Oscar Silva Valladares

Simón Bolívar y el bicentenario de Ayacucho

Controversias en torno a las decisiones del libertador con respecto al Perú

Simón Bolívar y el bicentenario de Ayacucho
Oscar Silva Valladares
09 de diciembre del 2024


La obra y legado de Simón Bolívar en el Perú llevan doscientos años sujetas a controversias y disputas que reflejan dispares posturas históricas, políticas y culturales sobre el Perú como nación y como ente político en Hispanoamérica. Las contradicciones en los juicios sobre Bolívar son acentuadas por la brecha que existe entre sus numerosos escritos –los cuales, con una prosa clásica, elocuente y estéticamente bella, intentan explicar su labor, sentimientos y designios políticos– y su acción rigurosa y descarnada manifestada en hechos concretos. Los escritos de Bolívar, que le han llevado a ser considerado como el primer prosista romántico de Hispanoamérica, continúan siendo leídos y admirados, mientras que sus actos y motivos siempre representarán un reto a la historia. Sus decisiones político-militares, por otro lado, muchas veces no parecen tener coherencia y revelan el caos, los vaivenes y la confusión de la época frente a su colosal intento de concluir la independencia de las colonias hispanas en América del Sur y concretar sus concepciones políticas, empeño que frecuentemente trastabilla entre una visión grandiosa de unidad hispanoamericana y esquemas político-militares regionales o nacionalistas como respuestas a desafíos del momento.

La imagen de Bolívar y su estilo personal de mando han sido imitados numerosas veces por el caudillaje militar que ha abundado en los países que él libertó. Las biografías, monografías y anecdotarios sobre Bolívar, que suman cientos de publicaciones, resaltan sus numerosos gestos impulsivos o de calculada perspectiva histórica, como su periplo en Italia con su maestro y tutor Simón Rodríguez siguiendo el itinerario de Rousseau, su juramento en agosto de 1805 consagrado a la futura independencia americana en Monte Sacro –en la misma colina en la que los plebeyos romanos habían acampado durante su rebelión en el siglo V a. C.–, o su grito de dominio a la naturaleza expresado durante el terremoto de Caracas de marzo de 1812 y que recuerda risueñamente la historia de los latigazos al mar ordenados por el rey persa Jerjes durante su frustrada invasión a Grecia.

No es fácil juzgar en el Perú al hombre que finalmente nos libertó, contribuyó a la disminución dramática de su territorio y le declaró una guerra que tiene el nefasto privilegio de ser el primer enfrentamiento entre las repúblicas sudamericanas y que acaba en derrota peruana y origina nuevas confrontaciones hasta finales del siglo XX.

La cuestión inicial en el juicio sobre Bolívar en relación a la independencia del Perú es la necesidad de su participación y liderazgo. En congruencia con la concentración del poder realista en el Perú que impedía su independencia y que era una amenaza existencial a las nuevas repúblicas hispanoamericanas, la intervención de Bolívar en el Perú fue consecuencia del estancamiento de la lucha independentista en 1823. Antes de su llegada, la situación peruana respecto a la lucha emancipadora era calamitosa y fue resumida por Bolívar en una proclama luego del triunfo de Ayacucho: graves derrotas que reducen el control político-militar independentista al norte, insubordinación de la marina, discordia y disidencia política, salida de los auxiliares chilenos y sublevación rioplatense. El Perú, frente a su debilidad militar, falta de unidad política y carencia de liderazgo local, no tenía más opción que llamar a Bolívar tal como lo hacen Santa Cruz a fines de abril de 1823 y Riva Agüero a principios del mes siguiente.

Ese mismo vacío de liderazgo local había estado presente durante el Protectorado, pero la llegada de Bolívar al Perú acaba con las contemporizaciones de San Martín con la élite criolla y con los españoles. Se puede especular sobre los errores que cometió San Martín en el campo militar y político y las medidas alternativas que pudo haber tomado para consolidar la independencia del Perú y obviar la presencia de Bolívar, pero detrás de cada disyuntiva hay una razón contundente que impidió su concreción en favor de la emancipación. La reticencia de San Martín de atacar a Canterac en Retes en enero de 1821 fue asistida por la inercia de las tropas españolas impedidas a actuar por orden de Pezuela. El fracaso de la conferencia de Punchauca en mayo de 1821 es consecuencia inevitable de la voluntad de la corona española de preservar el control político del Perú y, consecuentemente, de las limitaciones del poder virreinal para acceder a un acuerdo político más allá de un armisticio temporal. La negativa de San Martín a perseguir a Canterac luego de la salida de las tropas españolas de Lima a inicios de julio de 1821 es el resultado de las inseguridades de San Martín respecto a su poderío militar y de su inadmisible persistencia en buscar un acuerdo político con los españoles. Los pedidos de ayuda militar a las Provincias Unidas y a Chile que hace San Martín y que hubieran permitido suplir o prescindir de la ayuda de Bolívar ya no eran escuchados en 1822 con el mismo ánimo anterior.

