César Félix Sánchez
¿Verónika premier? Los caminos posibles de Castillo y Cerrón
Las dos opciones que tendría un posible gobierno de Perú Libre

Si se consuma el «fraude molecular» de junio, una de las conjeturas que viene circulado respecto a la formación del nuevo gabinete de Pedro Castillo gira en torno a Verónika Mendoza como premier. Esta versión, surgida el último viernes en Hildebrandt en sus 13, tiene el sabor de wishful thinking que tienen siempre los «trascendidos» de la galaxia caviar: «Digamos que es así, para que sea así». Aunque a estas alturas del partido todo se puede esperar del coloidal profesor Castillo, la posibilidad de un gabinete Mendoza despierta muchas perplejidades, incluso para la misma lógica e intereses del partido del lápiz.
Decía Carlos Meléndez que en todo el mundo la historia la escriben los vencedores; menos en el Perú, en que la escriben los caviares. Podríamos extrapolar el dictum a la política también: nunca ganan una elección, pero acaban siempre cogobernando.
Aquí tenemos a un frente como Juntos por el Perú (JP) que se ha venido desbarrancando de derrota en derrota desde las últimas dos elecciones, en torno a un partido, Nuevo Perú, incapaz de inscribirse pero con una pasión por okupar estructuras políticas y desalojar a sus dueños originales, que ahora presidiría el gabinete, en lugar de alguna figura del partido ganador o de alguna fuerza más consolidada. ¿La razón? Que, según quieren hacernos creer los mendocinos, sería el endose de Verónika el que le habría dado el triunfo al candidato del lápiz.
Aun suponiendo que en la política peruana existiese una capacidad de endose, es bastante difícil admitir que el 7.8% de Verónika haya podido catapultar a Castillo a su supuesto 50% en segunda vuelta. Por otro lado, asociarse exclusivamente con la sexta fuerza en las elecciones presidenciales y la séptima congresal, con una humilde bancada de cinco congresistas no creo que ayude a la consolidación en el poder de Pedro Castillo. Por lo demás, Castillo no tiene nada especial que agradecerle ni tampoco nada especial que ganar asociándose tan intensamente con ella. Salvo, quizás, mejorar su imagen en el Twitter barranquino.
Contra la especie de que JP «moderaría» a Perú Libre, es menester recordar que Juntos por el Perú durante la campaña se atrevió a realizar promesas incluso más radicales que las de Perú Libre. Así, por ejemplo, mientras el profesor solo mencionaba confusamente su deseo de acabar con la llamada telebasura y reemplazarla por programas culturales, Verónika Mendoza, por lo menos en dos ocasiones, y con una immutatio corporalis que revelaba (como siempre en ella) una indignación a duras penas contenida, planteó la posibilidad de hacer callar a los canales y periodistas que «atentasen contra la salud de los peruanos». Obvio: quien se encargaría de juzgar cuáles serían esos atentados y definir qué se entiende por salud de los peruanos sería el gobierno de Mendoza.
Curiosamente, Pedro Castillo, cuando ya aparecía expectante en las encuestas, deslindó con la descabellada propuesta mendocista de un impuesto a las grandes fortunas, provocando la ira de la candidata cusqueña que, junto con sus adláteres, como el caricaturista Carlín, descalificó al profesor llegando a compararlo con el «malvado» López-Aliaga. En lo único en que JP moderaría a Perú Libre es en las posiciones soberanistas de este último movimiento. Porque JP representa a la izquierda globalista, de ahí sus múltiples parentescos y vinculaciones con el centro globalista de Sagasti y Julio Guzmán (pensándolo bien, quizás no fue el endose de votos populares, sino el endose del apoyo del deep state de burócratas caviares globalistas, que controlan algunos poderes públicos, lo que llevaría a un cogobierno entre estas fuerzas y Castillo. Pero dejemos esta conjetura para un futuro artículo).
