Tino Santander

Radiografía de un fracaso

Radiografía de un fracaso
Tino Santander
19 de agosto del 2014

Análisis crítico de la regionalización desde la etnografía política de Puno

“En Lima no he aprendido nada del Perú… Allí nunca se trata de algún objeto relativo a la felicidad pública del reino. Lima está más separada del Perú que (de) Londres…" (“Diario de Alexander von Humboldt durante su permanencia en el Perú” - Piura CIPCA. 1991)

Puno es el pueblo más antiguo del sur del Perú pre-hispánico, cuna de la gran cultura del Tiahuanaco, que se desarrolló en el Altiplano aproximadamente en los 300 y 1000 D.C. Su fundación española fue en 1668, por el virrey Pedro Antonio Fernández de Castro. Al instaurarse el Virreinato del Río de la Plata en 1776, Puno pasó a formar parte de aquél como Intendencia, desde 1784 hasta 1796, año en que regresó al Perú, luego de 20 años. En la colonia, en 1567, se descubren las minas de plata de Likakota y la vida económica y social puneña se construye alrededor de la minería. En 1871 llegan a Puno las embarcaciones Yavarí y el Yapura y se empieza a consolidar el puerto de Puno. El ferrocarril empieza a funcionar en 1874, lo que le da un gran impulso a su desarrollo.

Puno, es la cuarta región más pobre del Perú, el 50% de su población no cubre sus necesidades básicas. La pobreza extrema es de 29%. Carabaya, Azángaro, Moho y Melgar son las provincias más pobres. Tres provincias puneñas expresan la diversidad de lenguas: San Román (Juliaca), Puno y Yunguyo hablan español; en Moho, El Collao, Huancané y Chucuito se habla aymara; y en Carabaya, Melgar, Lampa y Azángaro el quechua. Dos ciudades concentran el 26% de la población (Puno y Juliaca), 37 centros poblados tienen menos de 2000 habitantes, que hacen el 41% de la población, y los 7000 centros poblados restantes tienen cada uno menos de 2000 personas. El Altiplano es una región dispersa y de muy difícil gobierno.

En Puno, existen dos mundos: el mundo de la economía agropecuaria, y el de la economía ilegal (minería, narcotráfico, contrabando, etc.). Esta dualidad confunde las demandas campesinas de desarrollo con las ilegales., confusión que se expresa en la política en improvisación y en penetración del crimen organizado en los en movimientos y partidos políticos, financiando millonarias campañas. La precariedad de los partidos y la falta de institucionalidad hacen impredecibles las elecciones regionales y locales, que se pueden convertir en una puerta abierta a la ilegalidad.

El Altiplano es una región en la que el discurso “étnico” se asocia al reconocimiento social. Siempre fue una región caracterizada por los conflictos entre hacendados y comunidades, entre colonos y terratenientes, entre apristas e izquierdistas, entre los partidos de izquierda por el control de las federaciones campesinas, entre distritos y provincias por el presupuesto gubernamental, entre campesinos y la elite mestiza urbana, entre comunidades y las SAIS velasquistas. La historia registra aproximadamente 32 rebeliones indígenas en el Altiplano, todas con un trasfondo mesiánico y milenarista indigenista del retorno al Tahuantinsuyo. Tal vez la más importante fue la de Teodomiro Gutiérrez Cuevas, conocido como Rumi Maki, que se proclamó “gran mariscal de los ejércitos restauradores del Tahuantinsuyo”. Sin embargo, el pueblo puneño tiene un espíritu fenicio, es alegre, tiene un folclor bellísimo, es rebelde. Es un pueblo abandonado por la frivolidad y mediocridad de la clase política peruana.

El Perú fue uno de los países más centralistas de América Latina. Con el proceso de regionalización se pretendió revertir el centralismo limeño, es decir, descentralizar el presupuesto y las decisiones políticas a través de los gobiernos regionales, para solucionar los problemas de educación, salud, infraestructura (agua, desagüe, puertos, carreteras, comunicaciones, etc.). Muy poco se ha avanzado. Los gobiernos regionales se caracterizan por su ineficiencia gerencial, sin planes, sin cuadros, agobiados y embarrados por la corrupción, atrapados por caudillos mediocres. Muchos de éstos, financiados por empresas proveedoras de los gobiernos regionales y locales, representan un grave problema de seguridad nacional. Es probable que pronto tengamos zonas liberadas por el crimen organizado lideradas por autoridades legítimamente elegidas. La regionalización simboliza el fracaso de la clase política.

¿Qué hacer ante tan dramática realidad? Desde el gobierno acompañar políticamente a la inversión pública y privada, ayudar a los gobiernos regionales a consolidar metas reales en educación, salud, infraestructura, etc. Y desde la clase política debatir con espíritu democrático el proceso de regionalización, la ley de partidos políticos, etc. Estas son tareas urgentes para consolidar la democracia y la libertad económica en el Perú.

Por Tino Santander

 

Tino Santander
19 de agosto del 2014

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