Arturo Valverde

¡Simión! ¡Mozo! ¡Borracho!

Sobre un relato de Anton Chejov

¡Simión! ¡Mozo! ¡Borracho!
Arturo Valverde
16 de febrero del 2022


Querido Simión: 

Vaya lío en el que metiste al afinador de pianos, a ese hombre reumático y delicado, incapaz de caminar descalzo sin padecer las consecuencias, a ese tal Murkin, y todo por andar bebiendo en demasía, al extremo de que terminaste confundiendo sus botas por otras. 

“¿Dónde podrán estar las malditas…? Anoche las limpié y las puse ahí. ¡Hum…! ¡Hay que decir que estaba algo bebido…! ¡Puede que las llevara a otra habitación…! (…) ¡Hay tantas botas, que cómo va uno a reconocerlas estando borracho, cuando no se reconoce uno ni a sí mismo!”, tuviste el descaro de decir, y con esta confesión, en primera persona, nos queda clara tu falta de responsabilidad. No hacen falta testigos, cuando el culpable confiesa su falta. ¡Las dejaste en la habitación de la dama del número sesenta y cuatro! ¡La actriz!

¿Sabías que el reumático se vio obligado a llamar a la puerta de aquella mujer? “Perdone la molestia que le causo, señora, pero soy un hombre delicado…, ¡reumático…!”, no se cansa en hacer pública su condición Murkin, como si quisiera dejarnos en claro este punto. Lo repite y lo repite y lo repetirá hasta el final de su historia. 

A partir de allí, debes saber que le sobrevinieron una serie de desdichas y malos ratos, como calzarse las botas de otro hombre. ¡Y todo por culpa tuya, Simión!

 

  • Son las botas de Pável Aleksándrich… -gruñó, mirando de soslayo (torcía el ojo izquierdo).
  • ¿Qué Pável Aleksándrich?
  • El actor… Viene todos los martes. Seguramente en lugar de las suyas se puso las de usted, y yo metería en esa habitación los dos pares: los de él y los suyos… ¡Qué cosas…!

 

¡Ah, pero si es para ahorcarte Simión! Tu irresponsabilidad llevó a Murkin a calzarse dos botas izquierdas. ¡Le brotaron callos de los pies! Y qué alivio sería si solo se tratasen de callos, comparado con la paliza que le espera a Murkin que, en la búsqueda de sus botas, está a punto de dañar la honra de la dama del número sesenta y cuatro. ¡La actriz!

 

  • (…) ¿No ser sirvió usted acaso estar anoche en el número sesenta y cuatro?
  • ¿Cuándo?
  • Anoche, señor.
  • ¿Me vio usted?
  • ¡No, señor, yo no le vi! -contestó Murkin, presa de fuerte azaramiento, sentándose y quitándose las botas-. (…)
  • ¿Y con qué derecho, señor mío, afirma usted una cosa semejante? ¡No hablo por mí, pero está usted ofendiendo a una dama y además en presencia de su marido!

 

Lo último que te diré, Simión, es que, como cuenta Antón Chéjov, en Las Botas, “todos cuantos aquella noche paseaban por el jardín público, junto al teatro de verano, vieron cómo antes de empezar el cuarto acto, por la alameda principal que parte del teatro, volaba un hombre descalzo, de rostro amarillo y ojos espantados. Le perseguía otro hombre vestido de Barba Azul que llevaba una pistola en la mano. Lo que ocurrió luego, no lo supo nadie. Solo llegó a saberse que Murkin, a partir de su conocimiento con Blistanov, permaneció dos semanas tumbado, enfermo, y que a las palabras: “¡Yo soy un hombre delicado y reumático!”, añadía las de “¡Yo soy un hombre herido…!””.

¡Simión! ¡Mozo! ¡Borracho!

Arturo Valverde
16 de febrero del 2022

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