César Félix Sánchez

Recordando la reconstrucción

La Guerra del Pacífico y el colapso de un modelo burocrático

Recordando la reconstrucción
César Félix Sánchez
27 de julio del 2020


No hay nada más oportuno en nuestras circunstancias presentes que, una vez que la «espuma de los días» de la pandemia y de la demagogia se disipen, recordar otra gran catástrofe nacional, la guerra del Pacífico y, más importante aún, el proceso de reconstrucción nacional ulterior (1886-1899) que, aun con sus luces y sus sombras, sigue siendo, a mi parecer, ejemplar. 

Al igual que en 1879, nuestros gobernantes mandaron a los combatientes sin vituallas ni municiones a la muerte, y sacrificaron la defensa nacional por minúsculos intereses políticos y demagógicos. Los mensajes grandilocuentes de Vizcarra y las medidas absurdas como la cuarentena de género recuerdan a los «más piramidales» decretos de la dictadura pierolista, satirizados por El Murciélago bajo el seudónimo de fray Benito Encalada Montestruque y Maldonado. Claro está que el presente es más grotesco; ya dijo Marx que la historia se repite, primero como tragedia, y luego como farsa. 

Por otro lado, el grito civilista ¡antes los chilenos que Piérola! se repitió también ahora con el grito progre-caviar de ¡antes la catástrofe sanitaria que Keiko!, representado en tomar como urgentes despilfarros increíbles como el referéndum del 2018, las elecciones inútiles del 2020 y la propiciación de la prensa y la academia a través de los millonarios gastos en consultorías y publicidad estatal antes que acabar con la tercerización, pagar puntualmente a los CAS y construir los famosos ochenta hospitales. 

Todo sea para «elevar la conciencia» del pueblo y evitar resultados sorprendentes para el establishment bien pensante como los del 2016, destruyendo a la oposición y manipulando a la opinión pública. 

Zamora, por su parte, recuerda a los generales teólogos y mercaderes de méritos meramente políticos que, como diría González Prada, guiaron en aquellos días a nuestras tropas permanentemente a la derrota. 

Y pensar que todavía quedan algunos que dicen que la gestión de la crisis fue muy buena porque podría haber sido peor, que colocarnos en el top 5 mundial de muertos por millón y de contagios y en la tercera economía más afectada del mundo es una señal de relativo éxito…Es como decir que la Guerra del Pacífico fue un éxito porque Lima cayó en enero de 1881 y no en mayo de 1879. 

Pero vayamos al grano. Contrariamente a lo que cree la opinión popular, el Tratado de Ancón (1883) no trajo la paz. La guerra civil entre el gobierno de Lima, encabezado por Iglesias, y el gobierno itinerante de Cáceres duraría más de dos años y sorprendía por su inusitada crueldad. González Prada había comparado a la guerra con Chile con el abrazo de Almanzor: habíamos contagiado la corrupción política a los invasores y ellos nos contagiaron su crueldad tradicional. El único logro del que podría haberse ufanado Iglesias –la paz– se disipó pronto al momento en que se negó a dejar el poder luego de la firma y ratificación del Tratado.

En 1886, Andrés Avelino Cáceres lograba por fin acceder a la presidencia y comenzar el proceso de reconstrucción. El panorama nacional no podía ser peor: la hacienda privada y pública quebrada y la infraestructura pública deteriorada, así como una monstruosa e inasumible deuda interna y externa. Es en ese momento que Cáceres demostró su altura de estadista con una medida, ahora olvidada, pero que tendría relevancia en sentar las bases de una economía sólida y estable por los siguientes sesenta años: el contrato Grace.

En simple, el contrato consistía en pagar la deuda externa y colocar de nuevo al Perú en el mapa financiero internacional a través de la concesión de los ferrocarriles peruanos (único y bastante machacado vestigio de la prosperidad falaz) a capitales británicos por cerca de setenta años. No faltaron los críticos –inclusive los liberales de José María Químper, que, como buenos liberales continentales decimonónicos, rendían culto al estado –, pero Cáceres vio con realismo que cualquier posibilidad de desarrollo venía de honrar las deudas, sanear la hacienda y abrir el país a las inversiones privadas extranjeras. ¿Cuántos de los que se llaman caceristas ahora estarían dispuestos a tomar una medida así?

Es interesante recordar el estado de la hacienda pública y la morfología socioeconómica del Perú previos a la guerra del Pacífico y que acabarían por conducirnos a la quiebra. Charles Wiener, científico francés y curioso observador de la realidad de los países andinos en los momentos anteriores a la guerra, describe al Perú como un frondoso estado burocrático, donde la principal aspiración de las personas es vivir del estado y recibir subsidios. Es el Perú que, de la mano inverosímil de Manuel Pardo, estatizaría las empresas salitreras. 

Al igual que en 1989-1992, el colapso absoluto de un modelo burocrático, con toda la tragedia que significó, permitió sentar las bases de un periodo de crecimiento económico y de relativa paz política. Urge, por tanto, aprender de la altura del estadista Cáceres de su primer gobierno. ¿Cuál sería nuestro contrato Grace en este momento de colapso del PBI en niveles históricos? Quizá el destrabe de las inversiones mineras, pero ya nuestro incomparable premier Zeballos ha dicho que Tía María no va, contradiciendo declaraciones previas de la ministra de energía y minas. Qué lejos estamos del espíritu de la reconstrucción.

César Félix Sánchez
27 de julio del 2020

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