Darío Enríquez

“Todos son iguales, pero unos son más iguales que otros”

La frase de George Orwell resulta más vigente que nunca

“Todos son iguales, pero unos son más iguales que otros”
Darío Enríquez
06 de febrero del 2019

 

Cada vez toma mayor forma y se hace mucho más evidente el hecho de que en el Perú, en una curiosa variante respecto de lo que sucede en la India, habría una suerte de “castas invisibles” pero más o menos reconocibles por todos. Unas y otras de estas “castas” conviven “juntos y revueltos”, pero no mucho. A veces, casi nada. Cada quien conocería “su lugar”.

Podríamos hablar de la “justicia” y cómo así cierta pigmentación en la piel, concurrente con la combinación adecuada de apellidos compuestos, protege a ciertos personajes que delinquen en el manejo de la cosa pública, propiciando una impunidad tan grosera como natural. También vemos como solo algunas mujeres tienen derecho al buen nombre, la reputación y a no ser acosadas. A unas las insultan con epítetos como “gorda inmunda”, “puta barata”, “china de mierda”, “negra bruta”, “chola misia”, incluyendo fotos ofensivas que se divulgan por doquier, y no pasa nada.

Ninguna institución de aquellas que dicen defender a la mujer alza su voz de protesta. O lo hacen lateralmente, sin convicción alguna. Ningún medio de comunicación critica los hechos con necesaria contundencia; peor aún, con su tibieza ayudan a difundir ofensas e incluso amenazas. Pero ahí nomás, casi en simultáneo, otra mujer, sin duda perteneciente a una casta privilegiada, provoca a su favor, en solidaridad, una campaña mediática que condena y lincha públicamente a alguien que publica su foto tomando sol en un exclusivo balneario del Sur de Lima ¡Qué horror! ¡Condenable acoso! ¡Sancionen al degenerado!

¿Qué nos pasa? ¿No nos damos cuenta? En estas situaciones cotidianas se encuentra imbatible el germen de la discriminación, la segregación y el “choleo gratuito” que no nos permite avanzar como sociedad. ¿Acaso en los medios no se insiste en pedir prisión para el congresista Mamani —tal vez la merezca—, mientras nadie trata la probada corrupción de ex ministro Giuffra y este sigue libre? ¿Coincidencia? ¿Creen que sería igual si se tratara de congresista Giuffra y ex ministro Mamani? Pero no es lo único, también vemos cómo se distingue entre “vecinos” de San Isidro y “pobladores” de Villa El Salvador. ¡Vecinos unos, pobladores otros!

Los medios son en verdad una vitrina que muestra en forma patética estas disfuncionalidades sociales. Abundantes ejemplos en los que reporteros tratan de “usted” a cualquiera que parezca de una “casta distinguida” y “tutean” —no por confianza, sino en forma irrespetuosa— a cualquier “choleable”. Así somos, así estamos. Ni hablar de la consigna “marrones solo hasta reporteros” mientras que “los decentes” aparecen en pantalla de TV como presentadores y lectores de teleprompter.

Hay otro tema en el que también desbordan estas funestas prácticas discriminatorias, a veces disfrazada de un dudoso humor popular. No me refiero a los programas cómicos en radio y TV, que ya sabemos nos saturan de estereotipos y prejuicios. Estos programas tienen a veces el efecto benéfico de reírnos de nosotros mismos, de mostrar un perfil crítico que alecciona, pero también la paradoja de “normalizar” la disfunción social. Quiero hablar más bien de la práctica extendida en medios policiales, judiciales y en la misma prensa, para “bautizar” a grupos de delincuentes u organizaciones delictivas. Es curioso. Contra lo que podría pensar la mayoría de la gente, esos grupos delincuenciales no se denominan a sí mismos como aparecen en los medios. “Los injertos de Chorrillos”, “Los malditos de Carabayllo” o “Los cuellos blancos del Callao” son denominaciones detrás de las cuales podemos ver ensañamiento en algunos casos, benevolencia en otros cuando no “dulcificación”.

Es el caso del “Club de la Construcción”, la más perjudicial organización delictiva de nuestra historia, que ha perpetrado latrocinios por miles de millones de dólares contra todos los peruanos. Su nombre sugiere hasta algo bastante sano, casi un club campestre de gente feliz al que clases medias aspiracionales desearían ir el fin de semana ¿Alguien se habría atrevido a llamarles “Los malditos de Graña”, “Los injertos de la construcción” o “Los ahijados de la oligarquía”? ¡Ay, Perú! ¡Sigues doliendo!

 

Darío Enríquez
06 de febrero del 2019

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