Eduardo Zapata

Violencia metonímica

Se extiende sobre la ignorancia de la finalidad de la protesta

Violencia metonímica
Eduardo Zapata
08 de julio del 2020


Era el 31 de agosto de 1992. Horacio Gago, en ese entonces Director del diario oficial
El Peruano, nos convocó con urgencia a una Mesa Redonda a realizarse en el diario. ¿El tema? Sendero Luminoso y sus perspectivas. ¿Los asistentes? Fernando Silva Santisteban, Jorge Salazar, Guillermo Nugent, Pablo Sánchez, Juan Biondi y el suscrito.

Como recordamos, el 16 de julio de ese año había estallado un coche bomba en el corazón de Miraflores. Los 25 muertos y los más de 200 heridos evidentemente habían convocado mayor espacio en los medios que el que toda la subversión terrorista había tenido en los doce años previos del conflicto. Donde los atentados y la barbarie se ensañaron en el Ande peruano, donde las víctimas eran fundamentalmente campesinos, ronderos y alcaldes. Lógicamente también policías y militares.

Pero ya antes de Tarata, Sendero Luminoso había realizado acciones previas en Lima. Efectivas para sembrar terror como decía su estrategia. La violencia revolucionaria era también, y con antelación, un instrumento para ocupar mentes y dejar allí la inminencia del terror y la inminencia de la toma del poder. De hecho –y temo que por ese terror– muchos intelectuales habían comenzado ya a hablar de conflicto armado interno, de subversión a secas, de una fuerza militar paritaria; con la idea de que aquí se producía una guerra civil.

En aquella Mesa –y eso fue publicado el 1 de setiembre de 1992– dijimos: “Quiero subrayar que si hablamos de marxismo estamos hablando de una doctrina que nace con la escribalidad. Una doctrina escribal en un mundo donde la escribalidad está en retroceso, no tiene futuro como doctrina cerrada y totalitaria”. Y añadíamos: “Esa doctrina escribal no da más, pero el pensamiento de Gonzalo podría existir como una realidad si da el paso para tomar los espacios de oralidad y semialfabetización que están dados en el Perú, pero ello supone abandonar la rigidez totalitaria escribal y caminar hacia la argumentación”.

Mientras preparaban cintas y micrófonos para la Mesa Redonda, repetimos algo que habíamos definido en la revista Cuestión de Estado: la violencia metonímica y su riesgo.

Mientras Sendero representaba el ejercicio de la violencia metafórica –es decir, basada en semejantes y desemejantes– era relativamente predecible y anticipable su proceder. Del lado del Estado estaban unos que eran hasta morfológicamente semejantes; del lado del Nuevo Estado eran otros también hasta morfológicamente identificables.

Pero nuestra preocupación –lo expresamos durante la Mesa– era la violencia metonímica. Aquella que funciona por contigüidad y que, entonces, se desenvuelve allí donde encuentre un cuerpo huésped dispuesto a admitirla y sumarse. No importando la semejanza ideológica ya.

Cuando vemos hoy simultáneamente actos de violencia en varias ciudades del mundo estamos ante una violencia metonímica. Basta que un grupo encienda una mecha en nombre del medio ambiente, por ejemplo, para que los insatisfechos con las políticas de género se sumen. Y también todos los individuos y grupos que –no siendo marxistas– se sienten marginados por el Estado. La violencia se extiende así a veces sobre la ignorancia de la finalidad de la protesta misma y –más todavía– de los designios de quienes pretenden aprovechar esta violencia. Las izquierdas radicales e ideologizadas.

Los actores de las acciones son mayoritariamente jóvenes. Muchos de los cuales ignoran su propia causa. E ignoran más todavía el sentido de la causa que tiene esta violencia para los subyacentes promotores.

Esta es la violencia que resulta ideal para la llamada revolución molecular disipada (concepto de Guattari), que no tendría éxito sobre la base de de la violencia metafórica, pero que encuentra terreno fértil en la violencia metonímica. Fértil como ninguno para quienes saben que no podrían convocar esas acciones con su ideología expuesta y manifiesta.

Por ello decíamos en aquella Mesa Redonda, refiriéndonos al pensamiento Gonzalo y su posible ´éxito´: “…ello supone abandonar la rigidez total de la doctrina escribal y caminar hacia la argumentación”. Un imposible teórico para un ser escrupuloso de la recitación del libreto maoísta como Abimael. Un derrotero sí imposible para quienes no conciben la lucha como ideológica, sino como pragmática.

Atención entonces a los periodistas. Aplaudir una causa en la que pueden creer no significa avalar solo esa causa. Implica a veces ponerle la firma a una violencia que tiene un sentido ulterior que mañana aplastará la causa que hoy aplauden. La historia lo dice.

Eduardo Zapata
08 de julio del 2020

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