Raúl Mendoza Cánepa

Sagasti, la república y el azar

Un texto escrito hace diez años por el actual presidente

Sagasti, la república y el azar
Raúl Mendoza Cánepa
29 de noviembre del 2020


“¿Existe o no el azar en la vida de los pueblos?”, se preguntaba Basadre. Para quien entiende que todo es resultado de sutiles causas concatenadas, no existe sino una sucesión de efectos que adquieren una significación cuando los vemos de lejos. Hoy debemos bajar las espadas y entender que los eventos recientes son señas más que azares.

¿Nos cuesta a los peruanos sentarnos en la misma mesa? ¿Nos abrazamos solo en una victoria para reír y en un desastre para llorar? ¿Por qué no sentarnos para contarnos el futuro sin odios ni impostaciones doctrinarias? La mesa tendida por el presidente Francisco Sagasti invita a un gran diálogo. Que el descontento en la calle se torne en mesa para las palabras. 

El diálogo del Bicentenario, y casi a doscientos años de nuestra primera constitución (la de 1823), no sería casual. En noviembre de 2010, Francisco Sagasti, Max Hernández y Cristóbal Aljovín publicaron extractos de los sesenta libros que sirven para entender al Perú (ya habían publicado una edición). Sin sesgos de selección, en aquella compilación brillan los textos de Víctor Andrés Belaunde –La realidad nacional- y El otro sendero, de Hernando de Soto, que junto a Ghersi y Ghibellini, introdujeron una visión de la libertad desde el capitalismo de los pobres. Brilla el fragmento de El Mercurio Peruano, una idea general del Perú. Comparten páginas Herrera, Vigil, Palma, Pardo, González Prada, Basadre, Sánchez, Mariátegui, Haya, Arguedas…Se señala en el prólogo que es un material representativo de los diferentes puntos de vista. Sagasti invocaría en el siglo XX a esa “república de las letras” que no terminamos de forjar en el XIX.

Decía el hoy presidente, muchos años atrás, sobre ‘ser presidente’ (sin saber, irónicamente, que sería para él): “Lo que se necesita ahora ya no es labor de un capataz de demolición, sino la de un constructor, y para construir se necesita alguien que escuche, que sea capaz de entender y de dialogar, que tenga la capacidad de crear un clima de diálogo”. En 1999 publicaba “Imaginemos un Perú mejor” (Agenda: Perú). Escribió: “Quizás el súbito afloramiento de ese peruanísimo ‘concho telúrico de acometividad’ del que nos habla Héctor Velarde tenga mucho que ver con nuestras dificultades para imaginarnos un país mejor al actual. Sin embargo, un examen de lo que han propuesto algunos de nuestros pensadores –Manuel Lorenzo de Vidaurre con su Plan del Perú, Francisco García Calderón con su Perú contemporáneo, Jorge Basadre con su Promesa de la vida peruana, por ejemplo– demuestra que en el pasado hemos sido capaces de idear futuros deseados para nuestro país”. 

Proseguía: “El gobierno tiene la responsabilidad de iniciar el diálogo nacional y el proceso de aprendizaje colectivo que permita identificar futuros deseados y posibles para el Perú; los representantes del sector privado deben participar en este proceso(…); los políticos deben superar sus afanes protagónicos, dejar de lado las actitudes excesivamente fiscalistas y de denuncia, y concentrarse en la identificación de opciones viables para el futuro; los intelectuales y profesionales, abandonando su escepticismo, deben colaborar en la identificación de futuros deseados y explorar la manera de acercarnos a ellos; los trabajadores deben aceptar su responsabilidad solidaria con el futuro del país y superar las posiciones maximalistas de confrontación (…)”. Se incluye hoy, y sobre todo, a los jóvenes. La mesa está. 

Ya tanto nos hemos dado de tajos desde la anarquía auroral del XIX que, dilucidando en frío, el odio ni fecunda ni glorifica. Que el Bicentenario sea ese diálogo que fue otrora campo de batalla. Y que lo sea bajo el calor de un gran abrazo.

Raúl Mendoza Cánepa
29 de noviembre del 2020

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