Carlos Adrianzén
¿Por qué no levantamos cabeza?
A mayor gasto público, mayor corrupción
Inicio estas líneas subrayando algo que los peruanos usualmente soslayamos: la clave del progreso económico de un país es su tasa de inversión sostenida en el tiempo. No existiendo diferencia entre una alta tasa de crecimiento por habitante sostenida por décadas y el desarrollo económico; es bueno tener en cuenta que un país que registra establemente una alta tasa de crecimiento de la inversión privada, siempre crece a un alto ritmo. Y pasado un tiempo, se desarrolla. Inexorablemente. Ergo, sí hay receta, abunda la evidencia empírica que confirma esto, pero aplicarla requiere esfuerzo y persistencia.
Usted, habrá notado que le agregué la etiqueta de “privada” al término “tasa de inversión”. La explicación es simple. No solo nos refiere a que, en naciones como la nuestra, el grueso de la inversión bruta es privada, sino que una porción no despreciable de la inversión pública no reditúa un retorno registrable (más allá de cánones largoplacistas heroicos con una enorme carga ideológica). Es decir, casi no es inversión.
Para bien o para mal, la primera figura (Gráfico A) de este artículo nos deja una lección meridiana: en el Perú actual, a mayor crecimiento de la inversión privada, mayor crecimiento económico. Ergo, mayor desarrollo humano, menor pobreza, mayor índice de desarrollo relativo y una mucho mayor clase media y nivel de vida promedio.
El mismo gráfico nos recuerda también lo opuesto. Que, a menor crecimiento de la inversión privada, menor crecimiento económico. Ergo, menor desarrollo humano, mayor pobreza, menor índice de desarrollo relativo y mucho menores clase media y nivel de vida promedio. Es decir, más frustración social y con ella más verosimilitud de ser naciones electoralmente empáticas con ideas económicas de una marcada tolerancia al socialismo, la demagogia, el populismo y la corrupción burocrática. La izquierda, los mercaderes y los políticos de izquierda lo saben bien. No es pues una casualidad la desafortunada frase de Ollanta Humala: “A mí no me sirve el crecimiento económico”.
Los economistas clásicos, interesados prioritariamente en la elevación de la riqueza (y la eliminación de la pobreza) de las naciones, tenían esto claro. Requerían un marco institucional estable y respetuoso de la propiedad privada, el libre comercio y las libertades económicas y políticas. Por todo esto, para nadie debe resultar una sorpresa que en el último sexenio el éxito de las administraciones de creciente sesgo socialista-mercantilista que nos han gobernado resulte justamente, la sostenida contracción del ritmo promedio de crecimiento de la inversión privada. Ergo, la drástica reducción del ritmo de crecimiento de la economía peruana 2013-2019, de la mano con mayores regulaciones, cargas tributarias, e inflación de lo estatal en casi todos los ámbitos de la vida económica y política local. Es decir, inyectando mayor opresión y entrabamientos masivos a los negocios e inversiones, con una creciente dosis de corrupción burocrática micro y macro.
Pero busquemos comprender la moda actual. Desde los aciagos días posteriores a la Gran Depresión del siglo pasado, todo cuadro de contracción de la inversión privada ha tenido –desde los libros de texto a las oficinas burocráticas– una pócima de moda. La pócima aludida –muy arraigada en nuestro país– implica el uso poco reflexivo del modelo keynesiano. Ese gran popularizador de la intervención estatal.
Frente a un colapso inversor (según Keynes, algo explicable por la codicia de los inversionistas privados o sus espíritus animales) el gobierno debe incrementar su gasto para reactivar la economía. Algo así como el engañoso tenor de un desaparecido grupo de rock chileno: “muevan las industrias”. Es decir, cómprenles artificialmente su producción y subsídienlas a rajatabla y a pesar de que ya no son más empresas privadas competitivas. Es decir, inflen el gasto estatal o emitan dinero.
La validez de esta maravilla curativa queda rápidamente cuestionada cuando se está muy cerca del techo (el PBI potencial) y se recuerda que el financiamiento del mayor gasto arrasa al sector privado (familias, PYMES y empresas de todo tamaño). Puesto que implicará necesariamente: o mayores impuestos (a los privados); y/o mayores deudas estatales (que pagarán más tarde los mismos privados); y/o inflación (que esquilmará los ahorros privados); y/o licencias monopólicas vía empresas públicas (que explotarán a los privados).
A pesar de las creencias de mis amiguitos progres y su cantaleta de que mayor gasto estatal mueve automáticamente a la economía, lo cierto es que –según la evidencia peruana reciente– desde Humala hasta Vizcarra, a mayor gasto público, esquilma y contrae los gastos privados (ver Gráfico B adjunto). Primero los de inversión y luego los de consumo, vía el desempleo y la profundización de la pobreza.
Sí, se registra ese cuadro de desplazamiento del gasto privado por gasto burocrático denominado Crowding-Out.
Pero esto no es lo peor. Dada la prostitución institucional posvelasquista –el deterioro y descapitalización de casi todas nuestras instituciones– la inflación del Estado en todos los ámbitos de la economía destruye y desplaza el gasto privado por otro canal (ver Gráfico C). A mayor tamaño del Gobierno, mayor corrupción burocrática.
Pero no solo es la obra pública la que brilla por su corrupción generalizada desde las escuelas, hospitales o comisarias hasta el gobierno nacional. No es casual que las hediondas firmas brasileñas OAS y Odebrecht operen de la mano con funcionarios de los ministerios, presidentes, alcaldesas, congresistas, diversas instituciones burocráticas y medios de comunicación.
Sin instituciones implacables, a mayor gasto público, mayor es la corrupción burocrática y menor la inversión privada (la desplaza) y pública efectiva (la merma). Y es que la corrupción burocrática merma o erosiona la escala efectiva de lo invertido y desplaza postores serios. Ergo reduce adicionalmente la inversión privada.
La salida existe. Sin que los gobernantes y la mayoría de la población comprenda que sin una tasa de Inversión Privada neta de depreciación muy alta –digamos mayor al 30% de PBI– (y sostenida por varias décadas) no hay camino de salida del subdesarrollo y frustración social. Un estado pesado y corrupto nos garantiza pobreza.
Para ello requerimos tres cosas: respetar la propiedad privada; eliminar masivamente trabas al comercio, negocios e inversiones; y finalmente, reducir el tamaño de la burocracia (menos dependencias, más métrica y gobierno electrónico) precisar la legislación e introducir draconianos incentivos anticorrupción (completamente nuevas y capitalizadas judicatura, fiscalía y policía).
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