Jorge Valenzuela

Recuerdo de los arielistas

Recuerdo de los arielistas
Jorge Valenzuela
27 de agosto del 2014

La generación del 900 y las tareas pendiente en el Perú

Los arielistas constituyen la generación de intelectuales peruanos más combatida por quienes consideran al idealismo, que aquellos profesaron, como una de las peores taras filosóficas producidas por el hombre. Sea este breve recuento de sus propuestas como grupo generacional una invitación a revisar, críticamente, sus posibles aportes y las tareas que nos dejaron pendientes. Denominada como la generación del 900, la de los arielistas contó entre sus filas a escritores como Francisco García Calderón (1883-1953); Víctor Andrés Belaúnde (1883-1966); José de la Riva Agüero (1885-1944); José Gálvez (1885-1957) y Ventura García Calderón (1883-1953). Como generación se observan a sí mismos como los llamados a constituir una élite encargada de eliminar las inconsistencias de una sociedad para ellos confusa, compleja y bárbara a través del poder de la palabra y de una moral inquebrantable. En efecto, bajo el primer influjo de Rodó, asumen el compromiso de acabar con las contradicciones de un país como el Perú, generadas a lo largo de su historia enarbolando, como principio cimero, la conciliación de los opuestos sociales, tarea que, sin embargo, los sobrepasa en todos los sentidos. El proyecto nacional de los arielistas implica el reconocimiento de las clases medias como conductoras de las reformas que, desde el Estado, se hace necesario llevar adelante. Postula el mestizaje como estrategia para acortar la distancia cultural entre los sectores urbanos e indígenas y defiende los valores del cristianismo como instrumento educativo. Los arielistas encarnan, según Osmar Gonzales, al pensador social idealista, es decir, aquel pensador situado entre el pensador social biologista, influido por el positivismo de Comte, y el pensador social radical, cuyo impulso y énfasis se dará a partir de las ideas del marxismo. El idealismo de los arielistas se apoya, ciertamente, en un estilo de vida y en una concepción del mundo burguesa. En su caso no debemos olvidar su pertenencia a los estratos altos de la sociedad y su filiación cristiana, cuyo ejercicio los acercó inevitablemente a la defensa de posiciones hispanistas. Este idealismo los orientó en la búsqueda de valores “perdurables”, el rechazo de lo vulgar y deleznable, y de aquello falto de proporción. Alcanzar la “belleza moral” se convirtió en un propósito central. Para tal efecto, tuvieron a su alcance el lenguaje, ese instrumento con el cual buscaron producir el reflejo ideal de la realidad y con el cual buscaron unificarse en una sola patria. El lenguaje fue el arma que los confrontó consigo mismos en esa búsqueda del estilo. La llamada “lucha del estilo”, tan importante en sus vidas, los volcó, pues, sobre su propio ser, en la creencia de que, buceando en él, lograrían la tan ansiada belleza moral y la unidad continental. La crítica adversa a los arielistas apenas les reconoce la virtud del estilo. Habría sin embargo que entender que, en su caso, el logro del estilo supuso un permanente trabajo personal alrededor de la necesidad de conocerse cabalmente. Por ello el estilo en los arielistas no es solo ornamento. Es, sobre todo, el medio para llegar conocer el mundo. Es evidente que tienen fe en el lenguaje y que esa confianza los lleva a repetir los modos del parnasianismo: “esculpe, cincela y lima tus pensamientos”, decía Gautier. Los arielistas, como buenos modernistas de comienzos de siglo XX, dialogan con un saber cosmopolita (es inevitable poseerlo en el contexto de mundialización económica), un saber que tratan de asimilar, de hacer suyo en los términos de una apropiación de la palabra por el estilo, que se torna extremadamente prolijo, atildado, pero que no renuncia al descubrimiento de lo propio en ese diálogo. En este sentido no pueden dejar de ser universales, ecuménicos. Su predicamento se articula al reconocimiento de los grandes momentos espirituales de la historia y al aprovechamiento de la gran tradición intelectual de Occidente. Por ello no ven contradicción en nutrirse en las fuentes del clasicismo (al trabajar con todo su repertorio religioso-mitológico) o en universos exóticos, alejados al propio, cuya notable diferencia les permite conocerse mejor. Los modernistas, en este sentido, intentan construir una patria universal en la que queden disueltas las fronteras nacionales y las diferencias raciales. Ese es su ideal. En ese escenario imaginado, el arte se constituye en el lenguaje por antonomasia y el estilo en la marca de identidad del sujeto. Finalmente, para los arielistas, cuya confianza en el hombre era infinita, la construcción del espíritu es tarea capital. La filosofía idealista los provee de las armas para tal fin. Desde sus posiciones predican a favor del individuo, a favor de la victoria espiritual sobre la mediocridad del mundo material (pensemos en José Ingenieros y su El hombre mediocre) y sobre el poder de la palabra (sobre todo si proviene del maestro) para movilizar las conciencias.

Por Jorge Valenzuela

Jorge Valenzuela
27 de agosto del 2014

COMENTARIOS