Eduardo Zapata
¿Quo Vadis Universitas?
Con o sin Ley Mora: adiós títulos a nombre de la Nación.
Por tratarse de un signo social que leemos recurrentemente en los últimos tiempos, lo comparto. Hasta hace poco estuve internado en una clínica local. Y a pesar de que el hecho médico era delicado y se hizo de dominio público – de manera inmediata- a través de las redes sociales y a pesar de recibir decenas de buenos deseos por mi salud... ¡Jamás recibí un solo mensaje institucional de la Universidad a la que dedico el mayor número de horas!
Vienen a mi mente, entonces, aquellos pequeños ejércitos de vendedores de ilusiones con los que hoy se han premunido las universidades. Que día a día, palmo a palmo, promesa a promesa, se disputan con otros ejércitos de otras universidades a los futuros alumnos hoy denominados ya claramente: clientes.
Porque de eso se trata. Los Manuales de Marketing que se aplican en las universidades conciben a los postulantes y aun a los estudiantes no como alumnos, sino como clientes. Con todas las consecuencias que ello implica. Y conciben a los Profesores simplemente como ubicuos dictadores de horas útiles para satisfacer cada vez más las elásticas “mallas curriculares” que se elaboran.
No deja de ser simbólico al respecto que cuando uno llama a alguna universidad, la central automatizada le “conteste”…”Si Ud es alumno, marque el 1, si Ud. es padre de familia marque el 2, si Ud es proveedor externo, marque el 3 y así sucesivamente”. Hasta que probablemente en último lugar aparezca la opción: “Si Ud. es Profesor, marque el…” Como no deja de ser simbólico que las salas de profesores ocupen los sótanos de las torres administrativas, sin contacto alguno ya con los estudiantes.
Pero quisiera subrayar- y no acudiendo ya a argumentos académicos (tal vez incomprensibles para muchos ) sino a argumentos de elemental marketing- que lo que las universidades venden es un producto llamado EDUCACIÓN. Un valor diferencial que presupone necesariamente profesores y alumnos. Y este valor se puede pervertir fácilmente al convertir deliberadamente una institución universitaria en espacio de instrucción o simple planta de ensamblaje y titulación de profesionales.
De modo que el costo-beneficio de una institución educativa se mide por la calidad de sus maestros y de sus alumnos. Y de su capacidad de posicionar precisamente aquello que se llama PRODUCTO EDUCACIÓN. Que no es la virtualidad del marketing, sino la realidad de estudiantes y profesores trabajando juntos en aras del conocimiento. Que no es tampoco empujar un ejército de improvisados para escribir artículos en revistas de las llamadas acreditadas. Eso es falsificar el conocimiento y alimentar la cultura del paper orientado al logro de las ansiadas acreditaciones.
Por si acaso y porque sé de educación, no creo en Supervisoras dependientes de mediocres Ministerios de Educación. Pero precisamente porque creo saber de educación simplemente pido un adiós a los títulos a nombre de la Nación (que igualan lo que no es igual) y pido que cada Título expedido por cada Universidad VALGA en el mercado por su MARCA.
Creo sí en una entidad autónoma con veeduría internacional – un observatorio permanente- que INFORME a los padres de familia y estudiantes el detalle de cada universidad. Cuántos profesores tiempo completo y con doctorados tienen. Cuánto tiempo se les asigna específicamente para la investigación. Qué recursos se asignan para ello. Cuántos libros han publicado estos profesionales. Cuánto pagan a sus profesores por hora dictada. Cuántos egresados de cada universidad consiguen trabajo al finalizar su carrera. ¿Trabajan los egresados en aquello para lo que estudiaron? Cuánto ganan actualmente…. Ya con esta información, los interesados decidirían libremente.
Un último pedido, entonces: Adiós a los títulos universitarios a nombre de la Nación y bienvenidos de nuevo en las aulas los profesores y los alumnos. Bienvenido de nuevo el PRODUCTO EDUCACION.
POSDATA. Agradezco especialmente –y lo subrayo- los saludos personales de Claudia Guillén y de Ana Sofía Miguel de Priego, Autoridades de la Universidad Peruana de Ciencia Aplicadas.
Por Eduardo Zapata
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