Cabe señalar que cuando Pedro Castillo no era atacado todavía por nadie (porque no era conocido por nadie), los que se esmeraban día y noche por demolerlo tanto en Lima como en provincias eran sus nuevos amigos actuales de Juntos por el Perú. No solo las comparaciones con López-Aliaga (que deben ser peor que el terruqueo para los izquierdistas), sino con la clásica monserga de género (véanse las grandes polémicas tuiteras de Vladimir Cerrón y Gahela Cari); y curiosamente, también con el terruqueo, especialmente por obra de los muchachos de Patria Roja, que hasta anteayer no más eran los más grandes terruqueadores de Pedro Castillo. Incluso Pedro Francke, que ahora funge de embajador de Verónika in partibus infidelium, se unió entonces al ahora también converso Hildebrant, caricaturizando a Perú Libre como una izquierda «aldeana» y «folklórica» (¡aj, fuchi!). Perú Libre los barrió en la primera vuelta y, ahora, como son nice y «están más preparados», se sienten con el derecho divino de ocupar con sus limeñas y afrancesadas humanidades el asiento que sus mayordomos «aldeanos» y «folklóricos» les consiguieron.
Siendo, entonces, el camino de la alianza con JP inútil y hasta cierto punto antinatural, ¿qué caminos le quedan a Castillo y Cerrón si logran hacerse con el poder? Solo dos. El maximalista: provocar un escenario revolucionario con dos gabinetes «inaceptables» para el Congreso (pienso en el gabinete Cerrón y el gabinete Bermejo), forzar una disolución del parlamento y convocar a unas elecciones donde la agitación callejera y la intervención descarada del poder estatal les otorguen una mayoría que les permita diseñar su proyecto marxista-leninista ad libitum. El problema de este escenario es que se jugarían el todo por el todo. Las condiciones subjetivas no están todavía plenamente cuajadas en el Perú: la mitad del país los rechaza vivamente e incluso su mitad no es tan suya, sino simplemente antikeikista. Así, podrían acabar derrocados en condiciones más complejas que las de Vizcarra o Merino.
Pero existe otro escenario: el minimalista. Allí, con la condición de pausar temporalmente su pedido de una asamblea constituyente, podrían generar una alianza –no solo parlamentaria– con Acción Popular y Alianza para el Progreso, dos fuerzas significativas que no creo que pongan muchos remilgos ante esta «coyuntura que exige responsabilidades históricas» (o ante esta oportunidad de tener puestitos en el Ejecutivo). Claro está que tendría que ser un cogobierno: no basta pretender pepekianamente concertar cada ley o cada pedido de facultades individualmente ni soñar con «llevarse» congresistas de las bancadas mayoritarias: tendría que ser una alianza a la antigua, con papelito firmado y participación proporcional de los partidos de marras en el gabinete. Quizás algún termocéfalo del lápiz sostenga que este escenario postergaría las «transformaciones históricas» que anhela el pueblo peruano. Creo estar en lo correcto al sostener que, en la segunda vuelta, el pueblo no votó por él por ningún anhelo, sino por odio a Keiko. Y, además, a medida que las denuncias sobre criolladas electorales, corruptelas varias y el rechazo de las llamadas fuerzas tutelares de la Patria se acrecienten, mejor para sus propios intereses será un Perú Libre reformista o incluso centrista en el poder que un Perú Libre encarcelado o desintegrado fuera de él.
Vladimir Cerrón será un marxista totalitario muy dinámico respecto al erario público, pero por lo menos es en algo un hombre de conceptos y de ideas. A diferencia de Castillo, que es más visceral y sensitivo, y quién sabe si en un escenario en el que su supervivencia está en juego es capaz de convertirse en la verdadera fuerza moderadora de Perú Libre. Debería estar llamando ahora a Lescano, a Mesías, a Acuña e incluso a Pepe Luna.
Sin embargo, todo lo que escribo aquí no pasa de ser una conjetura, quizá también descabellada como todas las que se están haciendo en estos días. Estamos viviendo tiempos imprevisibles. Y esos son los momentos favoritos de la Providencia cuando elige castigar o redimir a los pueblos con una revolución o una contrarrevolución.
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