Carlos Hakansson
Una presidencia invisible
Miguel Díaz-Canel, actual presidente cubano

El año pasado, durante una actividad académica sincrónica en tiempos de pandemia, se me ocurrió preguntar a los asistentes si recordaban el nombre del actual presidente de Cuba. Nadie contestó y tampoco me sorprendí. Desde la proclamación de Miguel Diaz-Canel por la Asamblea Nacional del Poder Popular, solo tuvo una breve aparición pública internacional de solidaridad al régimen venezolano, pero luego su perfil fue menguando, al punto, que el testimonio de los ideales revolucionarios pasó a manos de Nicolás Maduro y Evo Morales.
En efecto, sus opiniones sobre las elecciones en Argentina, Bolivia, Ecuador, Perú, así como la crisis social y política en Chile, son prueba de su posicionamiento en la región. Por eso, la otrora influencia sonora de los hermanos Castro, de Fidel más que Raúl, pareciera languidecer con el transcurso del tiempo. Si a eso sumamos el reciente mensaje de Díaz-Canel en medio de las protestas sociales, sentado, sin la fuerza y tradicional gesticulación de sus maestros, invocando a los fieles de la revolución a salir para repeler a los “traidores”, pareciera que nos encontramos con un problema no previsto por su servicio de inteligencia (G2). Una dictadura que lleva más de sesenta años, pero sin un relevo generacional revisionista, de nuevos tiempos y oxigenación. Las dictaduras se alimentan de personas, caudillos, estructuras y mantras; las democracias de política, libertades y Estado de derecho.
Una explicación sobre lo ocurrido es que el ejercicio del poder no es estático sino dinámico, el poder siempre ocupa los espacios vacíos que le conceden el descuido y la falta de liderazgo. A falta de ese verbo punzante y oportuno ante cualquier tema que amenace o ponga en jaque al régimen, terminan aparecieron otros líderes que toman su posta en el mismo espacio ideológico (Maduro/Morales). Si además se carece de estrategia para conservar un posicionamiento histórico desde el Caribe, el denominado Foro de Sao Paulo termina siendo reconocido como el autor, o “marca registrada”, de la reciente embestida del llamado Socialismo del Siglo XXI.
De esta manera, la reciente y operativa Convención Constitucional en Chile, la propuesta de una nueva Constitución peruana por Pedro Castillo/ Vladimir Cerrón (Perú Libre), sumadas a las próximas elecciones presidenciales en Chile y Colombia, nos llevan a un escenario impensable hace treinta y dos años, cuando se produjo la caída del Muro de Berlín y la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas; el llamado “fin de la historia” que Francis Fukuyama acuñó prontamente, cuando el paso del tiempo resulta tan cíclico como la vida misma.
La crisis económica y social cubana es longeva. Lo que estamos apreciando es un estallido a cargo de jóvenes y mayores de edad, que sienten que nada más pueden perder. La represión de las fuerzas militares, y la detención y desaparición de personas durante las revueltas, se producen a los ojos de una presidencia formal que perdió la oportunidad, si alguna vez la tuvo, para reciclar su economía y las verticales estructuras de un gobierno tiránico.
Como marco de todo lo acontecido, Fidel Castro y Hugo Chavez siguen vivos, Lula da Silva parece seguir siendo el presidente del Brasil y en el exterior casi nadie recuerda el nombre de Miguel Diaz-Canel. La Asamblea Nacional del Poder Popular, el Legislativo cubano compuesto por los militantes de un partido único, es la fachada institucional que deberá resolver el problema, coordinando con el poder real retenido por una cúpula del Ejército. Por eso, si las protestas continúan y se agravan, a pesar de que la inhumana fuerza del fusil actúe para repelerlas de forma genocida, parte de la “solución cubana” sería cambiar una presidencia invisible. Es cuestión de esperar.
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