A la salida de San Martín del Perú en setiembre de 1822 se intenta improvisadamente la creación y consolidación de un mando político-militar peruano autónomo, el cual fracasó rotundamente como consecuencia de la lucha de partidos, las ambiciones comarcales y la creciente ambigüedad de la élite criolla, así como por el débil liderazgo militar peruano. La derrota de las tropas peruanas comandadas por Rudecindo Alvarado en la segunda campaña de puertos Intermedios a inicios de 1823 no puede ser atribuida a la negativa de participación de las fuerzas colombianas del antiguo batallón Numancia dirigidas por el general colombiano Juan Paz del Castillo, tal como ha sido insinuado en la historia local, sino a las debilidades de las tropas peruanas abrumadas por la rivalidad argentino-chilena, la indisciplina y la falta de cohesión y recursos básicos. Desde la distancia, Bolívar era consciente del estado de las tropas peruanas y un elemental sentido de supervivencia le llevó a ordenar a las tropas colombianas evitar participar en una campaña que era percibida correctamente como destinada al fracaso, como lo demostró la debacle en Macacona en abril de 1823. La llegada de tropas colombianas al Perú durante el gobierno de Riva Agüero, supuestamente sin la consulta previa y aceptación peruana, es un incidente de limitado valor histórico frente a la inevitabilidad de esa intervención. 

Pero si la labor política y militar de San Martín en el Perú fue incompleta, la actividad de Bolívar rebalsa el propósito primigenio de otorgar la independencia. El mayor reproche peruano a Bolívar, desde una óptica esencialmente nacionalista, es sin duda su ánimo y sus decisiones políticas y militares que contribuyeron a la disminución del territorio del Perú en desmedro de las pretensiones de reconstituir una unidad política mayor.

La anexión de Guayaquil a Colombia fue propiciada por Bolívar luego del triunfo patriota en la batalla de Pichincha en la cual, irónicamente, la participación de las tropas peruanas fue importante pese a haber sido minimizada por autores colombianos. Esta anexión, desde una posición peruanista, se llevó a cabo en el contexto de las intenciones de Bolívar de incorporar también Tumbes, Jaén y parte de Maynas a Colombia y se concretó mediante actos intimidatorios de las tropas colombianas sobre la población civil de Guayaquil, maniobras para neutralizar a las tropas peruanas que aún se encontraban en la antigua Audiencia de Quito después de la victoria de Pichincha y presiones impuestas sobre la Junta Gubernativa de Guayaquil. La creación política de Bolivia, patrocinada y ejecutada con el apoyo final de Bolívar pese a sus reticencias iniciales, significa desde una tradicional y recurrente óptica peruana no solo un desmembramiento importante para el Perú sino también la ruptura de la unidad histórica, geográfica y cultural quechua-aymara que fue eje fundamental de la cultura andina por cientos de años. En el contexto de la discusión y promulgación de su Constitución Vitalicia, en aras de su proyecto federativo de los Andes y para facilitar la integración con el Alto Perú y Colombia, Bolívar igualmente sugirió en algún momento la partición del Perú en dos Estados. 

Otra de las decisiones controvertidas de Bolívar fue su decreto de abolición de las comunidades campesinas expedido en el Cuzco en julio de 1825 y justificado en la voluntad de otorgar derechos de propiedad de la tierra a los indígenas iguales a los de los peruanos de otros grupos sociales. Esta decisión, que tiene como precedente una norma similar adoptada por las Cortes en 1812, así como la abolición del tributo indígena y de todo tipo de servidumbre personal por San Martín en 1821, continúa el esfuerzo progresista independentista de otorgar igualdad de derechos a los indígenas e incluye la prohibición a todo funcionario público y eclesiástico a emplear a los indios en labores manuales. La abolición de las comunidades ha sido lamentada por haber debilitado las unidades sociales indígenas al propiciar el crecimiento de latifundios. Esta apreciación, sin embargo, es diferente al dictamen histórico tradicional que hace cien años consideraba positiva la decisión de Bolívar al haber otorgado garantías de propiedad frente a la ausencia de títulos, y muy pocos se preguntan por qué los derechos comunitarios de los campesinos peruanos solo fueron restituidos cien años después en la Constitución de 1920.

Se afirma que Bolívar, dada su extracción venezolana, tuvo poco entendimiento, afinidad o simpatía hacia las culturas indígenas de Ecuador, Perú y Bolivia, y se cuestiona su restitución del tributo indígena en 1826, pero otros resaltan su exaltación del mestizaje hispanoamericano en comparación a una visión supuestamente más europea de San Martín. Durante su trayectoria político-militar Bolívar siempre tuvo presente al Perú y a los peruanos, por ejemplo al reconocer el significado de la muerte de Atahualpa y de la gesta de Túpac Amaru en su Carta de Jamaica en setiembre de 1815, al admitir en el mismo documento que pese al carácter sumiso de la población del virreinato peruano, ella había sido la más sacrificada por los españoles y por ello no sería indiferente a la causa independentista, o al lamentar los fuertes condicionamientos para la lucha independentista en el Perú por ser un país de “oro y esclavos”, percepción punzante sobre la sociedad peruana. Durante su visita al Cuzco en 1825 Bolívar tiene un nuevo encuentro con la historia peruana y una percepción más directa e íntima de ella cuando afirma que “el Perú es original en los fastos de los hombres,” destacando también la singularidad de las raíces de su cultura: “este país, en sus creaciones, no ha conocido modelos; en sus doctrinas, no ha conocido ejemplos ni maestros, de suerte, que todo es original y todo puro como las inspiraciones que vienen de lo alto”.

