Dante Bobadilla

Vote por un churro

En cada elección hay un elemento emocional que define el resultado

Vote por un churro
Dante Bobadilla
10 de febrero del 2021


Dos señoritas en la fila del supermercado conversan de política, o es lo que parece. Una dice que votará por George Forsyth porque es el más guapo. La otra concuerda y le asegura otro voto al guapo candidato. La escena evoca el ambiente electoral de 1985, cuando el joven candidato Alan García aglutinó el voto femenino gracias a su sonrisa natural, fulgor intelectual, verbo florido y poses de galán de telenovela venezolana, lo que le bastó para arrasar en primera vuelta.

Ignoro si la sociología ha investigado los entretelones del voto femenino, pero parece que no es tan político como se esperaba. La única razón por la que el joven ex arquero estremece y atrae el voto femenino es su pinta de blanquito aburguesado. Y seguramente asesorado por expertos en el voto, el candidato Daniel Salaverry ha optado por conquistar a las féminas a través del bailecito sensual vía TikTok, ataviado con casaca de cuero, lentes oscuros y pelo engominado. 

Pero los hombres no votan mejor. Recordemos que votaron por la nalga de Susy Diaz y por varios personajes folclóricos como “El angelito del once”, gran aporte del fujimorismo a la política. Conscientes del voto popular, los partidos prefieren colocar en sus listas a toda suerte de anzuelos electorales, como la generación de voleybolistas que no dejaron nada de su paso por tres congresos. Pero nada es más triste que ver políticos de trayectoria, técnicos reconocidos y hasta intelectuales probos colocándose como pajes al servicio de cualquier mamarracho electoral en campaña.

No me sorprendería ver una segunda vuelta entre George Forsyth y Yonhy Lescano, y acabar siendo gobernados por el émulo puneño de Elmer Cáceres Llica. Ese podría ser el final del Perú, luego de banalizar el voto creyendo que la democracia consiste solo en darle el voto a las multitudes. Obviamente el voto femenino nunca mejoró la democracia, tampoco lo hizo reducir el voto a los 18 años, y menos darles el voto a los analfabetos. Mucho menos llevar a todos a las urnas de manera compulsiva. Es hora de pensar en otra cosa. Al 75% de los peruanos no le interesa un comino la política, y ni los candidatos saben diferenciar entre izquierda y derecha.

Pero mientras se prefieran las ideologías y creencias sobre la democracia, la realidad siempre será lo que menos importa. Cuestionar la democracia basada en el voto indiscriminado es políticamente incorrecto. La voz del pueblo es la voz de Dios, reza el dogma. Y nadie lo duda, pese a sus resultados. Los populistas adoran este dogma. Los analistas discuten planes de gobierno como si estos importaran. Se preocupan por un pacto ético entre el establishment de la política. Promueven debates entre ignorantes que no tienen idea de lo que hablan y que aparecen de la nada en la política, como los improvisados que saltan al ruedo sin capa ni espada ni traje. 

Los planes de gobierno parecen simples trabajos escolares llenos de voluntarismo populista, donde abundan las típicas promesas como fortaleceremos, garantizaremos, aseguraremos, etc. ¿Qué quedó del más grande y ambicioso plan de gobierno que presentó Ollanta Humala en el 2011 titulado “La gran transformación”? Un grueso mamotreto que hablaba hasta de centrales nucleares de generación eléctrica. Apenas una inútil refinería que hasta hoy no acaba de construirse, y cuyo costo ya supera los US$ 6,000 millones. 

En cada elección hay un fuerte elemento emocional que define el resultado. Es el miedo o el odio. En el 2001 operaron ambos, cuando Toledo capitalizó la genuina indignación contra el fujimontesinismo y el miedo al retorno de Alan García. En el 2006 Alan García aprovechó el miedo que generaba Ollanta Humala como candidato del chavismo. En el 2011 Ollanta Humala se convirtió en candidato de Lula, del PT y del chavismo latinoamericano que –apenas instalado– empezó a comprar conciencias y montar su maquinaria de control político. Entonces alimentaron al monstruo del antifujimorismo. 

El 2016 repitieron la exitosa fórmula del antifujimorismo, aunque tuvieron que apelar a toda clase de tretas para ganar raspando. Pero la maquinaria siguió operando. En los últimos cuatro años se han dedicado a debilitar a los partidos y copar instituciones. Hasta tumbaron a Merino desesperadamente para no perder el control. La pregunta clave es: ¿cuál será el componente emocional en esta ocasión?, ¿cuál será el candidato elegido por el establishment?

Dante Bobadilla
10 de febrero del 2021

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