Dante Bobadilla

Sin posibilidades de desarrollo

Vivimos en una cultura de dependencia del Estado

Sin posibilidades de desarrollo
Dante Bobadilla
08 de febrero del 2018

 

Cada vez tengo menos esperanzas en este país. Y no solo por los malos políticos. Nada parece cambiar la actitud general y dominante de vivir con la mano estirada hacia el Estado. Todo se le pide al Estado. Ahora es el Estado el que debe proteger a las niñas y no sus padres, es el Estado el que debe prever las contingencias del mercado y no los productores, etc.

Algunos creen que pagar impuestos les da el derecho a reclamarle al Estado la solución de todos sus problemas. Pero los impuestos apenas alcanzan para cubrir el mantenimiento del gigantesco aparato público, sus miles de oficinas y millones de burócratas. Es decir, pagamos impuestos para mantener al Estado. No al revés.

En los EE. UU., en cambio, tuvieron mucho recelo al momento de crear el Estado y tener que aceptar su injerencia. Por eso, lo primero que hicieron fue establecer los derechos del pueblo como garantía para que el gobierno no intervenga en sus vidas y respete el derecho de cada ciudadano a construir su propio destino y a labrar su felicidad según su libre albedrío. Los derechos del pueblo eran una barrera contra el Estado.

En el Perú es al revés. Todos creen que tienen el derecho de pedirle al Estado que se haga cargo de sus vidas y resolverles sus problemas. Los derechos están al revés: no son garantías para que el Estado no se meta en sus vidas, sino todo lo contrario.

Nuestros políticos viven prometiendo más derechos. La única creatividad que exhiben es para inventar nuevos derechos. Claro que todos esos “derechos” cuestan y son pagados con fondos públicos o, incluso, con dinero de la empresa privada. Les da lo mismo. La máxima aspiración de estos políticos es crear un programa social para cada etapa de la vida, como pregonaban Ollanta Humala y Michelle Bachelet.

De acuerdo a nuestra mentalidad criolla, el Estado acoge al ciudadano incluso antes de nacer, pues resulta que hasta el no nacido ya tiene derechos. Luego viene una serie interminable de programas sociales destinados a cada etapa de la existencia, desde la cuna hasta la vejez, para suplir más derechos. Ese es el mundo de fantasía con el que sueña toda sociedad subdesarrollada aspirante a clase parásita, que al final acaba en la pesadilla de un socialismo insostenible y fracasado.

En este escenario no hay ninguna posibilidad de desarrollo. En los EE. UU. se hizo popular el american way of life, que no se refiere únicamente al consumidor con alto poder adquisitivo invadido de publicidad y ofertas para mejorar su estilo de vida, como ha sido ridiculizado por el progresismo. Ya existía mucho antes, desde el inmigrante que conquistaba el oeste con penurias en busca de mejor vida, hasta el rudo cowboy que labraba su propio destino en completa libertad. El mensaje primario en la sociedad norteamericana siempre fue que cada quien es responsable de su propia vida, destino y felicidad, y que el Estado no debe ser un escollo para esos fines.

Acá es todo lo contrario. Vivimos en una cultura de dependencia del Estado. Ser ciudadano es exigir ayuda del Estado y tener ese “derecho” a reclamarle al Estado. Es la famosa “ciudadanía” que pregona la izquierda. Así veo muy difícil que salgamos adelante. Es imposible. Y a esto aún hay que sumarle la curiosa animadversión contra la empresa privada y el estigma que le imponen al afán de lucro.

Acá lo correcto es apoyar a la pequeña empresa y al productor artesanal. Luego se combate a la empresa privada, en especial si es grande y más aun si es extranjera. Y peor aun si es chilena. La mentalidad es que todos ellos “se llevan nuestras riquezas”. ¿Cómo puede desarrollarse un país donde prevalece este tipo de mentalidad?

¿Es acaso posible desarrollarnos con solo pequeños productores, artesanales, parceleros, combatiendo al gran capital, espantando a la gran empresa y esperando que el Estado (esa casta de burócratas irresponsables y corruptos) nos resuelva todos los problemas? Imposible.

 

Dante Bobadilla
08 de febrero del 2018

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