Miguel Rodriguez Sosa
Washington-Moscú: marear la perdiz
La diplomacia de Putin hace frente a las gestiones del gobierno de Trump

En la diplomacia, los gestos tienen mucho valor. Como el de Vladimir Putin concediendo apenas un breve espacio en su agenda al emisario de la Casa Blanca, Steve Witkoff, quien llegó el jueves 13 a Moscú con la intención de informarle del contenido del acuerdo alcanzado por EE.UU. con Ucrania en Arabia Saudita para una tregua de 30 días en la ruinosa guerra. Putin lo recibió a última hora de la tarde y a puerta cerrada, sin declaración posterior. Ese día el gobernante moscovita concedió más importancia a una enésima reunión con su homólogo bielorruso, Alexánder Lukashenko. Para esta ocasión sí hubo rueda de prensa de ambos mandatarios y Putin se mostró «a favor del alto al fuego», aunque asegurando que «hay inconvenientes» y que con la parte estadounidense tendrá que abordar los «matices» de un entendimiento.
Previamente, funcionarios rusos habían comunicado a sus homólogos de EE.UU. el rechazo a que el enviado especial de Donald Trump a Rusia para forjar la paz, Keith Kellogg, participe en las discusiones de alto nivel. Se conoce que en la valoración rusa Kellogg ha perdido presencia y se había ausentado de algunas discusiones en las últimas semanas, incluida una reunión en la que participaron el consejero estadounidense de seguridad nacional, Mike Waltz, acompañando al secretario de Estado, Marco Rubio, ante una delegación ucraniana en Riad, y también estuvo ausente en una reunión de alto nivel con rusos en febrero y en el mismo lugar.
Es con estos gestos que la diplomacia de Putin hace frente a las gestiones del gobierno de Trump para poner fin al conflicto armado que lleva ya más de tres años de duración. Lo que tales señales indican es que la Rusia de Putin demanda la más atenta participación de EE.UU. con sus decisores del más alto nivel, en las conversaciones en curso, para que se decanten en negociaciones efectivas.
Esa posición es consistente con declaraciones del propio presidente Putin expresando cautela ante la propuesta de EE.UU. extendida a Ucrania y aceptada de inmediato por ésta. Es que hay que tener en cuenta la situación sobre el terreno en el área del conflicto. En el momento actual las fuerzas militares rusas se han asentado firmes en la mayor parte del territorio de la provincia de Kursk, cuya ciudad principal ha sido abandonada por las tropas de Kiev al amparo de una declaración de que la zona «ha perdido interés estratégico», lo que en realidad revela una desordenada retirada. El jefe de las fuerzas armadas de Ucrania, Oleksandr Syrsky, también indicó el miércoles 12 que sus tropas se estaban retirando debido a que «en la situación más difícil, mi prioridad ha sido y sigue siendo salvar las vidas de los soldados ucranianos», cuando cunde el descontento de las tropas y las deserciones. Además, fuerzas rusas han asegurado el control del territorio ruso adyacente que los ucranianos habían invadido en agosto del 2024. Sobre el terreno es claro que Rusia tiene una posición militar muy ventajosa y no muestra intención alguna de conceder que esa ventaja disminuya si un cese de fuegos pudiera servir a Ucrania para reagrupar fuerzas con nueva ayuda militar de la OTAN.
Debería ser claro que Vladimir Putin apoya la idea, en principio, de un cese de las hostilidades. Pero matiza su postura señalando que eso debe conducir a una paz duradera que elimine las «causas profundas del conflicto», con lo que se refiere a la expansión de la OTAN cercando a Rusia y a la cuestionada soberanía ucraniana sobre las provincias limítrofes con población mayoritariamente rusa. Es indudable que Rusia requerirá garantías de EE.UU. (y de otras partes, si las hubiera: la Unión Europea) de que la propuesta tregua de 30 días no servirá para que Ucrania se refuerce militarmente con el apoyo de la OTAN, como ya lo hizo cuando el cese de hostilidades en la guerra del Donbass el 2014. Hay además cuestiones de detalle, como las concernientes a qué significaría un cese del fuego para la presencia de fuerzas rusas en Kursk. ¿Se mantendrían en el área o deberían replegarse?, y respecto de cómo funcionaría la tregua en la línea de frente de casi 1.000 kilómetros «calientes», y acerca de cómo se evaluarían las eventuales violaciones del status quo. También, si el mantenimiento del cese de fuegos va a involucrar alguna forma de fuerzas de paz, o si, como ha sido planteado por Francia en la UE, más bien sería una presencia militar europea de contención en respaldo a las fuerzas militares ucranianas, lo que sería inaceptable para Moscú.
