Hugo Neira

Temporalidad y política

La historia intelectual de Occidente es también la historia del tiempo

Temporalidad y política
Hugo Neira
07 de mayo del 2023


Eran los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Se pensaba en el Perú en políticas de identidad entre la ley y la voluntad popular. La democracia era un asunto de masas porque había crecido la población, y los derechos sociales eran las mayores demandas. Al mismo tiempo, el sistema parlamentario encontraba límites en su papel crucial de ejercer la “discusión pública”. Vino con el tiempo la costumbre de hablar de “amigos y enemigos”, de “nosotros y ellos”, lo que provocó, hasta el día de hoy, una polarización. Pero en los diarios de esa época, se nota algo muy importante: la democracia era un caballo de batalla de Haya de la Torre. 

Para Ricardo Ramos Tremolada, escritor aprista, en ese momento el país no conectaba con Haya porque los políticos no lo entendían (“país incomprendido”). Reprocha a Haya una “terca búsqueda de mayores niveles de participación de la sociedad en el manejo del Estado”, lo que en Haya se llamaba “democracia funcional”. El lenguaje de los políticos no era entendido por las masas, y más sencillamente, la política tampoco. Desconectados de la gente popular, los partidos fueron débiles siempre, aunque Haya tuviera carisma y el Apra una sólida organización. 

Lo dije algunos años atrás. No podemos evitar el tema del tiempo. El tiempo pasa, al menos esa es nuestra pobre sensación de mortales. Nada puede eludirlo, ni las más altas civilizaciones, ni los mayores imperios. Es imposible escapar a la temporalidad que es un concepto que ocupa a la filosofía y a la física contemporánea: “la flecha del tiempo” que signa la vida del planeta, del sol, de las galaxias, del hombre mismo, del universo entero. 

El tiempo como vivencia no es accesible a todos y sin dificultad alguna. Ahora bien, paradójicamente, la primera dificultad está en el lenguaje corriente. ¿Cómo no vamos a saber que no es lo mismo el tiempo del niño, del adolescente y del anciano? ¿Quién no sabe que alguien le está haciendo perder el tiempo, por ejemplo? Cualquier empresario sabe que la gestión del tiempo es decisiva. Y cuándo se nos hace tarde. Nuestra gramática en castellano, como en francés, inglés y otras lenguas indoeuropeas, contiene la idea de un pasado, presente y futuro. Sin embargo, los lingüistas y filósofos dicen que el concepto de tiempo es huidizo y casi infernal. Sufre, como concepto, de una polisemia fulgurante. Es a la vez “la sucesión y la simultaneidad, la duración y el cambio, la época que se vive y el porvenir, la espera y la velocidad en la que discurre”, dice la Enciclopedia. 

La segunda son las metáforas. Le atribuimos una serie de analogías. La más conocida, la más sencilla, el tiempo se asimila a un río. Algo que fluye, en constante movimiento. Desde Heráclito hasta nuestros días. Como si el tiempo mismo creara los instantes que lo componen. Un pensador, en el siglo XIX, cortó por lo sano la temática del tiempo, Victor Duruy, 1867, quien afirma que el pasado le pertenece a la historia, el presente a la política y el porvenir a Dios. Pero los positivistas europeos de fines del XIX no podían imaginar las guerras del siglo XX ni que una contienda terminara cuando una bomba sobre Hiroshima de 15 kilotones equivalía a todo lo que los hombres habían empleado en el curso de sus guerras a cañonazos. En nuestros días, de alimentos transgénicos, estrés ecológico y cambios climáticos, no podemos dejar las cosas en manos de la providencia, porque pueden caer en manos del diablo. 

La historia intelectual de Occidente es también la historia del tiempo. Está en Platón y en Plotino, el tiempo, “la imagen móvil de la eternidad” (Timeo). En Aristóteles, en su Física. Y en los inicios del cristianismo, religión con una meta, el fin, el Apocalipsis. Nadie se asombra de que el tiempo está en Las Confesiones de San Agustín. Y en el inmenso pensador, no uno sino tres presentes: “el presente del pasado, el presente del futuro, y el presente del presente”. De ahí a Kant, el tiempo, “la forma a priori de la sensibilidad y del ordenamiento del sentido mismo”. Y sumariamente, Bergson, en su Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889). Y en 1905 en Husserl, “el ahora” que se confunde con el presente vital de la conciencia misma. Y obviamente, Ser y tiempo (1927) de Martin Heidegger. El tiempo como preocupación, como basamento mismo de la existencia humana, el Dasein. “El presente existencial es el momento de la decisión”. En el cual el existente se construye a sí mismo. Pienso también en Paul Ricœur, Temps et récit, III, 1983. Dice el filósofo francés que el récit (o relato en castellano), al contarnos algo, cruza el tiempo histórico con la ficción, vale decir, el tiempo objetivo y el tiempo subjetivo de los personajes que lo han vivido como sujetos. Los tiempos simultáneos de los personajes de las novelas de Mario Vargas Llosa. 

Física cuántica, filosofía, historia. ¿Qué nos interesa, especialmente, de esa enorme Babel de conocimientos? Un solo punto, para el presente perturbado por el pasado y colonizado por el futuro si lo decimos a la manera de San Agustín. Y esa concepción del mundo y de la vida se llama temporalidad. No son los datos ni la cronología, es la idea de que la historia se mueve en el tiempo para algo. Falso o verdadero, es como si hubiese en el tiempo una segunda naturaleza, dice el historiador francés François Hartog, al tratar el tema de las temporalidades. Vamos a darle razón, preferimos pensarlo por etapas. De ahí nuestra predilección a marcar (y a veces a imaginar) lo que llamamos épocas. Acaso esto, en los tiempos modernos, comienza cuando el Ancien Régime, vale decir, la organización Estado monárquico y sociedad de estamentos que precede a 1789, era un tiempo. Y otro el que viene se desprende a partir de las consecuencias de 1789. Esa temporalidad está posteriormente en Hegel, Marx, hasta nuestros días.

Hugo Neira
07 de mayo del 2023

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