Hugo Neira

Porras: más que el político, el escritor y el Maestro

Un pensador que amaba al Perú

Porras: más que el político, el escritor y el Maestro
Hugo Neira
04 de octubre del 2020


Hace sesenta años fallece, en Miraflores, Raúl Porras Barrenechea. En su casa de la calle Colina, 398. Acababa de viajar a Europa como Canciller, y visitado Alemania, Francia que ya conocía, y luego, en Costa Rica, la reunión de cancilleres de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Ahí se opuso a la expulsión de Cuba. Eso fue el 28 de agosto y su muerte el 27 de setiembre, un mes más tarde. Y por la mañana, Miguel Pons-Couto al teléfono: «Hugo, el maestro ha muerto». Hace sesenta años, me parece ayer. 

¿Qué había pasado? Porras era un liberal. No de esos que se llaman hoy neoliberales siendo empresas transnacionales que acumulan dinero y apuntan a desaparecer Estados y naciones. Porras había llegado a ser senador gracias a los votos del aprismo de entonces, que era un partido claramente anticomunista. En su juventud, había conocido a Mariátegui, hubo, pues, relaciones de una generación, ni simpatía ni antipatía para lo que se llamaba socialismo a veces, y otras, comunismo. En Costa Rica y en la VII Reunión de consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, no había objetado la aceptación de «una amenaza de intervención extracontinental». Estaba claro, eso se refería a la Unión Soviética. Pero justamente, como Canciller se opone a la expulsión de Cuba, no por simpatía ideológica sino porque se rompía el principio de no injerencia, doctrina y praxis del interamericanismo reinante desde los años treinta. Y para decirlo en pocas palabras, Porras tuvo la intuición que eso era arrojar la Cuba revolucionaria en los brazos de los soviéticos. Y eso fue lo que ocurrió. 

Si se quiere ahondar, recomiendo la obra de Carlos Alzamora, diplomático, sub-secretario general en la ONU, y lo que dice, «la capitulación de la América Latina ante los Estados Unidos». Además que le hicieron un favor a Fidel Castro para su interminable dictadura. Alzamora titula La agonía del visionario. ¿La agonía de quién? La de Porras, pues. Es un título que es protesta por el trato que le dieron a Porras. A su regreso encuentra el maestro una Lima más fría que Alaska. Porras era un sabio y a la vez sociable. Club Nacional, café en el Haití con los que trabajamos en la casa Colina. Se murió de pena. De soledad. Lima mata a su manera. 

Hoy, un instante de homenaje. Está muy bien ¿pero se le conoce? ¿Se sabe acaso que fue profesor de diversos colegios de secundaria, el Raimondi, Anglo Peruano, Recoleta y Corazón de Jesús para señoritas? ¿Catedrático que tuvo esa experiencia? Y lo dice el mismo Porras en un raro momento confesional. «He dicho en otra oportunidad a mis alumnos que no hay laboratorio ni templo que supere a la clase de historia para la forja de la conciencia de la nacionalidad. En la clase de historia patria, el silencio se hace siempre sin disciplinas ni castigos, por la sola presencia de las sombras heroicas que surgen del pasado. La emoción del triunfo o el dolor de la patria. Del error que pudo evitarse, del sacrificio o la osadía que engrandecen la hora de la abnegación o de la solitaria figura moral que se yergue contra la barbarie o la fuerza, en defensa de la libertad o del débil.» Magnífica oratoria del profesor de secundaria Raúl Porras. ¿Qué diría ahora, cuando hace tres generaciones que no hay curso alguno de historia peruana? Y lo que concluye: «… Los más bulliciosos e inquietos, fijan la mirada y el pensamiento por la voz del profesor como una fuerza misteriosa y sagrada, está el soplo creador de la nacionalidad». Esta frase final, la dedico a los entusiastas de las clases por virtual. Solo lo presencial —es decir, lo humano y no lo electrónico— lleva a ese nivel de emoción y comprensión, que se hace con argumentos pero también con emociones. «Para vivir la hora futura y póstuma de esa lección lucharon los apóstoles y murieron los héroes». Clases presenciales de Porras, no se olvidaban.

Lo de hacer visible en la vida de Porras sus veinte años de docente en colegios, me parece necesario que se sepa. Lo pueden tomar como un hijito de papá, dados esos apellidos, Porras y Barrenechea, linajes de la clase alta limeña y el brillo de sus ancestros, por ejemplo Melitón Porras. Cierto, pero ocurre algo en su vida, eso que llamamos el destino. Cuando tenía dos años de edad pierde al padre en un duelo a pistola. Esto sucedía en Pisco. Por eso, uno de sus más grandes amigos (tuvo muchos) Guillermo Hoyos Osores, escribe: «Fue la de Porras una noble vida infortunada desde su iniciación, bajo el signo de la tragedia. Hasta su fin, en una noche de soledad.» (Diccionario de Milla Batres, tomo VII) ¿Se conoce a Porras? ¿Se sabe que cuando sigue estudios en la facultad de Letras, en San Marcos, trabajaba como amanuense en la Corte Suprema? Porras, más tarde, fue funcionario en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Y lo nombraron auxiliar del Archivo de Límites. Entonces, se entiende por qué sus primeros trabajos fueron un Alegato del Perú en la cuestión de límites de Tacna y Arica (1925), y luego, Historia de los límites del Perú» (1926). No llegaba a los treinta años pero sus investigaciones en archivos sirvieron magníficamente a las réplicas ante Chile y Ecuador. 

