Javier Agreda

Un viejo escritor joven

Sobre el libro “La soledad de los aviones” de Sergio Galarza

Un viejo escritor joven
Javier Agreda
22 de agosto del 2019

 

Con sus libros de cuentos Matacabros (1996) y El infierno es un buen lugar (1998) Sergio Galarza (LIma, 1976) se convirtió en uno de los autores más jóvenes (poco más de 20 años de edad) y representativos del pequeño boom de narradores “realistas-urbanos” limeños de la década pasada. Sus relatos parecían continuar y radicalizar la línea narrativa de Oscar Malca, Javier Arévalo, Rilo o Tola (el de Noche de cuervos). A los mismos ambientes y personajes de esos dos primeros libros volvió Galarza en La soledad de los aviones (2005), pero para presentarlos desde un punto de vista nostálgico y evocativo, el de los adultos cuando recuerdan su propia infancia.

“Papá nunca me enseñó a jugar fútbol” dice la primera línea de “Donde anidan las arañas”, el cuento inicial del libro, la historia de un niño que quiere formar parte del equipo de fútbol de su escuela. El narrador es el mismo protagonista ya convertido en adulto: “A los quince años me jubilé de los torneos oficiales. Ahora tengo más de veinte y juego los domingos, de vez en cuando...”. Pero más que del fútbol o la escuela el relato nos habla, desde el principio, de la relación entre padre e hijo. La misma atmósfera hogareña se puede encontrar en “Emergencia”, cuento en el que el protagonista relata los últimos días de la abuela que lo alimentó y cuidó durante su niñez.

No faltan en estos cuentos algunos pasajes cuyo realismo o violencia remiten a Matacabros (“soñaba que una pelota de huesos con la cara de la abuela rodaba las escaleras”), pero esos elementos están ahora más relacionados con cierta cultura urbana (rock, cómics, películas “para jóvenes”) que con la obra de Charles Bukowski, referencia infaltable en los comentarios a los primeros libros de Galarza. Así lo indican cuentos como “Concierto para corazones idiotas”, la historia de Chalo Matute, un ficticio músico underground limeño que aparece, además, como una especie de leitmotiv en otros relatos del libro.

Al considerar la agresividad y violencia de la narrativa de Galarza como parte de una subcultura urbana, podemos interpretar las reminiscencias dominantes en estos ocho cuentos como una forma de la nostalgia por el mundo de su adolescencia: el fútbol, las pandillas, los conciertos de rock. Un mundo regido por valores y principios que pasados cierta edad, y una vez trascendidos los límites del propio barrio, pierden su validez. No es extraño que en el libro el fin de la felicidad juvenil esté relacionado con la llegada a Lima de la violencia terrorista, inicialmente en forma de apagones que obligaban a “terminar antes de lo pensado” las diversiones nocturnas.

Pero son precisamente los relatos que abordan estos temas los que ponen más en evidencia los esquematismos y lugares comunes que suelen manejar las subculturas. “Abel”, el cuento más extenso, es la historia de un joven limeño de “buena posición económica” (auto propio y perfil atlético) que por su bajo rendimiento académico se ve obligado a estudiar en una universidad estatal. Sin ninguna justificación aparente, Abel pasa de la frivolidad extrema de los fines de semana de diversión y excesos de todo tipo a interesarse en “cosas tan vagas y etéreas como la libertad y la igualdad del hombre”, y finalmente llega a transformarse en un héroe que sabe “que tarde o temprano su destino se teñiría de rojo”.

El rock y el cómic son expresiones artísticas de interés por su agresiva actitud iconoclasta y crítica; pero que cuando pierden ese lado duro se quedan en pura retórica y banalidad. No hay lugar en estas artes para emociones blandas como la ternura o la nostalgia. Ese es el motivo por el que La soledad de los aviones, a pesar de estar formalmente mejor trabajado que las anteriores entregas de Galarza, nos parece un libro de menor interés que Matacabros. La diferencia es más o menos la misma que escuchar una versión original de Satisfaction y ver hoy a los Rolling Stones (Galarza ha escrito un libro sobre ellos) interpretar esa canción repitiendo gestos y actitudes de hace cuarenta años.

 

Javier Agreda
22 de agosto del 2019

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