Hugo Neira
Velasco explicado
¡Qué novedad, lo visual!
La historia del Perú y el poder de la imagen. Sobre el velasquismo y las razones de los militares para una reforma agraria, me había convencido de que era imposible que mis coetáneos —es decir, la gente que coexiste en vida de uno— logre enterarse de lo que realmente pasó en los años sesenta. Al punto que en mi último libro —El águila y el cóndor. México/Perú— me ocupo inevitablemente de la reforma del agro, pero dejando de lado los tópicos locales, acudiendo a la información externa. En el planeta circula la Encyclopædia Universalis, y ahí se dice: «hasta 1968, una situación neofeudal, la gran propiedad en manos de un 0,4% que concentraba el 75,9%, y todo el resto de usuarios, indios mestizos, se repartían el 5,5% de la tierra disponible». ¿Pero quién se apoya en esos textos en el Perú? Muy pocos.
Pero cuentan las estadísticas. ¿Sabe el amable lector cuántos agricultores hay en este momento? Según el INEI, 2'12'087 unidades agropecuarias. De Puno a Cajamarca pequeñas chacras y empresas mayores. Ya no hay arrendires ni pongos. Hay propietarios campesinos. Hoy los nietos de los que recibieron las tierras. Han entrado al mercado. Ganan dinero legalmente. Compran las mismas cosas que usted compra, amable lector. Ese cambio completa la Independencia. Los campesinos no mejoraron su situación bajo la República. Incluso, empeoró. El siglo XIX, los hacendados criollos, libres del control de la burocracia virreinal, asolaron las comunidades y aldeas andinas. «Desde hace 500 años, el control de la tierra se convirtió en el control de las personas», dice una síntesis de La revolución y la tierra.
Seamos francos, en nuestros días, un argumento racional y semántico no convence. En el Perú no se lee. La lectura obliga a razonar. Y el tema agrario es ideológico. O sea, creencias. Y con las creencias y las religiones, no se discute. La sola posibilidad de hacerles ver a los peruanos lo que ocurrió, sería un milagro. Un viaje al pasado. El ver con los ojos lo que fue aquello. Y ese milagro ha ocurrido. En las salas Cineplanet, en particular en el Alcázar (repleto al tope), mis coetáneos han podido ver aquel mundo agrario andino antes y después de la reforma. Se dice que en octubre no hay milagros, pero sí los hay. Se llama La revolución y la tierra. No se lo pierda, amable lector.
Para entender, hay que volver a los años sesenta. El enemigo público era el latifundio. De ahí «la tierra para quien la trabaja». Con sencillez y ganas de decir verdades, los testigos que aparecen en el documental describen la costumbre arcaica de servirse sin pago alguno de la mano de obra de los campesinos sin tierras a cambio de una parcela que les prestaban para que alimentaran a su familia. Sobre 30 días, 18 eran para el patrón, y el resto para el siervo. Eso cesó en 1969. Sin embargo, a esa mutación humanista y modernización de la vida peruana —ya nadie trabaja gratis— se le llamaba el «fracaso de Velasco». Sin embargo, a los supermercados llegan el camote, el olluco, la yuca, el choclo y la carne de los ovinos que ya no vienen del latifundio con aparceros. Hace rato que hay campesinos con propiedad. ¡Nada menos que 50 años! Pero lo que no pudieron ni historiadores, ni sociólogos, lo puede el rotundo relato que es visual. Insisto, la era de la imagen.