Cuando se trata de la vida y obra de Porras Barrenechea, se suele decir historiador, docente, senador, hombre de Estado, escritor. Era todo eso. Ahora bien, la multiplicidad de temáticas que aborda hace difícil clasificarlo. Historiador, sin duda alguna, discípulo de Riva-Agüero y coetáneo de Jorge Basadre. Un trío que no se ha vuelto a repetir. Pero como el que escribe se ha impuesto la tarea de entender los intereses intelectuales del Maestro, me veo en la responsabilidad de señalar que su primera pasión intelectual fue la literatura. Estudió los satíricos, como Larriva, Felipe Pardo y Aliaga, Manuel Atanasio Fuentes y Ricardo Palma. Esa cátedra dura hasta 1929. Cuando «me confiaron la cátedra de historia de la conquista.» Acaso por eso fue no solo un gran historiador. En efecto, descubre en los Archivos, en Sevilla, dónde se había instalado Garcilaso de la Vega en la ciudad de Montilla, cuando encuentra la firma de Gómez Suárez de Figueroa, en un archivo de padrinos, prueba que ya era un notable, antes de Los comentarios reales. Literatura e historia, ¿es por eso la calidad de su prosa? La pluma de Porras, de lo más alto de nuestra escritura. No soy el único que lo toma así: nada menos que Luis Loayza, en su libro La marca del Escritor  y editado no por cualquier editorial, por Tierra Firme. Lo dice Loayza, uno de nuestros ensayistas, acaso el mejor. Ojo, no dice el historiador, dice el escritor. «Un dominio cabal de la lengua y una profunda elegancia espiritual». La erudición y sin embargo, la naturalidad. Algo que se ha perdido.

Trabajador intelectual de doble o triple espacios del conocimiento. Al inicio, Torre Tagle y la historia. Y también, la escena política. Pero mientras le tomaba el pelo al criollo Joaquín de la Riva, era delegado estudiantil en Bolivia, y luego, participa en la Reforma Universitaria de San Marcos, con ese célebre Conversatorio Universitario  de 1919, una serie de conferencias impulsadas por un puñado de jóvenes. Con Porras, Luis Alberto Sánchez, Jorge Guillermo Leguía, Manuel Abastos eran apenas estudiantes y razonaban como decanos. Discutieron la independencia del Perú, la lectura oficial de nuestra historia, dejaron un surco de investigaciones y nuevas ideas que marcaron el siglo XX peruano. No pasa esto cuando entramos al tercer siglo de vida republicana. 

Para entender a Porras, como hombre de Estado y como escritor-pensador, acabemos con los prejuicios y versiones sesgadas. Por ejemplo, Porras hispanista. En algún momento confiesa que como profesor de literatura estudió a fondo los cantares de gesta del Romancero y estudia a Menéndez y Pelayo. Pero el que escribe el Pizarro fundador (1941) es el mismo que se ocupa del Cronista indio Felipe Huamán Poma de Ayala (1945). Era un intelectual enamorado de Lima. Pero, por una parte, había nacido en Pisco. Por la otra, el que trabaja esa Pequeña Antología de Lima (1935 y 1965) es el mismo de Antología del Cusco (1961). Porras, ni hispanista ni indigenista. Peruanista. ¿Quién se ocupó de los precursores de la Emancipación? Lo que escribe sobre Sánchez Carrión sigue siendo lo mejor. ¿Y quién de los viajeros italianos en Perú? Porras. ¿Y quién de Manuel Valdez, viajero y precursor romántico cusqueño? Porras. ¿Y quién el periodismo en el Perú? Porras, con una frase, la primera, que lo dice todo: «la colonia no tuvo periódicos». Y lo que sigue, «chismógrafos profesionales, las noticias corrían de boca en boca, la ciudad no necesitaba de ellos». Por lo visto, hemos vuelto a la colonialidad, «murmuradores de nacimiento».

