en el territorio estatista, nadie puede escapar a la variable de los precios. Es decir, si el reglamento del Minagri pasara, tarde o temprano, los precios de los chocolates peruanos se dispararían hacia los cielos e, inevitablemente, el Sublime morirá y también la empresa que lo produce. Pero, ¿hacia dónde vamos con este reglamentarismo que ignora que en una sociedad de mercado los únicos soberanos de las marcas, los precios y el éxito de las empresas son los consumidores?

Quizá vale recordar que las cosas en Venezuela empezaron con iniciativas como la del titular del Minagri. En la Venezuela chavista, por ejemplo, el propio Hugo Chávez lideró una cruzada contra los precios de los alquileres de las viviendas para determinar qué arriendo caía en la usura y que otro no. Poco a poco la avalancha estatista fue ahogando la soberanía de los consumidores, hasta que final se configuró la tragedia humanitaria que hoy todos contemplamos en el país llanero.

Hoy en el país de Bolívar no hay una sociedad de consumidores, sino de una inmensa masa de desesperados que se arranchan el papel higiénico, los huevos, el pan y todos los productos de primera necesidad. Por ejemplo, con la masiva migración de venezolanos a Lima, se conoce de casos en los que las mujeres de ese país rompen en llanto cuando encuentran pan en las panaderías.

¿Extremismo proempresarial? De ninguna manera. La izquierda pretende que nos acostumbremos a casos como el de Pura Vida, Sublime, los chocolates y otros que ya seguramente vendrán. Pretende que nos acostumbremos para que, de manera gradual, una mañana nos despertemos en una economía con los controles desbordados, y cuando eso sucede los mercados empiezan a desmoronarse. En ese contexto, la desesperación lleva a algunos a escuchar el discurso anticapitalista, tal como pasó en la Venezuela chavista cuando Chávez culpaba de la falta de huevos y leche al sabotaje capitalista.

A los activistas de la izquierda que pretenden apropiarse de las banderas de la defensa de los consumidores solo basta recordarles que una sociedad de consumidores no existe sin empresas, sin mercados ni precios libres. Es decir, sin la soberanía del consumidor para decidir si compra el tradicional Sublime o no. Allí donde no hay empresas ni mercados, desde la pasada experiencia soviética hasta el chavismo de hoy, solo existen masas desesperadas que se arranchan el papel higiénico.

  • 14 de agosto del 2017

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