Guillermo Vidalón

¿Realmente fue un estadista?

¿Realmente fue un estadista?
Guillermo Vidalón
30 de noviembre del 2016

Solo un caudillo que hizo a miles a arriesgar sus vidas para abandonar el país

¿Alguien considera que un gobernante que se precie de estadista necesita mantenerse por casi cincuenta años ejerciendo el poder absoluto? Según solía decir, su objetivo era mantener la dignidad de su pueblo. Durante esos años enclaustró a su país en un sistema político distinto al democrático, en el que la alternancia en el poder no era más que una utopía. Para mantener su liderazgo, acostumbraba afirmar que el empobrecimiento de su pueblo era responsabilidad de las decisiones políticas de líderes de otros países. Y, al mismo tiempo, persistía en su decisión exclamando que vencerían, porque la única opción que le impuso a su pueblo fue la disyuntiva “Patria o muerte”.

Cabe preguntarse si un verdadero líder no evalúa las consecuencias de sus acciones políticas antes de ejecutarlas. La finalidad de la política no es el sometimiento de la ciudadanía de una nación para colocarla al servicio de la voluntad de un individuo o de un colectivo que se encarama en el ejercicio del poder. Una revolución, para ser auténtica, siempre tendrá que estar orientada a garantizar la libertad de las personas, así como a la satisfacción de las demandas más acuciantes de la sociedad. De lo contrario, carece de razón alguna.

Las personas nacen libres. Y es por esa razón que desde su origen despliegan en libertad todo su potencial creativo. Las personas también renuncian a parte de su libertad para evitar que alguno de sus miembros haga uso del libertinaje para vulnerar o poner en riesgo la libertad de los demás. Que alguien decida hacer con lo suyo lo que mejor le plazca es responsabilidad del individuo. Por eso, la libertad es importante y está intrínsecamente vinculada a la democracia.

Gobernar imponiendo un bloqueo informativo a su población, para que no se entere de lo que está sucediendo más allá de sus confines, es ciertamente un acto desproporcionado y prepotente. Si un pueblo se encuentra plenamente identificado con el accionar de su líder resultará innecesario privarlo de la información procedente de otras fuentes. ¿O es que acaso se temía que la información ejerza su influencia y promueva un cambio no deseado para quien seguía perpetuándose en el poder?

Sin libertad, sin intercambio de información, sin contraposición de ideas, la generación de conocimiento se ve limitada y, por consiguiente, el mejor desempeño de la economía. Hay rubros en los que ciertamente demostraron importantes logros, que no se pueden soslayar y que deben ser rescatados, analizados y, de ser considerado conveniente, incorporados. Pero alcanzar ciertos logros al costo de la libertad es conseguir una victoria pírrica.

En un mundo donde la economía tiene escala global, el aislacionismo por voluntad propia, a consecuencia del errado análisis político, resulta suicida y empobrecedor para la población a la cual se le impone un megalómano y egocéntrico sistema político. La modernidad, hoy, es puertas abiertas al libre pensamiento, al credo que cada quien desee profesar, a la libertad de intercambios para que cada cual logre el mayor beneficio posible y así propiciar la mejor calidad de vida para la población.

Se cierra un capítulo. La historia ha comprobado que no fue estadista ni líder, tan solo un caudillo que incentivó a miles, y quizás millones, a que arriesguen sus vidas para abandonar el país de la revolución.

 

Por Guillermo Vidalón del Pino

Guillermo Vidalón
30 de noviembre del 2016

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