Javier Agreda

Shakespeare y sus tragedias

Shakespeare y sus tragedias
Javier Agreda
13 de febrero del 2015

La capacidad del gigante de la literatura inglesa para entender el alma humana. 

A casi quinientos años de su muerte, el escritor inglés William Shakespeare (1564-1616) sigue siendo considerado una de las grandes cumbres de la literatura universal, especialmente por la serie de tragedias que publicó a inicios del siglo XVII: Hamlet (1601), Otelo (1604), Macbeth (1606) y El rey Lear (1607). Aquellas que Walter Muschg (en su libro Historia trágica de la Literatura) denomina “tragedias demoníacas”, para diferenciarlas de las tragedias épicas de los griegos y de las tragedias religiosas de Calderón de la Barca. Tragedias en las que Shakespeare atisba, en lo más hondo del alma humana, aquellas fuerzas oscuras y misteriosas que rigen nuestras decisiones. 

Hamlet era un joven universitario pacífico, aficionado al arte y que ocupaba su tiempo en las labores caballerescas, las académicas y el amor. Luego del asesinato de su padre, y la casi inmediata nueva boda de su madre, Hamlet va descubriendo los aspectos negativos de la vida: la injusticia, la mentira y la traición. Así, poco a poco va perdiendo la voluntad, la cordura y hasta la capacidad de amar. Algo similar ocurre con Otelo, quien al inicio de la obra que protagoniza, vive feliz su reciente matrimonio con su esposa Desdémona, hasta que Yago (el verdadero eje de la tragedia) comienza a tejer una red de mentiras alrededor de la pareja. Otelo, sin darse cuenta, va dejando de lado el mundo real para caer en las malévolas mentiras de Yago, hasta que finalmente mata a su inocente esposa. Tránsitos similares de lo real a lo irreal, de lo cotidiano a lo demoníaco, se producen también en Macbeth (en cuya primera escena aparecen tres brujas) y El rey Lear

El crítico Hugo Friedrich afirmaba sobre Calderón de la Barca: “casi todas las figuras de su teatro se enredan en la insensatez, caen en la angustiosa sensación de no saber ya por donde pasa el lindero entre lo verdadero y lo falso”. Pero la observación parece aplicable a buena parte de la producción literaria del siglo XVII, incluyendo al Quijote y a las tragedias de Shakespeare que estamos comentando. Hay que recordar que en aquella época las ideas religiosas estaban perdiendo fuerza, a la vez que el humanismo había reactualizado algunas ideas propias de la antigüedad clásica. Shakespeare unió esas dudas con un aporte sumamente personal: la profundidad de sus observaciones psicológicas. Eso es lo que ha llevado al crítico Harold Bloom a titular su libro más conocido Shakespeare. La invención de lo humano

La incertidumbre que se presenta en estas tragedias no es sino una profunda desvalorización del conocimiento, pero incluso en esa incertidumbre la ley ética permaneció firme. La vida puede ser sueño o realidad; pero según se muestra en las tragedias de Shakespeare, el hombre debe hacer siempre lo bueno y lo justo. Por eso todos esos otros mundos irreales (las mentiras de Yago, el reino de Hécate en Macbeth, etc.) son solo eso, universos demoníacos, en los que prima la maldad y la injusticia, pero efímeros. Finalmente el orden y el bien se restituyen, aunque muchos tengan que ofrendar sus vidas para ello. 

Por Javier Ágreda
13 - Feb - 2015  

Javier Agreda
13 de febrero del 2015

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