Bolívar no solo percibió al Perú como un desafío en la consolidación de la independencia de la América española sino también como una dificultad en sus designios políticos en los cuales Colombia naturalmente jugaba un papel preponderante. El poder económico, militar y político de España en América del Sur estaba concentrado en el Perú y una parte de la élite política peruana oscilaba entre su fidelidad a la corona española y una desganada voluntad de independencia. Bolívar vio esto muy claramente al menos desde 1815, y su estilo drástico de acción, consistente con su personalidad y forjado en la guerra inflexible y cruel que tuvo necesariamente que utilizar en Venezuela y Nueva Granada, le llevó a decisiones firmes y radicales que afectaron a la élite peruana. Destituciones, exilios y fusilamientos de notables fueron características del accionar de Bolívar en el Perú, conducta que incrementó la oposición de la élite limeña a la independencia, lo cual explica en parte la fuga masiva hacia el fortín del Callao en tiempos de la defección de Tagle en un volumen significativo teniendo en cuenta las anteriores purgas anti-españolas de Monteagudo.

Es reveladora la caracterización de los bandos que admiran o execran a Bolívar en el Perú, y cuyas percepciones han condicionado la visión peruana sobre los hechos cruciales de su independencia. Detrás de la atracción que genera Bolívar se encuentra un ideario político que persiste en el sueño de una unidad hispanoamericana y, por tanto, minimiza sus decisiones políticas que afectaron territorialmente al Perú al considerarlas acciones secundarias en aras de objetivos más alturados de unidad regional o continental; otros grupos alaban su premonición respecto al adverso rol que Estados Unidos habría de tener en su relación con Hispanoamérica y el valor que su unidad política hubiera tenido para contrarrestar este reto. Los partidarios de Bolívar incluyen además a aquellos que no solo deploran el cuestionado rol de la élite peruana contraria a la independencia sino también la persistencia de este estrato como factor en la desigualdad social que no solo continuó después de 1824 sino que inclusive se acrecentó durante la república. Tras la crítica a Bolívar hay una singular y disímil amalgama de convencidos demócratas que ven en el autoritarismo bolivariano en el Perú un mal precedente y un ejemplo aciago del caudillaje militar que siguió a la independencia, nacionalistas que perciben en la anexión de Guayaquil a Colombia, en la creación de Bolivia y en la batalla de Tarqui derrotas y humillaciones históricas, conservadores que ven en las acciones drásticas de Bolívar contra prominentes miembros de la élite criolla un atentado a la memoria y a la reputación de supuestos ilustres próceres, y sectores de izquierda ideológica que acusan a Bolívar de haber contribuido a la centenaria explotación indígena mediante sus actos legislativos.

La controversia sobre Bolívar debería ser definida por el hecho indiscutible que él lideró y concluyó con éxito el último esfuerzo militar para acabar con la dominación española en América del Sur y en el Perú en particular. El afán de Bolívar en la reorganización y fortalecimiento del ejército independentista en el Perú que lleva a la victoria final en 1824 es reconocido como el esfuerzo supremo de su corta vida. Bolívar no estuvo en Ayacucho, pero su energía, visión y liderazgo permitieron concluir la labor continental emancipadora iniciada en 1810. Muy pocos hombres han logrado tanto en tan poco tiempo como Bolívar, pero la controversia sobre su persona continúa y refleja una ambivalencia cultural que existe aún sobre el significado y los méritos de la independencia y de su secuela.

La crítica más incisiva, espaciosa y persistente a Bolívar es su ambición de gloria y poder, apreciación que evoca el concepto hegeliano del hombre histórico quien, en la búsqueda de sus intereses particulares, ocasiona un propósito histórico necesario. Carlyle decía por su parte que la motivación espiritual de los héroes es la misma, independiente de su actuación como profeta, místico, escritor o político: desterrar lo falso, lo superfluo. En Bolívar, con la misma lógica ineluctable de los luchadores contra la idolatría, la lucha por la independencia es la liquidación de un sistema político que consideraba vano, ilusorio e inoperante porque no representaba a la realidad de América.

El proceso de la independencia hispanoamericana permitió la expresión de un nuevo tipo de hombre histórico enfocado, más allá de su sed de gloria y poder, al esfuerzo de independencia en nuevas sociedades. Esta es la unicidad del proceso de la emancipación hispanoamericana y por ello no es ocioso recordar que una hazaña similar requeriría un nuevo mundo por libertar, tal como mencionó elocuentemente José Domingo Choquehuanca en su elogio a Bolívar.

Oscar Silva Valladares
09 de diciembre del 2024

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