Ahora bien, el Porras que nos puede interesar es el presentista. Sostengo, pues, que hubo en Porras una idea del Estado. Para ello, basta rastrear en sus intervenciones parlamentarias, el Maestro testigo del tiempo presente. Una serie de defectos, a saber, apatía del ideal colectivo. El ambiente de hipocresía y desconfianza. La selección al revés, o sea, se elige no a los mejores (lo había sentido, cuando intenta ser Rector y le dieron el cargo a alguien de lejos menos capacitado). La falta de adaptación a las leyes. En cambio, estaba en contra de un Estado corrupto o desertor de sus funciones. Pide un Estado de Derecho y no un Estado de poder excesivo. Piensa en un Perú sin perseguidos políticos (lo del aprismo en esos años). No quiere un Estado que monopolice el poder de un grupo o de un partido. Espera la plenitud de la autoridad legítima, sin ser por eso tiránico. «Mi convicción liberal es de pura cepa espiritual y ética, no atada a prejuicios económicos o de casta, ya que mis raíces familiares se hunden democráticamente  en diversas provincias. Y es bien notoria, mi falta de éxito en el mundo de los negocios». 

Porras reclama una calidad de «ciudadanos responsables». En el estudio de las fuentes históricas —dice Porras— he hecho un estudio orgánico de los graves defectos. Como «la inconexión entre las elites directivas y las masas». Y el monopolio del Estado tiránico al servicio de fines particulares. Y lo que dice de los partidos, es una asombrosa profecía. «Los partidos necesarios para el movimiento de báscula del juego democrático, se convirtieron en trampas para apresar a los ciudadanos pacíficos.» Y está en contra del provincianismo y la improvisación. En suma, lo suyo es una crítica al orden social. Y entre otros defectos, el menosprecio o el temor ante la inteligencia. Señala cómo «generaciones enteras de trabajadores e intelectuales sufrieron la postergación y el destierro». En efecto, de Garcilaso a Vallejo, el desdén. Él mismo lo sentía y se anticipaba.

No tuvo los ojos solo pegados a los documentos. Observó la esfera social como si fuese un antropólogo. Como había estudiado a los cronistas, a Grau y a Palma, lo hace con sus contemporáneos. Porras sigue siendo aquel que no se entiende. Sabemos, por ejemplo, que estando en París se encuentra con César Vallejo en un periodo muy difícil, los estragos de la crisis de 1929 habían dejado sin trabajo al poeta, y no podía editar sus últimos poemas. Luego de Los Heraldos Negros y Trilce, viene Poemas Humanos. España, aparta de mí este cáliz. Porras, con un cargo menor en la embajada, mete la mano al bolsillo y salva esos poemas, los mejores de Vallejo. En fin, la elegancia de la prosa de Porras ¿de dónde viene? Pese a las dificultades por la muerte del padre, lograron que estudiara en La Recoleta, o sea, una formación francesa. Su castellano es de frases cortas, ideas claras. Lo mismo en lo oral, de frente al tema. Luego las problemáticas, trucos franceses para razonar con serenidad. Vienen de la filosofía.

¿Quién fue Porras? Según él mismo un liberal rebelde. Para nosotros, nuestro Sócrates, en ambos casos, se sacrifica injustamente a un justo. Para otros un pensador que amaba al Perú, incluso el nombre mismo de «Piru» es quien lo encuentra en sus investigaciones. El de un modesto árbol. En fin, para nosotros, un protector. Pienso que en sus asistentes se veía a sí mismo: «jóvenes con talento pero sin recursos», o sea, Araníbar, Mario, etc. Para la nación fue generoso: su biblioteca de 25 mil libros que se halla en la Biblioteca Nacional, son libros valiosos que Porras adquiría y guardaba, pues de lo contrario, los investigadores norteamericanos los compraban y se los llevaban. En fin, los que lo conocimos en la casa de Colina, fuimos llamados por Porras y su editor, Mejía Baca, para hacer fichas que el maestro necesitaba, ocupado en el Senado. A saber, Pablo Macera, Carlos Araníbar, Mario Vargas Llosa antes de partir a Europa, Zavaleta y yo. No tuvimos la vanidad de tomarnos como sus discípulos. Aunque para mi asombroso, aparezco en el testamento. 

Porras, profesor a la vez en la Católica y en San Marcos, tuvo muchos discípulos. Formó diplomáticos, historiadores, escritores.  Nosotros fuimos los últimos que tuvimos la fortuna no solo de conocerlo sino de trabajar en la casa de Colina, una suerte de taller, en la que aprendimos las artes del quehacer intelectual que hizo de nosotros lo que somos y hemos sido. Cuando terminó mi vida de profesor en Francia, ya jubilado, he vuelto al Perú. Pude quedarme en otro lugar. Pero tengo una deuda con usted y los maestros que tuve. Y haré y hago, desinteresadamente, todo lo posible para que se conozca la historia y la cultura peruana, en sus obras, y se propague en las nuevas generaciones su amor por el pensamiento libre y el espíritu de trabajo que fue su mejor lección. Y gloso para terminar una de sus frases: escribir bien significa pensar bien. Gracias Maestro.

Hugo Neira
04 de octubre del 2020

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