Daniel Brousek

Se acabó el baile, ni el Papa lo salvó

La Presidencia era demasiado encargo para PPK

Se acabó el baile, ni el Papa lo salvó
Daniel Brousek
30 de marzo del 2018

 

Pasado unos días, y ya con la cabeza fría, considero que es momento de repasar los graves acontecimientos sucedidos en la política peruana. Atrás quedaron las etiquetas: “gabinete de lujo” y “año de la reconciliación”, así como los bailecitos ridículos y espontáneos de Pedro Pablo Kuczynski; y ni qué decir de la rutina de ejercicios al aire libre que se le ocurrió inaugurar fuera de Palacio con sus ministros de entonces. ¡Se acabó el circo!

Un presidente que no supo reconocerse débil desde un comienzo y con una mayoría congresal contraria, apostó sin embargo a abrir un frente con la mayoría de padres de familia imponiendo el "generismo” en la currícula escolar, trayendo como consecuencia el cuestionamiento temprano al Ministro de Educación, Jorge Saavedra, y su vacancia inmediata. Su sucesora, Marilú Martens, corrió la misma suerte, pues no solo se le sumó el debate con los miembros de “Con mis hijos no te metas”, sino también la huelga de varios meses con los maestros, lo que desencadenó en la caída de todo un gabinete y que, por tanto, el “mensaje a la Nación” dado por PPK cayera en saco roto. No tenía muchos aliados políticos, y aún así, optó por la confrontación. A esto se sumó que la reconstrucción del norte demandaba ser un tema central en la agenda, pero para el Gobierno resultó más importante organizar los Juegos Panamericanos, lo que denota la poca empatía y sintonía con las necesidades de la población.

Por eso, y a pesar de las actuales circunstancias especiales y privilegiadas —bonanza económica, clasificación de la selección peruana al Mundial después de más de tres décadas, la reciente visita del papa Francisco y la división del partido de mayoría congresal— nada pudo sostener al presidente PPK en el cargo de mayor envergadura.

Su obligada renuncia solo fue el epílogo del triste espectáculo de un hombre que ya había perdido hace rato el nivel de estadista. En sus últimas apariciones en la prensa veíamos a un solitario y octogenario gobernante balbucear sobre su muerte y su próximo encuentro con el celestial San Pedro, prácticamente autocanonizándose. Algo que nos hacía recordar a aquel Nicolás Maduro que contaba sobre su encuentro con un pajarito celestial de Hugo Chávez. ¡Qué nivel!

Las pobres explicaciones de Kenyi Fujimori y Bienvenido Ramírez, que solo atinaban a explicarnos que todo lo visto en los videos resulta normal dentro de lo que es “gestionar”, más se acercaban a un deja vú de la justificación de Alberto Kouri, quien decía que los US$ 15,000 del ex asesor Montesinos era para el préstamo de un camión para repartir pescados a los pobres. Definitivamente los cargos a la Presidencia, a los ministerios y al Congreso quedaron grandes. Nunca antes un presidente ha dado tantos “mensajes a la Nación” y con tan poco contenido para todo un país que no necesita tanta sobreexposición mediática. ¿Ameritaba que un presidente dé un mensaje a la nación para defender a una ministra o para explicar sobre su relación con sus empresas? Y para colmo, además que el “mensaje a la Nación” se manoseó en demasía, fue espacio para contradicciones y mentiras.

En vano fueron los denodados esfuerzos de PPK para deslindar responsabilidades penales o asegurar en reiteradas oportunidades que luchaba contra la corrupción, ante la evidencia incuestionable de falta de voluntad política para tramitar la extradición del ex presidente Alejandro Toledo, o procesar a la ex alcaldesa Susana Villarán, quien regaló los peajes de Lima al consorcio brasileño en un contrato leonino y vergonzoso. Y qué decir de los empresarios de Graña y Montero, que fueron liberados de la prisión justo en plena visita del Papa. ¿Coincidió? Por cierto, capítulo aparte merece Duberlí Rodríguez, quien seguramente debe ser el único presidente del Poder Judicial que se ha paseado por todos los canales de televisión y emisoras radiales todas la semanas.

La debilitada figura presidencial suplicaba en sus últimas intervenciones, de manera reiterada y desesperada, que lo dejen trabajar. ¿Cuándo un presidente ha tenido que pedir que lo dejen trabajar? ¡Era el presidente! ¿Acaso los hombres de prensa que asistieron a Puno eran el conducto adecuado y oportuno por el cual un presidente gritara “traidor” a su propio ex presidente de aquel entonces? El presidente nunca leyó la realidad, pues creyó que en el tema de la vacancia presidencial podía resolver las cosas como acostumbraba hacerlo.

Nunca entendió que las reglas de juego habían cambiado y que el Perú ya no era su “chacra” para seguir negociando bajo la mesa. De no haber sido por los “mamanivideos”, lo más seguro es que el presidente seguiría siendo PPK. ¿Pero el país iba a soportar paralizado en el circo político de tapar o dilatar las acusaciones de la Comisión Lava Jato y además, con un fuerte sector político que no quería saber nada con PPK por indultar a Fujimori? ¿Realmente el Perú iba a progresar con un Gobierno con un aliado político como Bienvenido Ramírez o con la transparencia de Bruno Giuffra? Esto es no haber sabido leer la realidad como presidente.

A todo esto, cabe agregar y advertir que si PPK prefirió indultar a Fujimori para salvar el cargo, como parece que ha sido su modus operandi en todo, el indulto es ilegal y podría revertirse, sin importar de lo que defina la Corte Interamericana. Definitivamente la Presidencia era demasiado encargo para PPK, quien tuvo que ofrecer cien soles a unas cincuenta personas traídas en bus para que lo vayan a arengar a las afueras de su casa. Es lamentable que el presidente del Perú se emocione con salir de su casa para hablar con cincuenta personas a las que les pagaron para expresarle apoyo. Sería bueno que revise los balconazos multitudinarios de los verdaderos estadistas.

La pobre imagen que nos vendió el abogado Alberto Borea de PPK que es un abuelito bonachón terminó cumpliéndose cuando fue allanado, y se le vio paseando desorientadamente por el frontis de su casa con un vasito celeste en su mano, levantando la mano para saludar a una imaginaria multitud y que ni siquiera esté su esposa acompañándolo. Realmente un triste final.

 

Daniel Brousek
30 de marzo del 2018

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