César Félix Sánchez
¿Sepultar al fujimorismo?
Su vigencia se demuestra en que ha disputado tres segundas vueltas
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Aun una observación superficial de la segunda vuelta de 2021 y sus confusas consecuencias nos llevan a confirmar una conclusión evidente –y, según mi entender, irrefutable–: si Keiko Fujimori y Fuerza Popular no fueron capaces de ganarle las elecciones a Pedro Castillo, no serán capaces de ganarle a nadie nunca. Incluso admitiendo la hipótesis del fraude-en-mesa y de otras triquiñuelas electorales diseñadas explícitamente para «pasar debajo del radar», a Castillo había que ganarle por al menos cinco puntos, como señaló López Aliaga en una entrevista casi la víspera del balotaje. Y cualquier otra de las fuerzas de la derecha habría podido sepultar holgadamente al candidato de Perú Libre. Y si, para desgracia suya y nuestra, Fuerza Popular logra ser lo suficientemente fuerte como para pasar a segunda vuelta, es probable que tengamos los mismos resultados de 2016 y 2021: un gobierno débil y en verdad indeseado, solo aupado al poder no por méritos propios sino por prejuicios quizá irracionales pero irremontables.
No pretendo, claro está, menoscabar los indudables logros políticos de Keiko Fujimori y de su equipo. Haber podido no solo remontar el ostracismo de 2000-2001, luego de la huida de su padre y la persecución a casi todo su aparato de gobierno, así como el profundo desprestigio de su causa y de su nombre que estos sucesos trajeron consigo, hasta constituir una fuerza política que disputó tres segundas vueltas no es mérito menor. Más aún, en 2016 consiguió no solo la mitad del electorado en la segunda vuelta sino una mayoría absoluta en el Congreso, cosa no vista nunca, si exceptuamos la mayoría absoluta de su padre en 1995. Pero el mérito electoral y político del keikismo es aún mayor, pues obtener una mayoría absoluta controlando el Poder Ejecutivo y después de tres años de control institucional casi absoluto luego del 5 de abril –como lo hizo su padre– es mucho más fácil que hacerlo desde la oposición y en el contexto de un gobierno absolutamente hostil como el de Humala. Y después de la exhibición urbi et orbi de los vladivideos y con el patriarca y muchos colaboradores cercanos suyos todavía en la cárcel para escarnio y befa permanentes.
A fortiori¸ otro gran mérito significativo de Keiko es haber intentado posicionar a Fuerza Popular dentro de un espectro doctrinario específico, alejado de las intuiciones a veces certeras y a veces descabelladas y del maquiavelismo informal de su padre. Pareció en algunos momentos que Fuerza Popular podría convertirse en el gran partido conservador del Perú, largamente esperado. Curiosamente, los mandarines progresistas que supuestamente buscan «fortalecer a los partidos» pusieron el grito en el cielo en 2016 e hicieron uso de todas sus fuerzas mediáticas y parajurídicas para desguazarlo. Y tuvieron gran éxito: los últimos congresos, atomizados y llenos de populistas e improvisados variopintos son fruto directo de aquel proceso. Se quejaban de la disciplina férrea impartida desde el chat de La Botika, pues bien, ahora tienen la sorpresa perpetua de la anarquía e imprevisibilidad que les reventó en la cara en noviembre de 2020 y los lleva al borde del síncope cada semana del 2022. El énfasis doctrinal de Keiko estuvo lejos de ser una mera maniobra cosmética: la prueba es la acción de su bancada entre 2016 y 2018, que, en gran medida, no defraudó al electorado pro-vida y pro familia, a diferencia de la hipocresía de Humala y PPK. Fue una gran diferencia si lo comparamos con el maltusianismo, el anticlericalismo e incluso la demagogia feministoide en los que incurrió, en algunos momentos específicos, el gobierno de su padre en los noventas.
Sin embargo, más allá de los esfuerzos de Keiko Fujimori, su partido acaba estando uncido al destino de un hombre literalmente desesperado por su libertad, incluso en los momentos en que su salud no era tan precaria. Y ese hombre, como puede verse por sus lastimeros audios de 2018 y en su actitud divisionista y chaquetera fomentando el cisma kenyista en aquel año, está dispuesto a realizar toda clase de palinodias desesperadas y pedidos de perdón por asuntos en los que hasta la víspera aseguraba –correctamente creo yo– no tener responsabilidad alguna, con tal de conseguir su libertad. No le importó casi destruir a su partido en aquel momento.
El absurdo intento de retorno de Fujimori al Perú en 2007 no solo es un capítulo muy representativo de la historia de la estupidez en el Perú, sino que además ha tenido consecuencias destructivas para el propio fujimorismo y para la derecha en general. Ahora, esta condición perjudicial de la acción política de Alberto Fujimori entre 2007 y 2022, no obsta a que, a su debido momento, se deba hacer una valoración histórica objetiva de su gestión de gobierno entre 1990 y 2000.
El huracán Lavajato sacudió al fujimorismo hasta sus cimientos, como a toda la clase política peruana (aunque quizás su supervivencia indique que le fue menos mal que al APRA, al ahora inexistente PPK y al agónico nacionalismo, todos partidos que llegaron al gobierno). Pero, junto con todos los otros elementos ya dichos, ha sido la cereza del pastel para hacer de Fuerza Popular un barco demasiado riesgoso como para encomendarle la defensa del modelo institucional y económico vigente, ni qué decir la posibilidad de realizar una verdadera reforma que desmonte los aparatos culturales progresistas y los residuos de estatismo que frenan el desarrollo nacional.
De ahí que no estén tan desencaminados los deslindes claros de López Aliaga, mal que les pese a ciertos opinadores limeñocéntricos. Por lo pronto en el sur del país donde el antifujimorismo es irremontable, el único obstáculo para que personas que, por todo lo demás son conservadores, dejen de votar en segundas vueltas por la izquierda es Fuerza Popular. El día que la derecha pueda conseguir al menos un cuarto del electorado en primeras vueltas tanto en Piura como en Puno, la libertad y el orden estarán preservados por mucho tiempo. Y esto ya no nos lo puede asegurar Fuerza Popular.
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