Heriberto Bustos
Recordando la gesta tupacamarista
La necesidad de oponerse a ciertas acciones que afectan al país
El 4 de noviembre de 1780 se inició en Cusco la gran rebelión contra la corona española, liderada por José Gabriel Condorcanqui Noguera, conocido como Túpac Amaru II. Fue un hecho histórico que respondió al incremento de la recaudación fiscal y su centralización administrativa determinada desde España, un problema que afectó a toda la población de entonces; y en especial a los caciques (representantes de los indígenas frente a la autoridad española), que al ser nombrados por la administración hispana contaban con ciertos privilegios políticos y económicos. Este movimiento convocó la participación indígena, prisionera por entonces de la explotación a través de la mita (trabajo en las minas) y los obrajes (centros de fabricación de textiles), así como por el reparto forzoso de mercancías (ejecutadas por los corregidores).
En el contexto mencionado, las protestas y conspiraciones pusieron sobre la mesa las posibilidades de alianzas entre criollos, mestizos e indígenas, lideradas por los primeros (sector de indígenas enriquecidos con el comercio regional) y que tenían como dirigentes a caciques de las hoy provincias de Canas, Canchis y Quispicanchi de la región Cusco. Interesa señalar, en primer término, que el criterio organizativo fue altamente elitista, y que la presencia indígena fue utilizada como “masa de maniobra”; en segundo lugar, que en términos ideológicos, fue evidente la falta de claridad sobre el cuestionamiento al poder colonial por parte de la clase dirigente, mientras que los indígenas se sostenían en motivos mesiánicos y en el renacimiento de la cultura tradicional andina.
En uno de los versos de Alejandro Romualdo en “Canto coral a Túpac Amaru”, recitado en múltiples oportunidades por nuestros niños o adolescentes, podemos entrever, junto a la valoración de la gesta enraizada en la heroicidad de la persona, un mensaje relacionado con el mito del Inkarri (la leyenda cuenta que el inca volverá, en la forma de Pachakuti, para reordenar todo y empezar la regeneración de su pueblo): “Lo harán volar con dinamita / En masa, lo cargarán, lo arrastrarán / A golpes le llenarán de pólvora la boca / lo volarán: ¡Y no podrán matarlo! /… Al tercer día de los sufrimientos / cuando se crea todo consumado / gritando ¡LIBERTAD! sobre la tierra / ha de volver. ¡Y no podrán matarlo!
Al recordar lo señalado, importa mencionar la afirmación del escritor rumano (superviviente de los campos de concentración nazis), Elie Wiesel: “El recuerdo tiene su propio idioma, su propia textura, su propia melodía secreta, su propia arqueología y sus propias limitaciones: también puede lastimarse, robarse y avergonzarse; pero depende de nosotros rescatarlo e impedir que se convierta en algo barato, trivial y estéril. Recordar significa dar una dimensión ética a todos los esfuerzos”. La gesta tupacamarista nos enseña al margen de su entramado, la necesidad de oponerse a ciertas acciones que afectan la integridad individual y colectiva de un país. Un aspecto que ha dejado de ser tomado en cuenta por muchos peruanos, que día a día observamos el avance institucionalizado de la corrupción e inicio de la utilización de la amenaza y el terror como instrumento de acallamiento a la verdad y la destrucción de la democracia.
La denuncia hecha pública sobre los planes de atentar contra la vida de la fiscal de la Nación Patricia Benavides, integrantes directos de su familia y el coronel Colchado, entre otros, trasciende la amenaza personal, pues se convierte en una intimidación a todos los peruanos que cuestionamos los actos ilícitos del actual gobernante y su entorno. Jamás olvidemos que todo sistema democrático se sostiene en la fortaleza y efectividad de sus instituciones; de modo que cualquier ataque contra las autoridades que los representan, significa atentar contra el sistema democrático. ¡No permitamos que ello ocurra!
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