Mariana de los Ríos

“The Last of Us”: más sombras que luces en un mundo en ruinas

Crítica de la recién concluida segunda temporada de la serie de televisión

“The Last of Us”: más sombras que luces en un mundo en ruinas
Mariana de los Ríos
28 de mayo del 2025


La segunda temporada de la serie
The Last of Us llega con el peso monumental de su excelente primera temporada sobre los hombros. Aquella combinación casi milagrosa de espectáculo posapocalíptico, drama íntimo y fidelidad narrativa al videojuego dejó el listón altísimo. Sin embargo, esta nueva tanda de episodios toma decisiones arriesgadas —unas valientes, otras simplemente fallidas— que redefinen el rumbo de la serie y dividen al público entre quienes aplauden su audacia y quienes lamentan su deriva emocional y narrativa.

El punto de inflexión es claro y brutal: la muerte de Joel (interpretado por el chileno Pedro Pascal) en el segundo episodio. El personaje más popular de la serie, y emocionalmente el centro de gravedad de la primera temporada, desaparece de escena casi sin ceremonia. Los creadores Craig Mazin (Nueva York, 1971) y Neil Druckmann (Israel, 1978) siguen el camino marcado por el videojuego original, sí, pero lo hacen con una frialdad que descoloca incluso a los fans más informados. Lo que fue una conmoción en el juego, aquí se convierte en un movimiento narrativo que desarma al espectador sin ofrecer inmediatamente nada igual de poderoso para llenar el vacío.

La narrativa, a partir de ahí, se centra en Ellie (Bella Ramsey), quien, cinco años mayor, vive en Jackson, Wyoming, intentando encajar en una comunidad que ofrece una ilusión de normalidad en medio del caos global. Pero Ellie no encuentra paz. Ni con Joel ni consigo misma. Ramsey interpreta a una joven endurecida, combativa y, en muchos momentos, exasperante. Su evolución hacia una figura marcada por la obsesión y la venganza es coherente, pero también emocionalmente agotadora. Lo que en la primera temporada fue un carácter entrañable e impulsivo, aquí se transforma en una protagonista difícil de querer. Y no por falta de matices, sino por una escritura que parece más interesada en su descenso que en su complejidad.

Uno de los pocos vínculos que ofrece respiro es la relación entre Ellie y Dina (interpretada por una excelente Isabela Merced). Desde el primer episodio, Dina aporta un contraste nítido: es abierta, empática, con una energía vital que choca con la oscuridad interna de Ellie. Su vínculo comienza como una amistad cercana, pero pronto se insinúa como algo más profundo. Para Ellie, que carga con una mezcla tóxica de culpa, ira y deseo de conexión, Dina se convierte en un ancla, pero también en un espejo incómodo que la confronta con sus límites emocionales. Pero la sombra de Joel, el trauma no resuelto y el peso de la venganza terminan filtrándose en la pareja. Ellie arrastra a Dina —literalmente— fuera de Jackson en su cruzada personal contra Abby, y esa decisión marcará un punto de quiebre en su relación.

La llegada de Abby (Kaitlyn Dever), la mujer que mató a Joel, supone otro cambio drástico. El guion construye su arco a base de retrospecciones y promesas de desarrollo futuro, pero nunca logra que la audiencia empatice del todo con la historia. Se siente a Abby como una pieza importante en un ajedrez que apenas se está armando, no como alguien con peso propio en el tablero. Mientras tanto, Ellie persigue su venganza con una obstinación suicida que arrastra consigo a personajes secundarios, algunos nuevos, otros apenas esbozados, y deja un reguero de muerte que no conmueve tanto como debería.

Donde la primera temporada destacaba por su ritmo preciso y su estructura episódica rica en historias paralelas —aquellos capítulos autoconclusivos como el de Bill y Frank aún resuenan por su potencia emocional—, esta segunda opta por una narrativa más lineal, más claustrofóbica, más concentrada. Pero esa concentración se traduce muchas veces en estancamiento. La temporada parece dedicar la mayor parte de sus capítulos a mover lentamente las piezas para un enfrentamiento entre Ellie y Abby que solo se materializa, parcialmente, en el último episodio.

Y aunque hay momentos brillantes —como el episodio "The Price", un desgarrador flashback que reconstruye la relación rota entre Joel y Ellie justo antes del desenlace trágico—, el conjunto se resiente por una sensación persistente de estar viendo una larga preparación, un prólogo extendido para algo que aún no ha llegado. La serie apuesta por una construcción atmosférica, por el retrato del duelo, la culpa y la violencia cíclica, pero olvida darle al espectador suficientes motivos para implicarse con sus personajes nuevos y sus trayectorias emocionales.

Visualmente, The Last of Us sigue siendo una superproducción impecable. La ambientación postapocalíptica conserva su crudeza realista, y la dirección mantiene una estética sobria, efectiva, sin artificios. Pero la fuerza estética ya no alcanza para sostener una historia que ha perdido buena parte de su alma emocional.

La segunda temporada de The Last of Us no es un desastre, pero sí resulta una decepción. Tiene ambición, riesgo y momentos de brillantez, pero también está lastrada por su ritmo irregular, su estructura desequilibrada y su incapacidad para conectar emocionalmente como lo hizo en su primera entrega. En lugar de expandir su mundo, parece haberlo contraído en una espiral de dolor y violencia que, por ahora, no ofrece redención ni dirección clara.

Las dos temporadas de The Last of Us pueden verse en Max.

Mariana de los Ríos
28 de mayo del 2025

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