Pedro Olaechea

¿Quién es el ganador?

Se debe llegar a un equilibrio entre ambas partes

¿Quién es el ganador?
Pedro Olaechea
18 de septiembre del 2018

 

“En el Gobierno de la sociedad, el abuso del poder, acarrea su ruina”. Jaime Balmes, en El Criterio.

 

En la antigua Roma, los generales victoriosos desfilaban en su marcha triunfal acompañados por un esclavo, cuyo propósito era recordarle —durante toda la celebración— su condición pasajera, que después de todo era un simple mortal. En ese entonces, una de las preocupaciones del pueblo romano era la intención, de algunas connotadas figuras de esa República, de acaparar el poder.

El poder era visto por los romanos como un asunto complejo, que podía entenderse a partir de dos conceptos: auctoritas (ascendiente) y potestas (poder). El primer término se refería a aquella persona que por su sabiduría, conocimiento y dones de carácter destacaba sobre el resto como un referente de liderazgo y respeto. El segundo término apuntaba a rasgos propios de la coerción como forma de someter a las personas. Así, pues, se entendía que el poder se podía ejercer por la calidad del carácter del líder o por la fuerza.

Podemos hablar de esas ideas mientras asistimos a un contrapunteo nada beneficioso para la Nación. Justamente debido al aparente exceso de potestas por parte del Congreso, el rechazo hacia esta institución fue creciendo entre la población. En la actualidad, para la opinión publica, el liderazgo recae en el Ejecutivo.

Sin embargo, nuestro contexto político es muy cambiante. Es seguro que el problema entre los actores seguirá latente. Y aunque encontremos una solución a este impase, es probable que en el futuro aparezcan nuevos dilemas que vuelvan a enfrentar al Ejecutivo y Legislativo. Y las preferencias de la opinión pública podrán variar, dependiendo de las nuevas circunstancias.

Por ejemplo, ante la situación que vivimos, la inversión podría paralizarse y el bienestar de los peruanos puede estar en riesgo. Si Perú no crece al 5% como mínimo, los peruanos que habían salido de la pobreza regresarán a ella, lo que indudablemente llevará a nuevos cambios en las preferencias de la población. ¿Qué hacer entonces para evitar vivir una crisis con cada desacuerdo o enfrentamiento que ocurra?

El físico estadounidense David Bohm, en su obra sobre el diálogo, señala un criterio básico: “El verdadero diálogo no sucede cuando un lado trata de ganar, sino cuando uno de los lados gana y todos sienten haber ganado”. Tenemos que entender esto y buscar desarrollar, entre las dos posiciones, un entorno que construya y aporte a verdaderas reformas, y que solucione los problemas de los ciudadanos.

Esta labor no será fácil. Se deben buscar distintos planos de acercamiento, llegar a un nivel de equilibrio entre las partes y establecer una relación de buena fe. Esto aseguraría un ambiente constructivo para cuando nos volvamos a ver en una situación de enfrentamiento. La realidad siempre propondrá nuevos retos, muchos de carácter disruptivo, y por ello construir relaciones de confianza resulta esencial.

Ya hemos escuchado opiniones de constitucionalistas que están a favor y en contra de los proyectos enviados por el Ejecutivo respecto a la reforma de nuestra Constitución. Los congresistas, desde diversos puntos de vista, amparados por constitucionalistas y doctrinarios defensores de cada vertiente, buscan darnos claridad sobre la resolución del conflicto. En tanto, el grado de confusión al que estamos llevando al público en general aumenta. Debemos reconocer la complejidad y la especialización requeridas para buscar una solución en un debate entrampado en condicionantes técnico-legales y amenizado con verdades dudosas y simplistas. He aquí el peligro.

Es claro a quién respalda hoy la opinión pública; pero mañana no necesariamente ese respaldo seguirá en esa orilla. Muchas veces creemos que mientras la ciudadanía nos acompañe no habrá problema, pero cuando los hechos y las circunstancias cambien el sentimiento popular, estaremos nuevamente ante recriminaciones e imputaciones graves. Aparecerán, pues, cuando se agote la preferencia por el fuerte, los gritos de “golpe”, “tiranía” y “traición”. Habremos llevado a 32 millones de peruanos a otra crisis innecesaria, en la que los odios y pasiones nos dividirán.

La población no exige ejercer el poder por la fuerza, sino una reflexión por parte de la clase política. Además de calidad de carácter, liderazgo, que se dejen de lado los problemas personales o grupales y que se prioricen las necesidades del país.

Von Hayek, Nobel de Economía y célebre por sus escritos sobre los caminos de las tiranías, nos advierte que “el mayor mal de un Gobierno yace en que nadie está calificado para manejar un poder ilimitado”. No caigamos en la tentación. En la historia del Perú, nunca ha funcionado. Lo que sí ha sido recurrente es la revancha de los afectados.

 

Pedro Olaechea
18 de septiembre del 2018

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