Es cine pero no película de ficción, no hay Batman ni Superman. ¡Es un documental! O sea, lo real. Y nada aburrido. Ahora bien, no hablo bien de un film porque conozca al director. No soy dado a esas vainas. En el fondo, soy por libre un solitario. Perdón por el rollo, pero a eso quería llegar, a la sinceridad. Eso es el documental de Gonzalo Benavente Secco, lo que hace es sencillo y a la vez, notable. Se inicia con testigos de esa historia, es decir, comienza con Hugo Blanco que explica que nunca fue guerrillero, sino que se hizo campesino en la Convención. Personas del mundo académico, como María Isabel Remy (entre sus muchos escritos, Los múltiples campos de la participación ciudadana, IEP). Se entrevista a Antonio Zapata con juicios muy cuerdos. A Héctor Béjar, que dice algo muy importante: «nosotros, los guerrilleros, considerábamos nuestros iguales a los indígenas, pero ellos no nos consideraban sus iguales». Lo que explica, entre otras causas, el nulo reclutamiento de esas guerrillas.
Y un acierto más. Benavente ha tenido el acierto de construir su relato, el antes y después de Velasco, con un número enorme de filmes anteriores al suyo. Van de 1927 a 1991, por lo menos 12, entre otros, Robles Godoy, La muralla verde, 1970, o de Federico García, Túpac Amaru, 1984, y con toda razón, una de Nora de Izcue, Runan Caycu, 1973, donde se entrevista a un dirigente de la Federación Campesina del Cusco, Saturnino Huillca, que cuenta cómo llegó a inventar el mecanismo de tomar tierras sin hacer daño a nadie, como si fuese un discípulo de Gandhi. Conocí a Huillca, tras dos años de conversaciones, escribí sobre su vida, se titula, Huillca, habla un campesino peruano, premio de la Casa de las Américas, en La Habana. Traducido a 13 lenguas. En el documental de Benavente, aparecen diversos personajes. Un Graña, gran señor rural, el de las naranjas sin pepa. Zósimo Torres, líder sindical de Huando. Es decir, diversas vidas, unos costeños, otros andinos. En fin, es documental pedagógico. Lo digo porque un joven, tal vez antropólogo, en el documental dice: «soy universitario, mi madre era analfabeta, nunca nos explicaron la reforma agraria en las aulas». Lo cual revela cómo los docentes partidarios de Patria Roja, que se creen de izquierda, callan esos hechos, porque ellos no fueron protagonistas¡!
Entre los entrevistados se encuentra el que esto escribe. Sí, pues, acompañé el inmenso movimiento de los sindicatos campesinos que invadían los latifundios, los ocupaban, no mataban a nadie. Mis crónicas periodísticas, en Expreso, fueron publicadas por Manuel Scorza con el título de Cuzco: tierra y muerte. En fin, vamos al grano, ¿qué encontré de original en 1962 y 1963, al acompañar a los campesinos que recuperaban sus tierras? Nada menos que un puñado de dirigentes que no eran guerrilleros ni intelectuales sino gente quechuaparlante que hablaba castellano y que había hecho su servicio militar, aprendiendo tácticas y estrategias. Indígenas que piensan, ¿qué les parece? Una herejía insoportable. Entonces, se entiende que no necesitaron de vanguardias revolucionarias para derrotar a los hacendados. Tampoco se entiende a Velasco. Pásara, en un lamentable libro, lo clasifica como «criollo». Qué disparate. ¿Tan difícil es decir que era piurano y un hijo del pueblo?
Es hora de decir que hubo tres figuras decisivas para que acaeciera la Reforma. Hugo Blanco en la Convención. Luego, Saturnino Huillca, indio cusqueño, valiente y impresionantemente inteligente. Y luego, solo después, Juan Velasco Alvarado. Más claro, las gigantescas movilizaciones sociales y espontáneas de los indígenas, llevaron a los oficiales de las Fuerzas Armadas a realizar de jure lo que ya era de facto. ¿Me hago entender? No ocurrió así nomás. Tuvo una causalidad que es una estupidez negar. Sin embargo, en el diario oficial El Peruano, Ernesto Carlín dice que Gonzalo Benavente «hace un documental político». No señor. Lo de Benavente es un documental imparcial. Otros dicen «insólito éxito». Qué mezquindad. La gente que va al cine y ve ese documental agradece que, por una vez, no les mientan, y se dicen las cosas como son.