Darío Enríquez
Yonhy Lescano: acosador y cortina de humo
Sus contradictorias versiones lo hunden y Gobierno usa su desgracia

Debo decirte, mi estimado pulpín de la tercera edad, que al inicio de esta algarada mediática le otorgaba el beneficio de la duda a tu falso ídolo Yonhy Lescano. En nuestro Perú de hoy —magalyzado, laurabozzeado y cuartopoderizado (permíteme estos groseros neologismos)— la dimensión desconocida es una instancia absurda y risible. Pero las sucesivas versiones —tristes, jocosas y contradictorias— de la estrella más fulgurante del reality show político de la semana, lo condenan. El gran aparato mediático que inició una funesta y soterrada defensa del susodicho, una vez más cae en el descrédito y la vergüenza ajena. Y tú, mi estimado muchachito del ayer, eres arrastrado por las evidencias incontestables.
Solo queda un puñado de tercos seudo ideologizados, en verdad motivados por el odio “a los otros”, que pretende sostener lo insostenible: que Lescano no hizo nada, que es inocente como el arrullo de una paloma y que en verdad es una pobre víctima del “fuji-apro-cipriani-mudismo”. Ni su partido, Acción Popular, se compromete con su indefendible correligionario. Un poco más y el buen Yonhy ensaya la defensa: “Pero no es mi letra”, ante el aplauso de su cada vez más reducida grey. Si sigues en eso, mi estimado, solo puedo darte un consejo: busca ayuda profesional.
Hay dos temas muy importantes que trataremos a continuación. La inconducta de Lescano es imbarajable. Sin embargo, aún queda pendiente demostrar que hubo acoso sexual. Más allá de absurdas interpretaciones de leyes escritas desde el vestigial cerebro reptiliano que usan los activistas feminazis, lo que debe acompañar al análisis es determinar si en los avances sexuales de Lescano contra la mujer denunciante se cumplía el supuesto de una relación de poder sobre ella. No debes olvidarlo: la minifalda nunca será causa de la violación ni disculpa para el violador. Nunca.
Curiosamente, el despliegue de todo un aparato mediático que aplica una moledora de carne contra la mujer denunciante para proteger a Lescano, nos habla de un poder real que este tendría, y que fácilmente podría haber usado para consumar un despreciable acoso sexual contra ella. Con ese poder, no es descabellado suponer que una llamada telefónica del congresista acciopopulista al dueño de un medio de comunicación podría poner en aprietos e incluso causar el despido de cualquiera. Es una paradoja que el intento por blindar mediáticamente a Lescano haya puesto en evidencia los elementos de probanza de que su inconducta finalmente podría caer en la calificación de un acoso sexual, penado con cárcel entre tres y ocho años. Es decir, la prisión efectiva puede darse en este caso, teniendo en cuenta que va acumulando uno tras otro los agravantes que llevarían a eso.
Otro tema es la sobreexposición de esta noticia. Es evidente que al Gobierno de Martín Vizcarra le cae de perlas que todos los titulares se dediquen al morboso tema de Lescano y no se trate el grosero derroche en el avión presidencial parrandero, con el que se ha perpetrado un frívolo paseo por Europa llevando una pandilla de más de 80 zánganos.
Pero no crean que es así. La nueva felonía de los políticos indolentes, encabezados por el presidente Vizcarra, no ha pasado desapercibida. La indignación colectiva se va acumulando peligrosamente. De hecho, solo el peso demográfico de Lima le permite a la dupla mediática (que nos hace evocar a Bonnie & Clyde) mantener la publicación de encuestas favorables al Gobierno de Vizcarra.
Para variar, Lima reacciona tarde y se pone de espaldas al resto del país. El sur y el oriente descalifican a Vizcarra, y el norte echa fuego contra quien sigue meciendo la cuna de una fallida reconstrucción. Todos perdemos. Ganan nuevamente los “cachorros” de Odebrecht y los “injertos” de Graña. De hecho, uno de ellos, que responde al nombre de Augusto Rey —ahijado de las intocables Susana Villarán De la Puente y Susana De la Puente Wiese por añadidura—, sería el reemplazo de Yonhy Lescano en el Congreso, si es que el acciopopulista es desaforado. ¡Qué te parece, Venancio, qué te parece!
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