César Félix Sánchez

Todo o nada

El destino del país se decide en la segunda vuelta

Todo o nada
César Félix Sánchez
31 de mayo del 2021


Nunca antes en la historia reciente del Perú el lugar común del “todo o nada” ha sido más cierto. Las elecciones del 6 de junio definirán de manera
absoluta el destino nacional. De forma semejante que las de 1931. O incluso más. 

La derrota de Pedro Castillo no solo será suya, sino de ese amplio frente popular que se ha ido formando en la última semana y que reúne a toda la izquierda: desde la periferia neosenderista y pukallaktina de Cerrón y su galaxia hasta el lagartismo seudocentrista de Salaverry y Susel Paredes, pasando por el progresismo de Nuevo Perú y las ortodoxias marxistas-leninistas de Unidad y Patria Roja. Y también, claro está, al fascismo andino de Antauro, compañero de ruta de Perú Libre desde el ala derecha del totalitarismo. La derrota del lápiz significará un golpe inmenso para estas fuerzas: Perú Libre, si una rápida conquista del poder no lo cohesiona en el saqueo del erario, se quebrará, puesto que los desplantes de Castillo hacia Cerrón perderán su utilidad táctica y dejarán espacio a la batalla de egos y resentimientos, típicas de los extremismos pueblerinos del Perú ante la derrota.

Por otro lado, si la alerta «antifujmorista» de Verónika Mendoza fracasa, desde el lado de Cerrón se le echará la culpa por «caviarizar» al profe y haberlo perjudicado ante un electorado todavía mayoritariamente escéptico ante sus extravagancias posmodernas; por lo demás, ya ha quedado en off-side con sus bases multicolores respecto a sus compromisos sobre las «hue….. de género», según su confeso amigo de familia Guillermo Bermejo. Su identidad política se resquebrajará irremediablemente si la única justificación de sus compromisos –la derrota de Keiko– acaba siendo infructuosa. Unidad y Patria Roja, por su parte, perderán a su minúscula militancia más activa en aras de alternativas más radicales que, como siempre ocurre cuando los partidos «revisionistas» y burocratizados se uncen en yugo desigual con alternativas más fundamentalistas, acabará repudiando el juego electoral ante la derrota (algo semejante ocurrió con la UDP luego del descalabro de 1980: hubo un flujo constante de algunos de sus miembros hacia las «alternativas armadas»).

En el caso del lagartismo, le ocurrirá algo semejante a lo de Nuevo Perú, con el agravante capital de que muchos de sus financiadores empresariales y globalistas les cerrarán el caño en castigo a sus desviaciones y, principalmente, en castigo a su fracaso como furgón de cola de extremistas. Finalmente, si algún fanático de este campo decide entregarse a la aventura insurreccional aduciendo fraude, el fracaso será aún mayor. A pesar de todos sus problemas, el Perú de 2021 no es el país devastado por el velasquismo de 1980, y se encuentra aún más integrado administrativa y estratégicamente que el de 1965. Así que la seudoguerrilla que podría ocurrírsele a algún afiebrado acabará absorbida o destruida por los Quispe Palomino si eligen esa área geográfica del país (única que ofrece cierto grado de emboscamiento) o desarticulada por las fuerzas del orden en menos de tres meses.

En el plano de la opinión pública, luego de la masacre de Vizcatán del 23 de mayo, será absolutamente suicida para la imagen de toda la izquierda peruana una aventura tal, aun si disfrazada de «pacífico guevarismo» (valga el oxímoron). Se terruquearían solos (como siempre). Y la alternativa «molecular» ya demostró en noviembre que en el Perú depende de la agitación de los grandes medios de comunicación y de las sensibles huestes de la clase media joven urbana. Difícilmente podrían los camaradas volver a despertar a ese monstruo de cristal en el futuro mediato. 

