Aldo Llanos
Soberbia espiritual
Aquellas espiritualidades centradas en el yo
Uno de los pecados más graves es, sin dudas, el pecado de la soberbia. Y esta, no es exclusiva de personas mundanas y descreídas, porque también se encuentra frecuentemente en personas consideradas como “espirituales”.
La soberbia nace en un egocentrismo descontrolado que, en un primer momento, nos pasa desapercibido. ¿Quién no ha sido soberbio al creer que en ciertos temas opinables siempre se tiene la razón? ¿Quién no ha sido soberbio al pensar que, primero deben disculparse los demás para recién hacerlo uno mismo? ¿Quién no ha sido soberbio como para desvelarse planificando el destino, buscando controlarlo por no querer aceptar lo inesperado? La cuestión es que, tal y como lo describe la psicología contemporánea, una cosa es una soberbia detectada, asumida y combatida, y otra una soberbia patológica.
Por suerte, encontramos claros ejemplos de soberbia patológica espiritual en el Evangelio, en donde muchos fariseos se muestran afectados por esta condición. En efecto, en muchos versículos neotestamentarios, leemos como varios fariseos buscan constantemente colocarse en el centro de cualquier situación, buscando el reconocimiento y la admiración de los demás por su “espiritualidad”.
En dichos versículos la soberbia patológica de estos es evidente, porque muestran una dependencia hacia el reconocimiento y la admiración lo que, finalmente deviene, en la construcción psicológica de un personaje más que en la consolidación psíquica de una personalidad.
Por ello, en la actualidad, tampoco ayuda mucho el hecho de vivir en una suerte de mercado espiritual, en dónde se ofertan espiritualidades que son tierra fértil para el crecimiento de la soberbia espiritual. Este es el caso de las espiritualidades centradas en el yo, en donde, por ejemplo, se reza u ora como una técnica de atracción, decreto y concreción, buscando que nuestros deseos sean cumplidos.
Por ese camino, la oferta espiritual transforma la espiritualidad en “método” y a sus prácticas en “procedimientos”. Entonces, ya no hay lugar para el misterio ni para la incertidumbre en la búsqueda-encuentro del Otro y los demás, dando paso a una vivencia notoriamente individualista.
Por ese camino, sólo me encuentro yo y mi espiritualidad-método, que devendrá finalmente, en gnosticismo o magia, alejándome cada vez más del Dios verdadero.
Hay quienes sostienen que la espiritualidad-método es más dúctil para los intereses de aquellas mentes que están detrás de cualquier proyecto integrista/rigorista (sugiero leer al respecto a Amedeo Cencini, a Luis Santamaría del Río y a Luis Alfonso Zamorano), porque lleva a sus cultores a sobrevalorizarse y a minusvalorar con violencia a los que no piensan ni actúan como ellos.
En estos casos, sus víctimas padecen en carne propia el que aquellos no toman en cuenta su inalienable valor personal, reduciéndolo a su “productividad espiritual” o al ejercicio de sus capacidades intelectuales y/o de liderazgo. Y en casos más severos, a su apariencia física. Todo esto, sin autocrítica al punto que, al ser criticados por ello, los soberbios espirituales elaboran y se creen el cuento de que medio mundo está contra ellos.
Asimismo, el testimonio cristiano de los soberbios espirituales, pasa a convertirse en selfie espiritual, deseando que más personas vean cómo es que estos realizan prácticas espirituales (incluso buenas en sí mismas). En ese sentido, el “tu Padre que está en lo secreto, y que te ve en lo secreto” (Mateo 6,6); y el “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mateo 6,3), pasa a ser palabra muerta.
El selfie espiritual que quiere hacerse pasar como testimonio, a todas luces será falso, porque no se busca el bien de los demás, aunque cueste, sino, porque, en el fondo, se anda buscando la propia autocomplacencia: la soberbia.
Por ello, el mejor modo de sustraernos de la soberbia espiritual será siempre la humildad. Y esta se alcanza más rápido cuando somos humillados, al tropezar o caer bajo. ¡Benditos yerros que nos llevan a la humillación por parte de los demás!
Claro, siempre y cuando, se tenga la suficiente fuerza que sólo la Gracia de Dios otorga a quiénes se aceptan como son primero y aceptan lo errado a continuación, emprendiendo un verdadero camino de recuperación y reconciliación.
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