César Félix Sánchez

Primum cadit domum (2)

La defensa empírica de la familia tradicional

Primum cadit domum (2)
César Félix Sánchez
09 de agosto del 2022


A partir de la aparición del empirismo y su expansión al estudio de la vida psíquica y conducta humanas se ha ido generando en ciertos sectores una suerte de exigencia psicológica de constataciones experimentales o empíricas, sean de acuerdo al método inductivo o de algún sucedáneo que se le parezca. Aunque últimamente y de la mano de los
mass media se ha llegado a extremos a veces bastante risibles, ya en la Antigüedad ocurrían casos semejantes.

Hérodoto, por ejemplo, nos cuenta: “[D]urante el reinado de Darío, este monarca convocó a los griegos que estaban en su corte y les preguntó que por cuánto dinero accederían a comerse los cadáveres de sus padres. Ellos respondieron que no lo harían a ningún precio. Acto seguido Darío convocó a los indios llamados Calatias, que devoran a sus progenitores, y les preguntó, en presencia de los griegos, que seguían la conversación por medio de un intérprete, que por qué suma consentirían en quemar en una hoguera los restos mortales de sus padres; ellos entonces se pusieron a vociferar, rogándole que no blasfemara. Esta es pues, la creencia general; y me parece que Píndaro hizo bien al decir que la costumbre es reina del mundo”. 

Contrariamente a lo que podría parecer a alguna comprensión superficial, este peculiar focus group avant la lettre que el padre de la historia trae en el libro Talía de sus Historias no es una apología del relativismo cultural y moral. Se inserta en el contexto de censurar al persa Cambises, que «estaba rematadamente loco, pues, de lo contrario, no hubiera pretendido burlarse de cosas sagradas y sancionadas por la costumbre».

Aunque puedan parecer totalmente dispares, calatias y griegos otorgan gran importancia al culto funerario y al debido respeto a los difuntos, indignándose ante cualquier posible menoscabo de la honra debida a ellos. Que la manera específica y accidental de cumplir con ese deber substancial compartido varíe es otro asunto. Habrá costumbres fúnebres más o menos sanas, en cuanto a su condición de verdaderamente reverentes o saludables, pero en lo que respecta a la condición humana, expresada en todas las civilizaciones y culturas tradicionales, la virtud de la pietas pertenece a un orden dado, previo al hombre y a sus convenciones. 

Viene a cuento este excurso ante el previsible reparo de algunos contra la concepción clásica de la familia, entendida como monógama y compuesta por seres de sexos diferentes. La destrucción de la capacidad de abstracción y la primacía de lo puramente sensible –cuyas raíces en la cultura popular contemporánea se encuentran en la llamada contracultura del Occidente avanzado en la década de 1960 y 1970– hacen de las negaciones, de las deficiencias, de las improbabilidades y de los casos teratológicos la norma y, quizá dentro de un tiempo, el horizonte obligatorio de comprensión antropológica de elementos fundamentales de la vida humana sujetos, como nunca antes, a un frenesí experimental amparado por el Estado y por élites intelectuales totalitarias y nihilistas. 

Uno de los argumentos más señalados por los partidarios de la llamada diversidad a la hora de expugnar la concepción tradicional de la familia es considerarla como contingente y enraizada en determinados mecanismos sociales y políticos mutables y arbitrarios. Esta visión tuvo su representación más duradera en la perspectiva evolucionista decimonónica, sostenida por Bachofen, Morgan y Engels, de que originalmente los grupos humanos habían vivido en un estado bastante distante de la concepción actual de la familia para acabar, por razones de cambio en las dinámicas de poder, evolucionando hasta realidades bastante diferentes: 

Según estas tesis que se mantenían como si fueran el resultado de profundos estudios, en un primer momento –esto es, que corresponde a los pueblos simplemente recolectores– existía un total desorden en las relaciones entre los sexos (promiscuidad); de esa falta de claridad, en la que sólo resultaba posible establecer quién era la madre, pasaron a éstas las prerrogativas del dominio (matriarcado); y únicamente, tras estas dos etapas, se produjo una reacción varonil que conduce al sistema patriarcal; y, por último, como síntesis de las anteriores formas se llega a la familia monógama, verdadero matrimonio individual. 

