Cecilia Bákula
Por un voto de conciencia en el día D
Fortalecer a los partidos para avanzar hacia la madurez política

A estas alturas deberíamos tener claro, de acuerdo a las encuestas –si es que estas tienen un sustento serio–, quiénes serán los contendores para una eventual segunda vuelta. Las condiciones de pandemia y cuarentena han impedido que los candidatos tengan ese necesario “contacto” con la población y que podamos escucharlos “en vivo”, y no solo a través de las redes sociales. Esto ha motivado que la orientación del voto esté, de alguna manera, sometida a los medios de comunicación que, salvo honrosas excepciones, no han dado la talla respecto a su necesaria neutralidad.
A mi criterio, eso que se ha denominado debate está lejos de haber cumplido las expectativas de los candidatos y la población. Ni siquiera ha permitido confrontar ideas ni planes de gobierno; simplemente ha servido para dar rienda suelta a los ataques que, a fin de cuentas, solo ocultan incapacidad o temor. ¿Por qué se ha reducido la propuesta política al ataque? ¿Dónde quedó la obligación de difundir realidades y no quimeras, de mostrar propuestas y no ilusiones? En la perspectiva del tiempo puedo recordar a grandes políticos que, tanto desde el gobierno como desde el Parlamento, aportaron al país la alta discusión de lo que se quería y debía ser una propuesta.
Y como si fuera poco el bajísimo nivel expositivo, en estos tiempos hemos podido conocer a muy pocos aspirantes al Congreso. Y ello no solo por la propia pobreza de muchos partidos, sino porque con una “oferta” tan variopinta, sui generis y con tantos candidatos, resulta imposible acercarse a los miles de candidatos a congresistas.
Esto me lleva a la necesaria reflexión de que en un país como el nuestro, la atomización del voto se agrava en desmedro de la propia gestión y acción política. Y podría llevarnos a pensar que propuestas similares, porque las hay, no han podido aglutinarse con miras a un futuro mejor, sino que se ha preferido el personalismo, el individualismo. Y entre “pares” se han atacado por ganar un triste y flaco favor electoral; porque los votantes, tan dispersos, no garantizan, a la larga, estar extendiendo un cheque en blanco a ningún candidato.
No obstante, cada voto es indispensable no solo para apoyar a un candidato y a su propuesta, sino también porque en nuestra frágil y disminuida democracia, podemos entender que nuestra participación real y directa termina con el mismo proceso electoral. Por ello, no se trata solo de votar, se trata de saber elegir. Si el sistema democrático representativo nos da solo esa opción de participar, no debemos desaprovecharla y menos usarla para un voto amoral –desde mi punto de vista– cómo sería el voto en blanco o el viciado; y peor aún, la dolosa abstinencia a ejercer un derecho y cumplir con un deber. Es decir que aun cuando no lo podemos entender bien, nuestro voto es fundamental, y con ese voto decidiremos qué futuro queremos. Podemos y debemos hacer la diferencia al emitir un voto consciente y responsable.
Como reflexión para el futuro, es indispensable fortalecer a los partidos políticos que cumplen con las normas mínimas de seriedad, integrantes y propuestas. Y dejar de tener ese abanico de candidatos que hacen de la mentira una manera de acción y que, por lo tanto, no merecen el respeto ciudadano. Porque el atreverse a proponer lo que hemos escuchado (ni siquiera la buena voluntad puede exonerarlos de la responsabilidad de su ignorancia), me lleva a pensar que mientras los partidos no sean una realidad “real”, y no solo una antojadiza creación transitoria y personalista, no podremos avanzar hacia la madurez política.
Llegar al bicentenario con un panorama tan endeble a nivel de los partidos políticos y de actores políticos y con una cifra de indecisos respecto al futuro de la elección, debe motivar una reflexión para reordenar y proponer un sistema más eficiente.
Debemos esperar a los resultados de este 11 de abril porque se abrirá un nuevo escenario que requerirá, sí o sí, armar alianzas y endosar votos. Algo que en algunos casos resultará de manera natural; y en otros, implicará componendas que en nada ayudan al futuro del país, como nación moderna y estructurada. Las componendas son negocio político y abren la puerta a la corrupción, al “toma y daca” de favores por debajo de la mesa. Pero ese es el universo en el que estamos. Por ello, decidir bien el voto para elegir adecuadamente es ejercer responsablemente nuestro derecho. El 11 de abril veremos cómo la ciudadanía “castiga” a quienes no merecen su confianza. Y ojalá “premie” a los que pueden conducir nuestro destino.
Como reflexión final, cabe hacer ver a quienes postulan en este momento, que su auténtico poder residirá única y exclusivamente en el servicio, en la entrega, en la honorabilidad y en la coherencia. Como bien se dice, salvo el servicio, todo lo demás es efímero y pura ilusión. Creer que se ostenta el poder cuando este no va hermanado profundamente con el deseo de servir, aunque cueste la vida, es no entender que sin entrega todo se desmorona y el poder se autodestruye.
Y parafraseando a Georges Bernanos, autor de la extraordinaria novela Diálogo de carmelitas, que fue llevada al cine con gran éxito, podemos decir: una sola cosa importa y es que debemos hallarnos siempre en el lugar que Dios ha dispuesto para cada uno y cumplir la misión que nos toca en cada momento de nuestra vida. Máxime si ello se refiere a la conducción de un país con tantas carencias y necesidades que, bien gobernado, podrían ser atendidas. Y así lograr para la siguiente generación un país posible y un futuro esperanzador.
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