Son cuestiones acuciantes como esas las que se reflejan en la actitud de Putin, que asiente a un cese del fuego, pero previene de que sólo lo suscribirá si se atiende en forma compositiva a las condiciones aquí mencionadas.
El mandatario ruso también ha manifestado que un acuerdo inicial para finalizar las hostilidades debería involucrar el cese de suministros de armas a Ucrania y el cese de la movilización en ese país, así como formalizar el retiro de las tropas ucranianas justo en un momento de rápido avance de las tropas rusas en el frente con la reconquista de Sudzha, una ciudad clave de la región fronteriza de Kursk, que Ucrania invadió el año pasado en un ataque sorpresa.
No debiera sorprender que Rusia inicie un examen de la propuesta acordada entre EE.UU. y Ucrania con una posición maximalista en sus pretensiones. Es lo usual y probablemente se flexibilizaría en negociaciones. Hay que tener presente que si Rusia plantea esas condiciones u otras semejantes es porque está obligada por las circunstancias a obtener el mayor beneficio posible de su actual ventaja militar en el terreno del conflicto; lo mismo que haría cualquier otro estado en ese escenario.
Entonces hay que valorar también las manifestaciones de Volodimir Zelenski desde Ucrania, señalando que la inicial y condicionada aquiescencia rusa a la tregua propuesta por EE.UU. es altamente predecible por tener una apariencia manipuladora que encubre la intención de preparar su rechazo del alto al fuego y la pretensión de continuar la guerra, lo que no se atreve a decirlo claramente Putin a Trump. Zelenski afirma que durante el alto al fuego hay la oportunidad de preparar respuestas a todas las preguntas sobre la seguridad a largo plazo y una paz real y duradera entre Ucrania y Rusia, para lo que está dispuesto «a trabajar de la forma más rápida y constructiva posible» considerando que «no estamos poniendo condiciones que compliquen el proceso», pero a continuación señala que es Rusia «como siempre hemos dicho, el único que está dando largas, el único que no es constructivo».
Esta última es una mención exaltada viniendo de quien, Zelenski, ha recuperado participación en unas conversaciones sobre la situación de su país que se venían llevando a cabo excluyéndolo, sólo entre Rusia y EE.UU., tanto en Estambul como antes en Riad. Que en esta última capital delegaciones de EE.UU. y Ucrania se hayan sentado acordando una propuesta estadounidense de cese del fuego parece haberle subido los humos al mandatario ucraniano, más todavía al conocer la declaración siguiente de Marco Rubio: «El acuerdo de cese al fuego con Ucrania no se apalabró de antemano con Rusia. Si lo rechazan, sus intenciones quedarán muy claras. La pelota está en su tejado». Tal vez crea que el secretario de Estado está tirando por la borda los tratos antecedentes con Rusia, lo que sería ininteligible más que inexplicable. Estoy entre los que opinan que Zelenski no está entendiendo bien que Rubio marcha con propósito de «marear la perdiz», esa notable expresión del mundo cinegético que significa actuar con rodeos, circunloquios o dilaciones a la resolución de un problema, como mera táctica dilatoria.
En el curso de la zigzagueante y muy interesada empresa estadounidense de conseguir una paz para Ucrania y Rusia, el gobierno de Trump lanza la pelota sobre el tejado de Kiev o el de Moscú, según le convenga, para abrir espacios al conocimiento de sus pretensiones antes de mediar al respecto. Sería ingenuo creer que por el hecho de admitir a Zelenski en el juego, Washington y Moscú van a cambiar sus estrategias de poder mundial, impuestas sobre actores que consideran escasamente gravitantes, como la Unión Europea.
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