Pero bastante pronto se demostró la absoluta ausencia de evidencia científica de tales asertos, especialmente a partir del estudio de las llamadas preculturas, que corresponden a «pueblos tan primitivos que han de ser calificados de “recolectores inferiores”, es decir, que no fuerzan a la naturaleza y viven sólo de aquello que esta produce y les ofrece espontáneamente, [a]penas si utilizan la piedra: usan principalmente la madera y el hueso» y cuyas «creencias religiosas son muy sencillas», pues «[c]arecen de culto ritual, aunque conservan ideas fuertemente arraigadas sobre un Dios creador y providente que ha dictado, para que los hombres las vivan, unas normas éticas de gran perfección». Como es evidente, estudiarlas reviste mucho interés pues nos da «gran información para el conocimiento de la evolución cultural humana, precisamente por ser pueblos muy primitivos» (En este punto remito al bellísimo estudio de Vicente Rodríguez Casado, Las llamadas pre-culturas¸ en el segundo tomo del libro de homenaje a Aurelio Miró-Quesada, publicado en Lima por P. L. Villanueva, 1987, p. 736).

Se han encontrado preculturas en Baja California, el Congo Belga, Brasil, Oceanía, etc. En medio de sus múltiples variedades, tienen en común rasgos fundamentales, ejemplificados en los fueguinos, observados muy de cerca por el gran antropólogo austríaco Martin Gusinde, quien entre 1918 y 1924 conviviría con ellos hasta ser aceptado como un miembro más de ese pueblo:

El supuesto básico de la organización social era la familia. Se observa ya en el ejercicio de la profesión. Los padres son los responsables de la buena alimentación de la mujer y los hijos. Mas cada uno de ellos goza de completa independencia respecto a sus compañeros de tribu en el cumplimiento de su deber. Este hecho, sin duda, constituye uno de los postulados, junto a otros de tipo ético, sobre los que se apoya la constitución de un régimen familiar bien cimentado. 

Gusinde agrega –refiriéndose a las preculturas en general– que «los pueblos salvajes más antiguos están todos de acuerdo sin excepción alguna, que su continuidad a lo largo del tiempo» depende precisamente de la fortaleza de la institución de la familia. Por eso, los fueguinos vivían la monogamia. El matrimonio de un solo hombre con una sola mujer constituía un vínculo que se rompía únicamente por la muerte. El fin principal lo constituía el tener hijos a los que se miraba como el lazo permanente que unía a los padres, ya que contribuía con eficacia al enriquecimiento espiritual de los cónyuges por el estímulo moral que aportaban (…). Una familia así fundada exigía dedicar una parte principalísima del tiempo a la formación de los hijos (…). Esta obligación de los padres no era solamente por motivos de pura subsistencia de sus hijos en el futuro. Obedecía principalmente a un mandato expreso del Ser Supremo, creador de todas las cosas y su única deidad como veremos. Por esos motivos se comprende que existiera igualdad entre hombres y mujeres (ibíd., p. 741).

Así, aun la comprobación antropológica nos muestra la importancia de la familia natural tradicional en el despliegue de la humanidad. Su condición monógama y heterosexual, así como su orientación procreativa y pedagógica, no son simples tradiciones arbitrarias o exigencias del poder, sino el ambiente más propicio para la formación psíquica y física de las futuras generaciones, constituyéndose así en el armazón esencial de la sociedad y cultura humanas y en la garantía quizá única de su supervivencia y progreso a largo plazo. 

Puede decirse entonces que, así como en el ámbito de la metafísica del conocimiento, se cumple el primum cadit ens (primero viene el ser); toda ética y toda antropología filosófico-política del hombre tendrá que partir del primum cadit domus: primero va la familia, el hogar, el oikós, no el individuo aislado ni mucho menos el Estado. Así se puede comprender su condición sagrada para todas las culturas tradicionales, sintetizada en el viejo lema ciceroniano retomado por los contrarrevolucionarios vandeanos: pro aris et focis!, por los altares y los hogares.

César Félix Sánchez
09 de agosto del 2022

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