Editorial Cultura

El renacido: una odisea en versión western

El renacido: una odisea en versión western
  • 16 de febrero del 2016

Sobre la última película del mexicano Alejandro González Iñárritu

Con doce nominaciones al Oscar (que incluyen las categorías más importantes: Mejor película, Mejor director y Mejor actor) El renacido (2016) resulta una de las películas más esperadas de la presente temporada. También la consagración definitiva de su director, el mexicano Alejandro González Iñárritu (1963) como uno de los más importantes cineastas de la actualidad, pues ya el año pasado su película Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia obtuvo el Oscar a Mejor Película. Y lo más interesante es que se trata de dos películas completamente opuestas: Birdman era una historia desarrollada en “tiempo real”, en los interiores de un teatro y con una temática artística y existencial; El renacido, en cambio, es casi un western, un extenso relato de aventuras en medio de impresionantes paisajes naturales y pleno de escenas de acción extrema.

Los sucesos nos remiten a 1820, en Dakota (en la fría frontera norte de Estados Unidos), a una expedición de cazadores, guiados por Hugh Glass (interpretado por Leonardo DiCaprio). Los primeros minutos nos muestran cómo estos hombres son atacados por sorpresa por los nativos Arikara; una secuencia solo comparable con las de grandes películas de guerra. Los cazadores sobrevivientes tienen que huir por los caminos más inhóspitos, enfrentando al frío y todas las amenazas de la naturaleza; así es como Glass llega a pelear con un enorme oso pardo (otra gran secuencia de acción) que lo deja malherido, casi muerto. Al no poder transportarlo en ese estado, Glass queda al cuidado de un pequeño grupo, conformado por su propio hijo (Hawk), el joven Bridger y el malvado Fitzgerald (Tom Hardy). Pronto Fitzgerald decide salvarse solo, mata a Hawk y abandona a Glass, dándolo por muerto. Pero Glass se las arregla para sobrevivir, superando las mayores dificultades, animado por la necesidad de vengar el asesinato de su hijo.

Si hay algo que se remarca insistentemente es que Glass es un “renacido” en muchos sentidos: culturalmente, porque se “casa” con una indígena (la madre de su hijo), quien le transmite mucho de la sabiduría ancestral de su pueblo; físicamente Glass renace varias veces: tras la pelea con el oso, cuando sale de la fosa en que lo metió Fitzgerald, cuando se salva de las torrentosas aguas del río, cuando se protege del frío ocultándose en el cuerpo de un caballo recién muerto, etc. Y por último es un renacido “espiritual”, pues en sus momentos de agonía tiene visiones metafísicas relacionadas con el cristianismo y la mitología indígena. Pero este aspecto, el espiritual, es el menos logrado de todos, al punto de parecer un añadido injustificado.

Como desde su primera película, la mexicana Amores perros (2000), González Iñárritu vuelve a mostrar su versatilidad como director en la más diversas circunstancias, desde batallas campales hasta diálogos íntimos e imágenes oníricas. Además esta vez cuenta con dos excelentes colaboradores: el reconocido director de fotografía Emmanuel Lubezkii (también mexicano y ganador de dos premios Oscar) quien aprovecha al máximo las posibilidades visuales de los paisajes naturales; y el actor Leonardo DiCaprio, que realiza aquí el mejor trabajo de toda su trayectoria artística. No solo por el gran desafío físico que representan las peripecias de Glass (toda una odisea en versión western); también por el hecho de que en gran parte de la película (después de la pelea con el oso) no puede hablar y apenas logra desplazarse arrastrándose. Así, buena parte del peso dramático descansa en su expresividad corporal, o en los gestos de su rostro lleno de cicatrices, que aparece recurrentemente en primer plano; al punto que en algunos momentos su respiración llega a empañar el lente de la cámara. Y DiCaprio sale muy bien librado del reto. Sin duda, una performance digna de un Oscar.

Se le pueden hacer algunos reparos a la película. Por ejemplo, que hay varias secuencias que parecen sobrar (lo que sigue al rescate de la hija del jefe indio, por ejemplo) y que hacen que la película dure más de dos horas y media. También el escaso desarrollo y evolución de los personajes (salvo el siniestro Fitzgerald, todo un malvado shakespereano); o que algunas de las escenas resulten más artificiosas que artísticas. Pero en realidad se trata de reparos menores, pues El renacido es una excelente película, la mejor de toda la obra de González Iñárritu.

 
  • 16 de febrero del 2016

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