Valorando la ideología

Si tan solo nos diéramos un minuto para reflexionar sobre la importancia de la ideología como parte sustantiva de nuestra formación individual y proyección hacia los demás, tal vez asumiríamos que con ella se incrementan las posibilidades de comprender mejor nuestra realidad; y tras el funcionamiento de nuestra inteligencia, dar curso a la asunción de caminos adecuados para afrontar con seriedad, responsabilidad y humanismo, la solución a los problemas colectivos. Sobre este aspecto, el novelista y poeta checo Milan Kundera, anotaba: “El hombre desea un mundo en el cual sea posible distinguir con claridad el bien del mal porque en él existe el deseo, innato e indomable, de juzgar antes que de comprender. En este deseo se han fundado religiones e ideologías”. Y es que la debilidad ideológica impide un mejor entendimiento de los acontecimientos en curso.    

Para quien tenga cuatro dedos de frente resulta bastante claro que las actuales circunstancias, por la lenta imposición ideológica de un grupo reducido de peruanos, estamos convocados a elevar nuestras voces de protesta contra las decisiones o acciones que consideramos absurdas y atentatorias contra la libertad y el respeto. Y junto a ello, asumir conscientemente puntos de vista ideológicos que funcionen como freno a lo que se viene instalando, dizque en función de los intereses de los desposeídos. 

El simplismo ideológico en que fuimos formados hizo que la mayoría aceptásemos erróneamente que en el país hay dos grupos cuyo pensamiento político se desprende de quienes tienen o no el poder económico, de modo que nos alineamos entre derecha e izquierda, entre ricos y pobres. Pero esas son posiciones que devienen de experiencias foráneas, que corresponden a un escenario posterior a la Segunda Guerra Mundial, evidenciando de un lado a sectores que enarbolaban la bandera de la libertad, democracia liberal y libre circulación de capitales; y de otro, a quienes tras la bandera de justicia social, colectivismo y el discurso de un “hombre nuevo”, de una nueva sociedad, se alineaban tras el bloque marxista.

Cierto es que el ordenamiento basado en el capitalismo, está medianamente alejado de la libertad y la justeza democrática. Del mismo modo, el llamado espíritu revolucionario se alejó del interés colectivo y de la dignidad. Ambos mostraron, en especial el último, serias debilidades que ameritan ser tanto repensadas como rectificadas; por ello constituye un error permitir pasivamente la reedición de experiencias desastrosas.

A estas alturas –cuando la situación del país inicia un recorrido contrario a los avances en materia de trabajo, disminución de la pobreza e intentos de inclusión y ventajas económicas, entre otros– resulta preocupante, al margen de las limitaciones del sistema democrático, el silencio cómplice de personalidades e instituciones conocidas. Hoy es oportuno preguntarnos ¿dónde están los que cómodamente vivían de los beneficios burocráticos, fungiendo de ideólogos o líderes de izquierda o derecha? No queremos imaginar que se han olvidado de las necesidades históricas del país o que se encuentran buscando cómo acomodarse, resolviendo sus preocupaciones o intereses personales, lo cual si bien resulta lícito no es válidamente ético.

Parece que somos la suma de varias generaciones que no llegaron a la madurez política. Y aun sabiendo que las ideas se combaten con ideas, nos cuesta enarbolar argumentos para defender, respaldar o rechazar la democracia. Esto evidencia la urgencia de prepararnos ideológicamente y hacer praxis política asumiendo nuestro rol ciudadano.