Por su parte, la derrota de Keiko será la derrota no solo del modelo de la constitución de 1993, sino de toda la tradición jurídica y constitucional peruana y su reemplazo por un estado «social» donde la «legalidad revolucionaria» venga al último, como una suerte de fiscal de turno, a certificar los «procesos sociales» de la muerte de la vieja sociedad. Bermejo, Cerrón y Castillo-cuando-está-en-confianza lo han dicho de mil formas distintas. De ahí su aversión por realidades tan disímiles como la religión católica, la Defensoría del Pueblo, el Tribunal Constitucional y las Fuerzas Armadas, expresada en su ideario y programa y en múltiples declaraciones específicas. 

No será solamente la derrota del fujimorismo, que ya es solo una parte del inmenso bloque nacional que representa ahora Fuerza Popular que, como se vio en el debate técnico, involucra a muchas de las fuerzas que gobernaron el Perú después de la caída del régimen de Fujimori junto con las derechas más recientes. Si alguien en 2000 me hubiera dicho que Fernando Rospigliosi (que, recordemos, representaba en ese tiempo a la oposición radical en Rueda de Prensa de Canal N, mientras que el fujimorismo «dialogante» era representado por ¡Augusto Álvarez Rodrich!) o Carlos Bruce (brazo derecho de Toledo en la Marcha de los Cuatro Suyos) acabarían haciendo vehemente campaña por elegir a la hija del «dictador», pues pensaría inmediatamente en un escenario apocalíptico, donde la alternativa fuera, no lo sé, Sendero Luminoso o Hitler. Y resulta que hoy no estamos tan lejos de ese infierno distópico, peor aún, el núcleo duro de los seguidores de Castillo combina las dos grandes tradiciones totalitarias del siglo XX: la clasista y la racista. 

Existe una última posibilidad altamente improbable. Que en esta cara o cruz la moneda acabe cayendo en el desagüe y que el triunfo de Castillo no represente un proceso revolucionario. Para que tal escenario se configure, el Profesor tendría que desistir de la convocatoria a una constituyente e intentar construir un consenso en el congreso con fuerzas que, desde la izquierda, lo detestaban por traidor y que, desde la derecha, desconfiarían de su súbito camino a Damasco. Su gobierno se hundiría en el caos y sería, en el mejor de los casos, un Kerensky contradictorio y ridículo que le abriría el camino a Cerrón o a algo peor. Pero tal hipótesis ignora la historia de Castillo, cuya costumbre de andar con radicales no es nueva, sino que fue incluso más señalada durante su dirección del CONARE-Sutep y está más arraigada que cualesquiera gestos de última hora en campaña. Porque, ¿cuál sería el incentivo para esta «conversión» de Castillo una vez tomado el poder? ¿Cambiará la posibilidad de constituirse en un «individuo cósmico-histórico» revolucionario para ser un Cosito 2? ¿Le dejará Cerrón hacerlo? Algunos extraños antifujimoristas defensores del modelo de 1993 dicen que Castillo podría ser «comprado» por la CONFIEP o el BCP, y que por eso habría que votar con tranquilidad por él. Lo curioso es que cuando uno les pregunta por qué no votan por Keiko, inmediatamente se rasgan las vestiduras señalando las acusaciones de financiamiento ilegal. Misterios de la estulticia humana. 

¿Qué nos queda hacer? Rezar y luchar, como siempre en los momentos de crisis históricas y disyuntivas fáusticas. Y, aunque este escriba cree que Keiko ganará de todas formas, si la Providencia permite «la fructificación instantánea de un árbol en enero» -como el conde Joseph de Maistre definió a la revolución francesa–, habrá que conservar la dignidad de los principios eternos, aun cuando el mar embravecido de los «procesos sociales» nos destruya. Porque habrá millares de émulos de Talleyrand y de Felipe «Igualdad». Y la verdadera derrota, como siempre, no es más que el envilecimiento infinito de la traición.

César Félix Sánchez
31 de mayo del 2021

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