Eduardo Zapata
Violencia de género y ceguera intelectual II
Realidad es peor de lo que aparece en los medios

Conversábamos en una nota anterior sobre la aparente “sorpresa” que nos ha causado el incremento de la violencia contra la mujer en los últimos tiempos. Y decíamos al respecto que ya en un libro publicado en los ochenta habíamos recogido grabaciones de oradores de la calle que —en puridad— eran vendedores de afrodisíacos y somníferos, y que ofertaban sus productos con “didácticas” clases para la utilización “debida” de sus ilegales pócimas.
Las “clases” enseñaban desde cómo acercarse a la chica deseada, cómo invitarla, cómo distraerla para utilizar la pócima, cómo llevarla a un hotel, qué hoteles se prestaban y hasta cómo realizar el acto sexual “sin dejar huella”. “Ellas ni se van a dar cuenta al día siguiente”, concluían en sus clases.
La ciudad —lo hemos dicho— convertida en escuela de violación. ¿La autoridad? Bien, gracias, por complicidad cultural, por alguna dádiva o porque en todo caso se trataba de una “falta” y no de un “delito”. Hay que decir que muchas veces también esas autoridades formaban parte entusiasta del alumnado.
¿Acaso no nos percatamos de la “naturalidad” con la que declaran hoy los violadores capturados? Peor aún ¿Acaso no nos percatamos de que las mismas mujeres suelen justificar el acto porque “el hombre tiene sus necesidades”. Continuidad de una cultura que estaba allí, pero de la cual no se debía hablar.
A nuestros amigos críticos que se asquean de la realidad, les recomendamos que perciban que viven en medio de ella. Y si no lo perciben, tal vez tengan instalado el mismo chip: de “seguro se lo merecía”. Claro, por ser mujeres.
Lamento que muchas niñas (sí, niñas) vean ya su cuerpo como un instrumento de intercambio por favores académicos o económicos, y que estén a veces reproduciendo conductas heredadas de sus mismos padres. Otra vez, continuidad de una cultura que estaba allí pero de la cual no se debía hablar. A fin de cuentas la habíamos cultivado sistemáticamente. En silencio oficial.
Hoy hacemos “escándalos mediáticos” por los casos en que participa algún personaje notorio, pero no proponemos necesarias campañas de salud mental y —es opinión personal— ciertos requisitos, por ejemplo, para la consolidación de un matrimonio. ¿Pruebas psiquiátricas? ¿Despistaje de alcoholismo y drogas? ¿Seguimiento a gestantes que reciben ayuda del Estado para ver si siguen consumiendo alcohol o drogas mientras gestan?. Hay que tomar en cuenta que están de por medio la cognitividad del futuro niño y sus valores.
Los que se “asqueaban” ayer con la publicación tal vez enarbolen la bandera de los derechos humanos y la libertad de asociación. En cualquier caso, solo pedimos que tomemos las cosas en serio, y medidas también en serio. No puede haber políticas públicas basadas en la irrealidad. Eso es gasto y no inversión.
Las marchas y las redes sociales pueden ser útiles. Siempre y cuando no sean simple ocasión para asegurar un escaño congresal, buscar la adhesión permanente de cierto voto femenino, pasar por ‘progre’ o simple ocasión de lucimiento. “La foto pal feis”.
Cualquier problema de salud mental requiere —para solucionarlo— la admisión de realidades. Y por duras que parezcan, requerirán la adopción de medidas poco gratificantes para muchos organismos que se dicen a la vez defensores de los derechos humanos y claman también — ante cámaras— por los derechos de la mujer. Sabiendo que la realidad es largamente peor de lo que aparece en los medios.
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