Teoría y práctica

Uno de los más recientes hechos que afectaron nuestra democracia fue el cierre del Congreso de la República, perpetrado el 30 de septiembre de 2019, bajo el argumento de la “negación fáctica”. La decisión dividió al país. De un lado estaban aquellos que no dudaron en señalar que se trataba de un golpe de Estado –entre ellos quienes advirtieron del avance de un “golpe silencioso o invisible” previo al cierre–; y del otro lado, quienes defendían una decisión que contó con el respaldo o consejo de constitucionalistas y de un sector mediático: los caviares. Como se sabe, el Tribunal Constitucional le puso punto final al asunto, indicando que la decisión estaba dentro del marco de nuestra Constitución. La “negación fáctica” se impuso.

Dos años después, los diarios dan cuenta de la pretensión de uno de los candidatos a la Presidencia de la República –nos referimos a Pedro Castillo, de Perú Libre– quien habría manifestado el deseo de desactivar ciertas instituciones del sistema democrático como la Defensoría del Pueblo y el Tribunal Constitucional, entre otras. Anteriormente trascendieron las declaraciones de una de sus militantes que públicamente adelantó que se pretendería cambiar la Constitución Política vigente, dejando entrever que no se respetarían los procedimientos que dictan nuestras leyes para llevar a la práctica una propuesta de esa naturaleza.

Dos estilos diferentes (uno silencioso y sin tanques, el otro público y directo), pero que en la práctica son un desperdicio del tiempo que podríamos emplear para ampliar el número de camas UCI, hospitales, plantas de oxígeno y acelerar el proceso de vacunación ante la pandemia del coronavirus. Por tanto, la experiencia de septiembre de 2019 debería enseñarnos que debemos redoblar esfuerzos para preservar el orden democrático. Cuando nos entrampamos en discutir entre nosotros, perdemos tiempo valioso que podríamos emplear para llevar adelante proyectos que promuevan nuestra unidad y desarrollo. 

Al mismo tiempo se habla acerca de la defensa de un “modelo” que, por así decirlo, suena a palabras vacías para muchas familias que, debido a una pésima gestión de gobierno entre 2011 a la fecha, sienten y perciben que ese “modelo” ha fracasado. En contraparte a la amenaza “comunista” se plantea el respeto al modelo de “economía social de mercado”, donde el solo el término nos remite a un diccionario económico. ¿Acaso no sería más sencillo decir que el modelo a defender es la democracia? 

En esa línea, no estaría de más que se revise un poco la historia política aprista. Rescatar, tal vez, “El cambio responsable” de la campaña aprista de 2006, un escenario que en su momento planteó la disyuntiva entre la democracia o el chavismo. Siento que en un contexto diferente, una alternativa aprista versus el “candidato boliviano” tendría como respaldo la formación ideológica de sus militantes, una larga trayectoria democrática y una obra pública que presentar al país. El aprismo, como fruto del pensamiento de Haya de la Torre, cobra mayor vigencia ahora que se requiere apelar a  una ideología en contra del comunismo.

En los relatos literarios suelen emplearse figuras como la antítesis para marcar las cualidades que diferencian a un personaje de otro. La vida está llena de ejemplos, y hasta quizás sea una de las maneras más sencillas de aprender: lo bueno de lo malo, la vida de la muerte, lo feo de lo bonito, etc. El Apra resumió con brillantez y sencillez la defensa de la democracia y el respeto a las libertades, cuando dice: “Pan con libertad y justicia social”. Y si bien esta segunda vuelta, como la primera, no cuenta con un candidato aprista al frente, no sería mala idea revisar acerca de la teoría y práctica del aprismo.