Darío Enríquez

Si la educación cambia el mundo, ¿quién cambia la educación?

Sin libertad, cualquier pretensión de bienestar y prosperidad es inútil

Si la educación cambia el mundo, ¿quién cambia la educación?
Darío Enríquez
11 de julio del 2018

 

No es un tema fácil, aunque se hace menos complicado si se le divide en partes o categorías. Se habla de instrucción en la escuela, de educación en la familia y de vivencias en el proceso transversal de socialización. Surge entonces otro problema: ¿Cómo volvemos a unir esas partes que seccionamos para fines de análisis? ¿Cómo incluimos entre las partes a los valores y las virtudes? ¿Cómo hacemos para no dejar fuera nada importante y no perder el tiempo incluyendo elementos que no son relevantes?

Ojalá se tratara solo de ciencia, y si fuere ciencia “dura” mucho mejor. Casi nada lo es. Se habla por ejemplo de modelos vanguardistas como el de Finlandia, pero aún falta mucho tiempo para que conozcamos los frutos de ese modelo. Tal vez dentro de 30 años estemos en condiciones de reconocer si realmente es tan bueno este modelo como la sensación de bienestar que propaga hoy. Mucho más aleccionador sería estudiar el modelo educativo —diferente al actual— que formó a la actual generación al mando en la Finlandia próspera y desarrollada de hoy.

Al final no debemos perder de vista el objetivo fundamental. Nos equivocamos claramente cuando evocamos medios como si fueran fines. ¿Cuál es este objetivo? Diversos nombres vienen a la mente, tantos como visiones diferentes tengamos del problema: prosperidad material, desarrollo humano, bienestar sostenible y generalizable, etc. Cuenta el economista hispano-argentino Carlos Rodríguez Braun que en cierta ocasión, conversando con el notable filósofo Karl Popper, le preguntó cómo así podíamos explicar la directa relación entre libertad y prosperidad. La respuesta de Popper fue más que interesante: “Coincidencia, mister Braun, solo coincidencia”. En verdad, lo que subyace detrás de una respuesta como esa es que la libertad es condición necesaria pero no suficiente para ser próspero. Muchos otros factores —laterales o concurrentes— intervienen en ello, aquí no hay automatismos ni recetas mágicas.

Tampoco basta con educar el mundo buscando “un cambio”. Se trata de hacerlo mejor. El pueblo más educado del mundo incubó al nazismo y regímenes como el de Stalin o Mao, con énfasis en producir el “nuevo hombre” desde una “revolución cultural” orientada a ese cambio paradisiaco, cobraron 100 millones de vidas; no en guerras internas o externas, sino en represión del Estado contra sus propios ciudadanos que “no se dejaban educar”. Sin respetar los principios fundamentales de vida, libertad y propiedad privada, el resultado terminará siendo el mismo: miseria, tiranía, ríos de sangre inocente, colapso. Aunque hayan tenido “buenas intenciones”.

Por eso es importante rescatar la idea central del discurso que el congresista Francesco Petrozzi diera en una sesión reciente de la Comisión de Educación del Congreso. Más allá de algunos elementos demagógicos fuera de lugar, como la mención al “friaje” en Puno, o de la estigmatización que sufre el congresista por parte de quienes lo “acusan” de ser fujimorista —y que, por lo tanto, debe ser desechado—, el mencionado discurso (que se “viralizó” rápidamente en las redes sociales) está en la línea correcta de reconocer el derecho de la familia a participar directamente en la educación de sus hijos, sin que el Estado intervenga ni imponga en forma violenta ninguna política ni enfoque —mucho menos ideologías— que no sea aceptada en forma voluntaria por la familia. Aunque unas horas después, el mismo Petrozzi entrara en contradicción al decir que apoya imponer violentamente desde el Estado el enfoque de género en los programas educativos (contradicción que él mismo debe explicar). Pero la idea esencial no pertenece al personaje, sino al mundo y la realidad: la familia es responsable de la educación de sus hijos y ninguna entidad que cuente con la violencia estatal de su lado puede ni debe imponer nada que la familia no acepte. La escuela estatal debe ser tan neutra como sea posible, pues quienes optan por ella para instruir a sus hijos no tienen mayor amplitud de decisión. Por su lado, la escuela privada tendrá una oferta adecuada a las preferencias de quienes opten por ella; y si no hay acuerdo, las familias pueden escoger otra.

¿Por qué el enfoque de género se convierte en ideología? Un enfoque es una forma metodológica de abordar una problemática. Corresponde a una visión del mundo y del problema en cuestión. En el extremo, puede haber tantas visiones como personas. Los enfoques tienen fortalezas y debilidades, y su aplicación puede ser recomendable en unos casos y en otros tal vez no. Que un enfoque se convierta en “política estatal” y pretenda ser impuesto a la fuerza —con la violencia que el Estado ejerce en forma legal, pero no necesariamente legítima— desvirtúa totalmente su naturaleza y lo convierte en una ideología que además termina siendo criminal. Y otra vez, aunque tenga “buenas intenciones”. Las visiones del mundo se exponen, no se imponen. En el proceso civilizado de socialización, que va desde la cooperación voluntaria hasta la coexistencia pacífica, nuestras diferencias deben ser concertadas, consensuadas o toleradas, según sea el caso.

Compartimos uno de los conceptos que recoge el enfoque de género desde los principios liberales clásicos: la igualdad ante la ley. Nadie en su sano juicio puede estar en contra de este principio, y menos negarlo o reconocerlo según el género. Al mismo tiempo, rechazamos ese supuesto antagonismo irreductible e ineludible entre hombres y mujeres, que versiones extremas del enfoque de género —lamentablemente dominantes— toman del peor de los marxismos y convierten en dogma de fe. ¡No es no!

 

Darío Enríquez
11 de julio del 2018

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